Racing emociona al fútbol argentino. Es grito, llanto, abrazo, mirada al cielo, fiesta y agradecimiento donde se encuentren dos hinchas de la Academia. La Olla hirviente de Asunción, con sus cuarenta grados irrespirables de sensación térmica fue el epicentro del estallido racinguista. Con más de 25 mil hinchas sofocados en la tribunas y por lo menos otros tantos dando vueltas en los alrededores. Pero la consagración como campeón de la Copa Sudamericana tras haberle ganado 3 a 1 la final a Cruzeiro de Belo Horizonte también rebotó en el Cilindro de Avellaneda, donde se juntaron otros treinta mil hinchas para compartir la tarde triunfal, desde luego en el Obelisco porteño y en muchos puntos de la Argentina futbolera que se envuelve con los colores celeste y blanco, los colores del país.
Hacía treinta y seis años que Racing no ganaba una copa internacional: la última había sido la Supercopa de 1988 también ante Cruzeiro y en el gigantesco estadio Mineirao. Por eso, este título tiene una vibración tan especial. Muchas cosas pasaron desde entonces en la historia académica. A fines del siglo veinte, el club incluso estuvo a punto de desaparecer.Recién en la última década, las nuevas generaciones de hinchas pudieron dejar atrás los sinsabores que habían amargado tantas tardes y tantas noches de sus padres y abuelos. Y paladear la gloria recuperada. Racing hace mucho tiempo que ha dejado de ser noticia por lo malo. Ahora es noticia por lo bueno. Y suma un nuevo trofeo a sus vitrinas: la Copa Sudamericana. Que le permitirá jugar en 2025, otra Copa, la Libertadores.
Gustavo Costas, más que técnico, un hincha enfermo de Racing que está al frente del equipo, es la bandera de tanto sentimiento. Eléctrico, poseído, imparable, fue y vino por el costado toda la tarde como el más activo de sus jugadores. No se bajó de la moto ni siquiera en esos demoledores veinticinco minutos iniciales en los que Racing sacó dos goles de diferencia y casi que liquidó la final. Explotó de rabia cuando a los dos minutos, le anularon el primer gol al uruguayo Gastón Martirena por un offside ínfimo de VAR de Salas en la jugada previa. Y volvió de explotar pero de alegría con otro gol de Martirena a los 17 (un centro que se le metió por el segundo palo al arquero Cassio) y el del goleador Adrián “Maravilla” Martínez (diez goles en once partidos) que cinco minutos más tarde, definió con un toque corto una gran corrida de Salas desde la izquierda.
Racing sintió el despliegue y la presión que había metido en ese arranque doblemente infernal (por el ritmo y por la tarde). Y bajó la intensidad en el segundo tiempo. Tanto que Cruzeiro que no había hecho casi nada hasta ahí, descontó por intermedio de Kaio Jorge a los siete minutos. Pero en medio de su propia locura, Costas tuvo la frialdad para oxigenar la media cancha con la entrada de Zuculini por Almendra y para darle piernas al contraataque con Roger Martínez por “Maravilla”.
Con la solidez de sus centrales De Cesare, Sosa y García Basso y con “Juanfer” Quintero disminuido por un tobillo golpeado, Racing aguantó bien las embestidas brasileñas y en el descuento, tuvo dos chances para definir: una lo malogró Salas, la otra la convirtió Roger. Ahí mismo, aquí y allá se aflojaron los nervios contenidos y empezó la fiesta de Racing. A Costas ni con el pitazo final lo pudieron parar. Pero ahora corría con el impulso de la felicidad. Había salido campeón como técnico. Pero también como hincha. Y eso era lo único que le importaba.