Uno de los paradigmas sociales de inexcusable y necesaria defensa, es la igualdad de oportunidades, muy especialmente en la niñez. Por supuesto que esto no se cumple, en un mundo que tiene a casi la mitad de los niños sumergidos en la pobreza, y a más de un tercio en el hambre o la insuficiencia alimentaria, según datos oficiales que no le mueven un pelo a los burócratas de turno de las organizaciones internacionales.
En ese océano de injusticias, vemos como el acceso a diversas formas del deporte social ha sido poco a poco considerado como casi un lujo, por los países que como el nuestro aspiran a que simplemente les cierren las cuentas del debe y el haber.
Al retornar la democracia, hace más de 40 años, realicé una encuesta acerca del porcentaje de los niños que terminaban su escolaridad primaria, sin saber nadar. En aquel momento resultó que un promedio ligeramente mayor al 50% de la población infantil encuestada, nunca tomó una clase y que por supuesto no tenía los conocimientos ni las habilidades mínimas necesarias.
Como entonces la enorme mayoría de los colegios públicos no tenían ni hoy tienen la infraestructura necesaria, y la mayoría de las piletas y demás instalaciones de los parques municipales se habían privatizado, los niños provenientes de familias de escasos recursos no tenían el acceso ni la posibilidad económica para aprender a nadar.
Los ingresos de aquella clase media de los ’80, si bien ya bastante castigada y raleada en número, todavía alcanzaban para pagar un club de barrio. Ya hemos dicho que el impulso privatizador de los ’90, que continuó luego con escasas interrupciones y se llevó buena parte de los pequeños clubes de barrio, e incluso a algunos grandes como entre otros, Obras Sanitarias y el Ateneo de la UCA, que pertenecían a importantes gremios o a universidades con un perfil de alumnado de elevados recursos.
Muchos cayeron y siguen cayendo ante la casi total indiferencia de los medios, y desgraciadamente de la gente. Cuando nos recordamos esto de la Igualdad de oportunidades en la niñez, no podemos quedarnos en la alimentación y a veces en la vivienda y educación. Aprender a nadar en la niñez es una habilidad necesaria que puede salvarnos la vida, y no un lujo de country, como puedan pensar algunos imbéciles.
* Ex Director Nacional de Deportes.