María Faraone hace oír su grito por la paz en la Bienal de Florencia


Su debut profesional no fue programado, sino consecuencia de un descubrimiento por ojos expertos, una propuesta que le cambió la vida. Durante la masacre de Ruanda, en 1994, Faraone había observado, en un diario, al leer las noticias durante su desayuno, un retrato fotográfico de una familia africana atravesada por un dolor insoportable. “Transmitía un dolor tan intenso que me llevó a pintarlo”, dice a este diario “a crear un cuadro. Yo había pintado mucho hasta entonces pero nunca había expuesto, ni tenía intención de hacerlo. Pero Manuel Zamora, el galerista, vio este cuadro y me preguntó si lo había comprado. ‘No, lo hice yo, igual que estos otros que están aquí en casa’, le respondí. Sorprendido, me propuso de inmediato hacer una muestra. La hicimos, y fue un éxito. Allí comenzó mi carrera profesional en el arte”.

Expresión de una raza

Esa primera serie, titulada “Expresión de una raza”, reveló la huella que dejaría en su trayectoria: la pintura como respuesta al sufrimiento colectivo. En su libro “La emoción de la pintura”, Faraone describe de esta forma algunos de esos retratos.

Sobre “Ternura” dice: “surge ante mi necesidad de crear una imagen de vivencia universal en medio de circunstancias extremas. En el momento sublime de comunión entre una mujer y su hijo. El lenguaje no tiene fronteras”. Sobre “Retrato de mujer”: “expresa mi deseo de ver alegría en los rostros que fueron surcados por lágrimas. La sonrisa puede ser más bien una mueca cuando el dolor se ha instalado en el alma. Es por eso que puse especial énfasis en la alegría de los rostros”.

Con el tiempo llegaron otras series de fuerte carga simbólica y cultural: “Carnaval de Venecia”, distinguida como Revelación del Año por Aerolíneas Argentinas, o “El mundo de la ópera”, donde pintó veintitrés títulos líricos (entre ellos “Tosca”, “Madama Butterfly”, “Lucia di Lamermoor”, “La dama de pique”, “Ariadna en Naxos”) y colaboró con el Teatro Colón en cubiertas de conciertos.

“Mi admiración por la música de Puccini fue un factor fundamental en mi deseo de tomar algunos de sus personajes como vehículos para expresar mis sentimientos”, escribe en “La emoción de la pintura”. “’Tosca’ es, para mi gusto y en todas sus arias, un compendio sublime de belleza musical. La pintura muestra a la protagonista de la escena final, momentos antes de suicidarse en medio de la desolación. El caos es el costo de las pasiones desordenadas. La desesperación invade el espíritu que, como prisionero de una encrucijada sin salida, es aliada de la muerte”.

Faraone no duda si tiene que elegir entre lo abstracto y lo figurativo. “Yo voy a contracorriente. Siempre me atrajo la pintura figurativa, admiro algunos artistas abstractos, sin duda, pero soy una persona que necesita valerse de la figura. Amo la belleza, el color, y necesito expresarme a través de esa vía. Incluyendo lo onírico, desde luego, que no deja de ser figurativo. Reitero, no quiero descalificar la abstracción y algunos de sus artistas geniales”, afirma.

Faraone también produjo retratos, obras de inspiración religiosa como El Vía Crucis exhibido en la UCA, o personales, como el del crítico de arte Rafael Squirru, el primero que apoyó su labor, y una vasta producción de imágenes que forman parte de colecciones privadas e institucionales. Sin embargo, lo social sigue latiendo en cada trazo.

“Por naturaleza soy sensible”, continúa en el diálogo con este diario. “Me afecta lo social, las injusticias, la guerra, el hambre. De modo que cuando uno vive el arte realmente, toda esa sensibilidad aparece en la tela”.

Esa sensibilidad no siempre fue comprendida de inmediato. En una visita a Nueva York, recuerda la artista al contar una adécdota, ocurrió una escena reveladora: “Estábamos alojados en un hotel un poco distante, y teníamos una combi que nos acercaba al centro. La persona que la manejaba era negra. Cuando me bajé le dije: ‘Yo pinto gente africana’. La mirada que me dirigió me dio a entender que lo había tomado a mal, me miró con odio. Bajé, fui a buscar un catálogo de la muestra, se lo llevé y le dije: ‘Señor, yo soy solidaria con este sufrimiento’. Entonces, después de contemplar las pinturas, me tomó la mano, me miró a los ojos, con lágrimas, y me dijo: ‘I love you, indeed’. Fue muy emocionante”. Ese encuentro le confirmó que la pintura puede abrir un puente donde las palabras fracasan.

Faraone Cry

“Un grito por la paz”, el cuadro de grandes proporciones que María Faraone llevará a la Bienal de Florencia.

Un grito por la paz

Hoy la artista se prepara para participar en la Bienal de Florencia con una obra de contundencia simbólica, “Un grito por la paz”. La describe ante este diario con pasión: “Lo que trasunta esta obra es el odio enquistado a través de los años en la historia de la humanidad. El hombre ha involucionado en lugar de evolucionar”.

Y continúa: “Hoy miramos a nuestro alrededor y es todo un polvorín: Gaza, Ucrania, las amenazas nucleares. La especie humana está condenada por su apetito de poder y de venganza. El arte y la cultura, en ese sentido, son un refugio en los cuales volcar ese dolor”.

En el lienzo se abre un ojo superior, el ojo de Dios, que observa una composición gobernada por animales que encarnan a los líderes políticos, figuras que manejan los hilos de la violencia y deciden sobre la vida y la muerte. A un costado, una figura pensativa representa a las Naciones Unidas, impotente, casi decorativa. Debajo, madres y esposas desgarradas, un soldado que no entiende lo que ocurre, y al fondo una fila de combatientes que marchan hacia la guerra.

“El árbol muerto al que otro soldado se aferra proviene de una fotografía real tomada en Ucrania”, aclara Faraone “mientras las tumbas anónimas recuerdan que la muerte no distingue bandos. Incluso aparece un casuario, el ave más letal del mundo, metáfora de esa agresividad ciega que acecha a la humanidad. Es un ave australiana: en sus patas hay una uña que es una navaja, capaz de destrozar a cualquiera. Me pareció importante darle un lugar en la composición”.

La contundencia de esta pieza se inscribe en una trayectoria reconocida por múltiples premios: el premio de la Artitud Gallery (París), el Primer Premio en Dibujo de Desde la Plástica, el Primer Premio en Pintura del Encuentro de Artistas Argentina-Brasil, el Primer Premio en Pintura del Museo Histórico del Ejército y Fuerte de Copacabana, y la Medalla de Oro de la Academia Brasileña de Arte, Cultura e Historia.

Sus libros “La emoción de la pintura” y “Tintas y dibujos” fueron presentados en la Feria del Libro del MoMA de Nueva York, y sus experimentaciones más recientes exploran el arte-objeto con técnicas mixtas que incorporan ropajes y materiales industriales.

Como explica el curador de su obra, Julio Sapollnik, en estas obras la artista convierte lo ordinario en extraordinario, propone un viaje que transforma los objetos cotidianos en piezas estéticas cargadas de brillo y textura, y convierte al espectador en “artista de la contemplación”.

Durante la pandemia, agrega Sapollnik “María Faraone desarrolló una nueva serie de obras que impactan en la emoción del contemplador. En esta ocasión se vale de diferentes técnicas: la suavidad del dibujo, la atracción del color y una manera de vestir a los personajes, con gran cuidado en la aplicación de diferentes ropajes, que le permite extender las obras dentro del concepto de ‘objeto contemporáneo’”.

“El arte objeto”, continúa el curador, “del término francés objet trouvé, comprende el arte realizado por medio de adaptaciones y/o modificaciones de elementos cotidianos industriales que habitualmente no tienen una función estética, pero que, el hacer del arte, les otorga una exégesis artística y poética. Partiendo de los elementos ligados a la tradición académica: línea, color, proporción, perspectiva, realiza un viaje que transforma el objeto cotidiano en una pieza de arte”.

Ella misma lo resume con palabras casi íntimas: “Son diferentes técnicas que me permiten extender las obras dentro del concepto de ‘objeto contemporáneo’. La esencia del arte reside en lo que el cuadro-objeto evoca en el espectador”.

En esa fusión de tradición y ruptura, de dolor colectivo y búsqueda de belleza, se sostiene la obra de María Faraone. Una obra que, desde Ruanda hasta Florencia, sigue recordándonos que la pintura puede ser un grito, un refugio, una pregunta sin respuesta y, al mismo tiempo, un gesto de ternura frente a la ferocidad del mundo.


Fuente: Ambito

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