A la Plaza
La convocatoria fue hecha con un flyer donde se ve la imagen de Francisco saludando a una multitud imaginaria y de fondo la Catedral Metropolitana: “Misa por el eterno descanso del Papa Francisco” rezaba y abajo, en letra más pequeña, un llamado a una caravana alrededor de la Plaza de Mayo en acción de gracias. Las líneas A, D y E de subterráneos fueron la vía principal por la que fieles de distintos puntos de la Ciudad se acercaron hasta el evento, aunque bajando una o dos estaciones antes debido al operativo de seguridad. Ya en la línea A podía adelantarse quienes, de manera moderada en número, se estaban acercando al evento: grupos parroquiales de barrios populares y grupitos de mujeres o parejas mayores de la clase media porteña. Este es el caso de Beatriz, Esther y Norma que en una alegría solo de paseo dominguero respondieron de manera tajante que iban a la Misa por el Papa. La estación Piedras fue el destino final. Y allí al trío parroquial se le sumaron Ernesto, María y Jessica, una beba en cochecito, que venían desde el Bajo Flores a agradecer a Francisco al que llamaron “el cura de los pobres”. Entre ambos discursos hay una grieta o herida, como prefiere llamarla el arzobispo García Cuerva, que es tan discursiva como material: todos iban a despedir a “un” Francisco, aunque no pareció ser el mismo en las dos primeras respuestas de la mañana. Las acentuaciones y los tonos hablan.
A diferencia de los 24 de marzo, las marchas de movimientos sociales, la de Orgullo o tantas otras, esta comenzó por las veredas sin aplicación a la vista del protocolo Bullrich. La primera pantalla gigante estaba ubicada en Perú y la segunda, sobre Bolívar. Allí ya comenzaba ese género comunicacional de movilización popular que son los carteles en los que se podía leer: “Iglesia en salida”, “Que nadie quede tirado”, “Hagan lío” y las infaltables banderas cuervas. Sobre la avenida no había choripanes, pero si laburantes de la economía popular que vendían banderas vaticanas, hasta alguna del orgullo LGBT+, y pañuelos con la cara de Francisco. Sobre la primera pantalla algunos fieles comenzaron a sacarse fotos camino a la Plaza. Natalia, de Acción Católica, sonreía a la cámara del teléfono de una amiga mientras extendía una bandera de su organización y declaraba sin perder la alegría que “Francisco fue el Papa de la misericordia que dio a la Iglesia lugar a todos, todos, todos”. Las frases que el Papa supo decir van a estar una y otra vez en boca de sus seguidores.
Los corralitos
Al llegar a la plaza de mayo la disposición del acto se volvió algo confusa. El altar fue montado sobre las escalinatas de la Catedral porteña. Allí se podía ver a la derecha y a la izquierda pantallas gigantes con la foto de Bergoglio con la leyenda “Franciscus. 1936-2025”. Al centro del altar, otra foto del Papa sonriente con una cinta negra y a su izquierda el cirio pascual con flores blancas y amarillas. A la izquierda cerraba la escena un coro litúrgico y a derecha una guardia de honor de la Policía Federal. Debajo del altar, cientos de sillas estaban dispuestas en un corralito para recibir autoridades de gobierno nacional, provincial y de la ciudad, así como miembros de la Corte Suprema, ambas cámaras legislativas y representantes de embajadas. Y a la misma altura de las sillas, pero a la derecha, como fuera del cuadro, una banda: la Sinfónica del Ejército Argentino. La seguridad era intensa con varones y mujeres con micrófono y audífono que recorrían los vallados adornados con banderas argentinas y vigilaban todo movimiento. Justo frente al altar, dejando por medio calle y vereda se levantaba una tribuna para periodistas que fuimos revisados con detector de metales aún luego de la doble acreditación. La tribuna periodística era una Babel de reporteros locales y nacionales, mientras que en el corralito de las autoridades, que tenía como figuras principales a Victoria Villarruel, Axel Kiciloff y Jorge Macri, la diversidad fue dada por la presencia de diplomáticos asiáticos, africanos, latinoamericanos y europeos.
Extraña fue la posición en que quedaron los grupos parroquiales, los hogares de Cristo, los scouts y movimientos sociales como “los cayetanos” (Barrios de Pie, CCC y UTEP), el Movimiento Evita y otras expresiones de cultura y “religiosidad popular” que Francisco supo reivindicar y poner siempre al frente: detrás de una valla y cordón omnipresente de vigilancia. Solo una parte de estos grupos pudieron asomarse a la Misa, mientras la gran mayoría se tuvo que conformar con verla desde una pantalla montada sobre uno de los caminos internos de la Plaza de Mayo.
La misa comenzó pasadas las diez horas y como parte de la liturgia, García Cuerva dio su homilía e hizo comentarios al pasar. Repasó las encíclicas y cartas pastorales del Pontífice (cuidado de la tierra, los pobres, la vida y el futuro) y también realizó comentarios que tenían por destinatarios al pueblo cristiano y autoridades políticas. El eje central de su discurso fue un llamado a superar la práctica idealizada de la fe con otra que se acerque a los pobres “porque no se puede amar de lejos”. Agregó que unos de los males que el Papa criticaba era “el demonio de la exclusión, de la cultura del descarte y la indiferencia, porque se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Los excluidos no son solamente explotados sino también desechables y descartables.”
El discurso del Arzobispo fue medido por la audiencia que expresa sus apoyos con aplausos y silencios. El aplausómetro cotizaba en alza en todas las referencias al Papa que luchaba contra la exclusión, la pobreza y el descarte. Gritos, vivas y bombos salían “de la popular”: un estruendo alegre y colorido que llegó al paroxismo de lanzar petardos al aire para horror de la seguridad, algún cura y asistentes al corralito de primera fila que lucían ropas caras, zapatos con suelas sin gastar y que solo aplaudieron el llamado a la “paz mundial”. La interpelación más directa a las autoridades fue una invitación al diálogo y la unidad nacional cuando propuso “mirar el frontispicio de la Catedral donde Jorge Bergoglio fue arzobispo desde 1998. Allí está representado el episodio bíblico del encuentro del patriarca Jacob con su hijo José. Buenos Aires venía a reconciliarse con la Confederación Argentina en fraterno pacto de unión rubricado en San José de Flores, en 1859. Esa escena fue elegida con la intención de perpetuar a través del arte, la reconciliación nacional alcanzada. Hoy quisiera que volvamos allí nuestra mirada e imaginemos el abrazo que nos debemos como argentinos…”. Villarruel, Kiciloff y Macri escucharon con atención, ya se habían saludado al inicio pero no agarraron el guante ni sellaron abrazo.
La caravana
Finalizada la Misa se reprodujeron mensajes del Papa y comenzó la vuelta encabezada por la Sinfónica del Ejército que arrancó del lado derecho del corralito de autoridades y sobre el que rápidamente se armó una coreografía con banderas de la Universidad Católica Argentina y algunas de la Acción Católica. La vuelta debería ser completa, pero lo fue solo para la imagen de Francisco que iba montada sobre una camioneta verde militar ya que al llegar a “la popular”, donde los Hogares de Cristo se mezclaban con cayetanos y el movimiento popular Los Pibes que tenía una cartel que decía “Milei = Hambre”, las banderas universitarias confesionales y las de la acción católica salieron de escena por propia decisión. La grieta y la herida están también en las filas de la Iglesia.
Cuando el camioncito verde llegó donde estaba el pueblo, el altar ya había sido ocupado por un coro popular que cantaba con tono de villancico tropical “Francisco pasa por aquí” entre bombo, redoblante y algún instrumento de viento. En ese numeroso grupo vestido de tonos coloridos se confundían edades, géneros, orientaciones sexuales, migrantes y locales, como Alicia, de la Villa 31 que fue a “despedir al Papa de nosotros, de los pobres, él que estuvo en nuestro barrio”. O Ramona, una salteña que vive en Capital que no dudó en decir que “este Papa fue muy diferente a los otros, fue una padre espiritual de todos sin exclusión”.
Entre la multitud de carteles algunas parroquias decidieron marchar con pancartas que los identificaban, como la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús de Barracas cuyo paño era llevado por jóvenes como Bautista, de 18 años, que también repitió el giro hacia la humildad de la Iglesia. Ana, de la misma parroquia, hizo punta al mostrarse orgullosa de ser de una iglesia que considera que “lo principal está en luchar por la gente en situación de calle” tal “como mandó Bergoglio”. Ya desconcentrando, dos banderas coloridas ondeaban sobre Avenida de Mayo: la de Palestina y la del Orgullo LGBT+. Santiago, católico que fue a la marcha con la bandera del país de Medio Oriente, recordando que el Papa no dejó nunca de denunciar las matanzas de Israel. Y Juan, que llevaba la de orgullo, no porque Francisco lo representara, sino porque “él nos incluyó, nos permitió hacer esto, estar acá con esta bandera.” Mientras varios desconcentraban y el corralito “principal” se vaciaba, en la popular seguía el lío. Ahí estaba Francisco.