Desde Constitución hasta el Obelisco, y desde Once hasta Plaza de Mayo, cientos de miles de manifestantes que caminaban en todos los sentidos posibles fueron protagonistas de una gran coreografía loca. Columnas que iban y venían, miles de banderas que se desplazaban, cartelones de los sindicatos que navegaban sobre decenas de miles de cabezas de aquí para allá. Y a ese enorme espectáculo se le encimaba el inútil despliegue masivo y amenazador de cientos de motociclistas armados como si fueran soldados ucranianos en Kursk, camiones blindados, hidrantes y efectivos a pie diseminados en todo ese gran despelote.
Los taxistas que votaron a Javier Milei deben estar de festejo. Nunca estuvo tan desordenada la Ciudad de Buenos Aires como sucede desde que Patricia Bullrich llegó al Ministerio de Seguridad. En el Partido Justicialista dijeron que había medio millón de personas. Es una cifra calculable, difícil de precisar, pero si se compara ese movimiento caótico de multitudes por todos los rincones de la ciudad, es una cifra posible.
Era miércoles, día del jubilado hambriento y apaleado. Otras veces, los jubilados que se reúnen frente al Congreso han recibido la solidaridad de los movimientos sociales y hasta de las hinchadas de fútbol. Este miércoles podrán regresar a sus casas sin pasar antes por el hospital, ya que decidieron sumarse a la marcha contra la proscripción de Cristina Kirchner y dejaron con las ganas a los efectivos del gas y el garrote, famosos por su valentía.
En las estaciones de trenes y de subtes, miles de pasajeros de edades y condiciones sociales indistintas entonaban: “Somos de la gloriosa, juventud peronista…a pesar de las bombas, de los fusilamientos, de los compañeros muertos, de los desaparecidos…no nos han vencido…” La movilización cubrió la ciudad, por eso la cifra es creíble.
Movilizar a medio millón de personas en un país desmovilizado y escéptico, como se demostró en el alto ausentismo de las últimas elecciones, constituye un feńomeno interesante, sobre todo para los que daban por fenecido al peronismo. El medio millón no incluye a las grandes movilizaciones que se realizaron también en ciudades del interior del país.
Toda esa movilidad obedeció a que hasta último momento no se había precisado la hora ni los puntos de concentración, porque recién el día anterior se dilucidó si Cristina Kirchner debía apersonarse o no en los tribunales de Comodoro Py. Y varios miles, algunos de los que habían llegado de las provincias, quisieron pasar antes por el domicilio de la expresidenta, en Constitución.
Tampoco estaba claro si podía salir al balcón de su casa a saludar. Colgó un mensaje en las redes pidiendo al juez que le aclare el punto, mientras en la calle miles de personas amontonadas como en el tren en hora pico, le pedían que se asomara a saludar entre humos tribales de choripán. De repente, entre la humareda empezaba el grito “el que no salta, votó a Milei” y ese universo apretado comenzaba a moverse al unísono de arriba a abajo. El apretujamiento hacía imposible abstenerse. Hasta un discapacitado, que también los había, hubiera saltado.
Finalmente le negaron el permiso y no salió. Pero los manifestantes igual hicieron su fiesta de protesta. En toda la pared del edificio y en edificios cercanos pegaron mensajes y agradecimientos. En la puerta quedaron decenas de estampitas y medallitas de innumerables vírgenes y santitos difíciles de identificar para el profano.
Frente a la casa de San José y Humberto Primo cada quien contó su historia: cómo consiguió el trabajo con Cristina, cómo sanaron a su hijo, cómo pudo ir a la universidad, cómo entendió por fin al peronismo de sus padres, cómo consiguió para comer cuando no tenía, cómo pudo terminar la escuela, cómo pudo tener casa propia, cómo se pudo jubilar su madre, cómo, cómo, cómo, una interminable lista de historias personales que se originaron en políticas de los gobiernos kirchneristas.
Habrá personas que no tendrán nada que agradecer. Pero hay muchos más que sí, no fue una ilusión o “relato”. Y habrá muchos mezquinos que fueron favorecidos, pero no agradecen y están furiosos porque no fueron los únicos y piensan que los demás no se lo merecían.
Además de movilizar en un país desmovilizado, no fue una movilización aburrida. Había complicidad, hermanamiento. Hace bien ser agradecido. Pero el camino hasta la Plaza de Mayo no fue tan bullicioso. Todos iban apurados a los puntos de concentración y unos pocos más ordenados y numerosos trataban de llegar primeros. La Marcha Peronista y el Himno fueron cantados como veinte veces en cada esquina en las que cada grupo quedó encajado.
La ilusión de escuchar o ver a Cristina Kirchner estaba latente en la multitud. Como a las 15.00 se la escuchó desde los altoparlanetes que había en la Plaza. Pero pocos entendieron lo que dijo porque el sonido de los amplificadores reverberaba. Y los que estaban más atrás ni siquiera se dieron cuenta y seguían machacando los bombos lo que impedía escuchar a los que estaban más adelante. Cuando el discurso de Cristina estaba promediando, los de atrás entendieron lo que pasaba y se callaron, pero pocos pudieron saber lo que decía y seguramente lo leyeron al llegar a sus casas.
La principal dirigente del peronismo y de la oposición dio un discurso desde su lugar de reclusión a cientos de miles de personas. Ha sido un día que los abuelos contarán a sus nietos. Y al revés de lo que se podría suponer, esa multitud que se volcó a las calles a protestar por la condena a Cristina Kirchner, no lo hizo con odio, sino con la alegría de la lucha, lo cual será más peligroso para sus enemigos.