Vientos de cambio se respiran en Europa: dejar hacer ya no corre más. Francia, cuna del laissez faire, pavimenta el camino para convertirse en el primer país en regular el mercado de ultra fast fashion global. La Asamblea Nacional aprobó un mes atrás por unanimidad la ley popularmente conocida como “Anti-Shein”. El texto tuvo un apoyo transversal en un país donde la industria textil se consagró como faro de la moda mundial. Pero hoy esa luz está en peligro y se ve amenazada por las importaciones chinas.
El proyecto pasó luego a la Cámara de Senadores, donde también consiguió un respaldo casi total luego de que se le agregaran algunas modificaciones, que según algunos sectores ecologistas “vaciaron el contenido de ley”. La crítica se centra en que las marcas europeas como Zara y Hennes & Mauritz (H&M) quedaron exentas del alcance de la legislación.
Página|12 habló con una de las diputadas que impulsó el proyecto en la Asamblea Nacional francesa, Anne-Cécile Violland. De acuerdo a los objetivos establecidos en el Acuerdo de París, la ley pretende “cambiar la industria hacia un modelo más sostenible” y “responder a una emergencia ambiental, lograr que los consumidores puedan acceder a un mejor producto” a través de un sistema de penalizaciones y bonificaciones para, en última instancia, fortalecer a la industria textil local.
¿Pero qué es la moda ultra rápida?
“La ‘fast fashion’ o ‘moda exprés’ se caracteriza por la colocación en el mercado de un gran número de nuevos modelos y casi una renovación de colecciones permanentes”, detalló Violland.
En el texto se incorporó una definición que especifica los alcances de este modelo de producción. Ante la consulta de este diario, la diputada confirmó que el proyecto que se debatió en la Asamblea Nacional francesa era más ambicioso que las propuestas del Senado.
La periodista Irina Sternik hizo un racconto en su newsletter “Lado B News” de los métodos particulares que la plataforma e-commerce emplea para persuadir al comprador a partir de estrategias en la experiencia de usuario de la página. Explica que en algunos casos se encontraron hasta 20 prácticas de lo que se conoce como dark patterns, que son técnicas de manipulación para que el usuario compre más.
El texto que impulsó Violland contempla la prohibición de la publicidad de este tipo y se extiende hasta la figura de los influencers en contexto de colaboraciones comerciales a quienes se le impone multas de hasta 20.000 euros.
Producción, ambiente y contaminación
Pero además, los números de la producción de la moda ultra fast-fashion son alarmantes.
Violland detalló, que según la Agencia Francesa para la Transición Ecológica (ADEME), cada año se venden en el mundo más de 100 mil millones de prendas. “Su producción se duplicó entre 2000 y 2014. Por otra parte, según la organización ‘Refashion’ (un programa ecológico de gestión de residuos textiles en Francia), al cabo de una década el número de prendas ofertadas anualmente en el país aumentó en mil millones y hoy alcanza los 3.300 millones de productos, es decir, más de 48 prendas por habitante. O sea, el doble en menos de dos décadas”, precisó la diputada.
La preocupación por la sobreproducción obliga a hablar de ambiente.
“Por sí sola, la industria textil representa el 10 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, más que el de las industrias aéreas y marítimas juntas, y podrían alcanzar el 26 por ciento de las emisiones para el 2050 si las tendencias actuales de producción continúan”, dijo Violland.
Además, “el poliéster, la materia prima más utilizada, requiere para su producción 70 millones de barriles de petróleo al año, mientras que el algodón, la alternativa vegetal a las fibras sintéticas, es el cultivo que más pesticidas utiliza en el mundo y corresponde el 10 por ciento de los volúmenes producidos”, continuó.
“En la etapa de la fabricación de las prendas de vestir, el proceso de teñido utiliza sustancias tóxicas que acaban en aguas para consumo. El 20 por ciento de la contaminación del agua en el mundo sería, por tanto, atribuible al teñido y procesamiento de textiles. En China, esto representa el 70 por ciento de los ríos y lagos”, precisó.
Contradicciones de un mundo agitado
Apenas dos años atrás, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, posaba con los pulgares arriba y sostenía para la foto una camiseta de Boca Juniors con una leyenda anexada, un eslogan que es grito gutural: ¡Viva la libertad, carajo! Pero lejos y atrás en el tiempo quedó la foto y el libre comercio.
El crecimiento exponencial de la economía china pone nervioso a más de uno, empezando por el presidente estadounidense, Donald Trump, a quien no le queda a mano la agenda verde para relocalizar las industrias americanas, una de sus promesas de campaña. Desde el “drill, baby, drill” hasta su retiro del Acuerdo de París en enero pasado, la postura de Trump derramó hacia otros países, entre ellos Argentina, que hizo lo propio con su participación en la COP29, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en 2024.
Mucho puede decirse sobre los acuerdos internacionales y las formas en las que esos espacios emanan políticas específicas para países “no desarrollados”, pero en Francia el consenso alrededor de la industria nacional por vía de la protección al consumidor y el impacto ambiental fue más eficaz que la confrontación abierta con el gigante asiático.
¿Y en Argentina qué?
En Francia, apenas unas pocas voces disonantes, entre ellas la de las propias plataformas, alegaron que la regulación podría afectar a los consumidores.
“Argumentan que esto afectaría el poder adquisitivo y afectaría aún más a las personas de bajos ingresos que compran productos a precios bajos”, según Anne-Cécile Violland.
Es una de las defensas anti regulación que mayor controversia genera, el supuesto acceso de sectores que tendrían menos recursos en contextos de crisis económicas profundas y que las marcas de ultra fast fashion, la ropa barata, es lo que pueden comprar.
Pero Violland contradijo esta idea: “Un reciente estudio independiente demostró que los consumidores de estas plataformas no son necesariamente aquellos con menores ingresos, sino lo que llamamos categoría socio-profesional superior que se encuentran entre los consumidores de estas marcas en gran número, por lo que se trata de una información incorrecta”.
En última instancia, la compra de productos baratos impactaría entonces a lo que se podría considerar como una clase media profesional y, a su vez, se podría inferir que la empobrece, porque la obliga al consumo permanente: ¿qué se considera mayor poder adquisitivo? ¿Reponer prendas infinitamente o gastar una sola vez en un bien durable?
Días atrás, el presidente de la Fundación ProTejer, Luciano Galfione, dijo en una entrevista con Futurock que en Argentina permeó el discurso de que la industria nacional no es competitiva, que tiene precios exorbitantes porque “hay vivos que cazan en el zoológico” y que la ropa producida en el país “es carísima”.
Su defensa fue, en primer lugar, que el sector siempre compitió (y compite) con productos importados dado que el 50 por ciento del mercado es de origen externo históricamente. Más aún, actualmente, ese valor se encuentra en el 70 por ciento: siete de cada diez prendas que se venden en Argentina son extranjeras.
En segunda instancia, dejó en claro que las personas que consumen esas prendas no son culpables del fenómeno. “Lo que está mal es que se facilita la operatoria de productos importados y que no se hace nada para que el productor nacional pueda competir en forma leal con ese producto”, argumentó, en referencia a la falta de controles aduaneros, la legislación laboral de los países de donde proviene la ropa, impuestos locales, costos comerciales y las exigencias que responden a controles ambientales de casos como el de Shein.
“Es mucho más barato producir en esos lugares y además en Oriente toda la producción está subsidiada y a nosotros nos aumentan cada vez más los impuestos”, resumió.
En tercer lugar, el presidente de la Fundación ProTejer planteó que en la comparación de precios se suele equiparar una prenda de marca local de primer nivel, como las que venden en shoppings, con los retailers extranjeros. “Si comparo una remera de Gucci con una remera de marca argentina (de shopping), ahí no sé cuál es más cara y el valor tiene que ver con lo aspiracional y no con el valor de producción”, debatió Galfione.
Esta semana, la Cámara Argentina de Indumentaria se expidió sobre el tema. En medio de una crisis que los golpea de lleno, con despidos, suspensiones, bajas de líneas de producción y cierres, la organización convocó a todos los partidos políticos a imitar el ejemplo francés. El proyecto impulsará “controles ambientales, niveles de toxicidad, aranceles y suba de impuestos”. Queda saber qué sectores de la política atenderán el llamado.
Fuente: Pagina12