Ocho décadas después del primer bombardeo atómico de la historia, Hiroshima volvió a alzar la voz. En una ceremonia marcada por el dolor persistente y una clara advertencia al presente, la ciudad japonesa exigió un compromiso global concreto para terminar con las armas nucleares. El aniversario número 80 de la tragedia reunió a una cifra récord de representantes internacionales y se convirtió, una vez más, en una plataforma de denuncia ante el avance silencioso de las políticas armamentísticas.
En medio de un clima sofocante, con temperaturas que rozaron los 35 grados, unas 55.000 personas asistieron al acto central en el Parque Memorial de la Paz. Sobre el escenario, el alcalde Kazumi Matsui leyó una nueva “Declaración de Paz”, en la que llamó directamente a los líderes mundiales a abandonar la retórica bélica y visitar la ciudad para observar en carne propia las consecuencias de un ataque nuclear.
Las palabras del intendente resonaron con fuerza: “Presencien con sus propios ojos lo que provoca un bombardeo atómico. Acepten el espíritu pacífico de Hiroshima y comiencen a debatir un nuevo marco de seguridad basado en la confianza y el diálogo”. El mensaje, claro y directo, apuntó a quienes sostienen que el equilibrio militar depende del poder destructivo.
Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares
La jornada no estuvo exenta de tensiones. Mientras en el interior del memorial se desarrollaba el acto oficial, afuera se escuchaban las consignas de manifestantes que exigían una postura más firme contra la proliferación nuclear. El telón de fondo no hizo más que reforzar lo que horas antes advirtió Melissa Parke, directora ejecutiva de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN): “El riesgo de uso de armas nucleares es más alto ahora que nunca”.
Premiada con el Nobel de la Paz en 2017, la organización alertó sobre el peligro de normalizar el uso táctico de este tipo de armamento. Parke recordó que las bombas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki —que mataron a decenas de miles de personas en segundos— serían consideradas hoy como armamento de escala táctica, una categoría que, según ella, minimiza el impacto real de estos dispositivos.
Frente a esta amenaza latente, ICAN insistió en la urgencia de construir tratados que vayan más allá de las declaraciones simbólicas. El desafío, reconocen, no pasa solo por eliminar las armas existentes, sino por frenar una narrativa global que vuelve a justificar su existencia como elemento disuasivo.
La ceremonia principal tuvo su momento más emotivo a las 8:15 de la mañana, hora exacta en la que, el 6 de agosto de 1945, el bombardero Enola Gay lanzó sobre la ciudad la bomba ‘Little Boy’. El silencio fue interrumpido solo por el tañido de la Campana de la Paz, que marcó el minuto de homenaje a las víctimas. Se estima que unas 70.000 personas murieron de inmediato, y el número total de fallecidos por los efectos de la radiación superó los 140.000 hacia fines de ese año.
El acto también estuvo atravesado por gestos simbólicos. Jóvenes japoneses hicieron sonar la campana, y delegaciones de países tan diversos como Israel, Ucrania y la Autoridad Palestina ocuparon sus lugares. Rusia, en cambio, brilló por su ausencia, una señal que no pasó desapercibida en un contexto geopolítico cada vez más tenso.
El primer ministro Shigeru Ishiba aprovechó la ocasión para reafirmar el compromiso de Japón con el desarme nuclear. Durante su discurso, rechazó categóricamente la posibilidad de compartir armamento atómico con Estados Unidos y reiteró los tres principios históricos del país: no poseer, no fabricar y no permitir el ingreso de armas nucleares en su territorio.
“Es nuestra misión liderar los esfuerzos globales para lograr un mundo sin armas nucleares”, sostuvo el mandatario. No fue una declaración aislada. Desde hace años, Japón intenta posicionarse como referente moral en esta agenda, aunque su rol sigue generando controversias, especialmente por la presencia militar estadounidense en el archipiélago.
Fuente: Ambito