En los últimos días nuestro país ha sido testigo y protagonista de una de las más icónicas imágenes del amor: el amante que le expresa su amor a la amada en el balcón. Los que creen que para enfrentar a la IA hay que olvidar todo lo que se sabe, bien pueden poner en remojo sus vetustas alarmas. Existe algo que se llama clásicos, esas historias que han marcado a la subjetividad de Occidente y alrededores de indeleble manera Es que un pueblo Romeo hablándole a su Julieta no es fácil de desalojar en los vestíbulos de la fantasía que sostiene la vida anímica. La posición en el balcón es clave. Forma parte de la liturgia peronista porque forma parte de la estructura psíquica del ser hablante. Es su carne. La condición inalcanzable de quien juega como causa. Y si ese quien allí arriba es una mujer, tenemos el combo perfecto para recrear la instancia que como ninguna otra hoy corre peligro a manos del entuerto ultraderechista que bombardea el mundo: el deseo. Esa fuerza vital que anima los cuerpos; enciende los rostros; estalla en danza; hace cantar a la esperanza; repara los corazones; y desaloja las pasiones tristes para que el amor haga que los genitales tengan mejor destino que el porno de las pantallas.
En este punto, Cristina es imbatible. Despliega un saber hacer con su posición de causa que no posee ningún otro líder o lideresa. Se sabe linda, hermosa. De una muy especial belleza. No tiene que ver con un patrón estético. Es lo que transmite su cuerpo. La manera en que ella se ubica como mirada enamorada del enamorado al verla pintar sus mejores sueños. Esos que solo pueden traducirse en palabras plurales: nosotros; somos estamos; queremos; amamos; cantamos; vamos. Palabras que hacen del propio cuerpo un compañero compañera. Y entonces allí, cual la tortuga con Aquiles, le sacamos un metro al individualismo, los argumentos a la mentira; el antifaz a la estafa; la precisión al cálculo; la razón a los miedos; la crueldad a la locura. Esta es la belleza de la amada en el balcón. La estética del acontecimiento pueblo. Su carne. Allí Cristina es inexpugnable. Como Eva. Como el peronismo cuando se hace peronista. Porque es ahí mismo donde se asienta el único poder de ese movimiento. La capacidad de generar líderes que le hacen Justicia a los cuerpos.
La historia sancionará el enorme error cometido por el esperpento gorila al proscribir a Cristina. Ya lo está haciendo. Tienen miedo. Ellos. Ellos tienen miedo. Por eso reprimen. Jamoncito perdió centralidad, se le escapó la tortuga. Aquel último clavo en el cajón del kirchnerismo se les incrustó en el pie. Y cuando desalojan a la militancia de San José al 1100 se vuelven a equivocar. El balcón de Cristina se domicilia con los niños y niñas del Garrahan; los indigentes; la ciencia; el arte; la cultura; el trabajo; el estado de derecho; los jubilados y jubiladas; la diversidad sexual; la producción; la educación; la democracia; los pibes de Malvinas; los y las desaparecidos/as; los pibes y pibas restituidos; lo que restan por encontrar y en todo ese pueblo que siempre vuelve. Porque en el balcón de la amada está la dignidad. ¡Afuera! gritaba el desquiciado. Y hoy resulta que la tienen bien adentro, como decía D10S. Cristina es “éxtima”: esa íntima exterioridad que hoy hace bailar y cantar a los cuerpos. El balcón de la amada.
*Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.