En la era del tenis potente, rápido, veloz, casi unísono, hay un hombre que disputa la posteridad y desafía la “monotonía” del presente: se llama Carlos Alcaraz, el más distinto de los distintos, el tenista contracíclico que juega a otra cosa cuando casi todos juegan a lo que dicta el período histórico.
El Foro Itálico, uno de los sitios más legendarios del circuito, lo disfrutó acaso en su versión más integral: este domingo se consagró por primera vez en el Masters 1000 de Roma y lo hizo nada menos que en un partido de sumo riesgo ante el italiano Jannik Sinner, su mayor rival y el actual número uno del mundo, quien regresara esta semana a las canchas luego de los polémicos tres meses de suspensión por aquel doble doping de marzo del año pasado.
El español de 22 años, ex líder del ranking ATP, se impuso por 7-6 (5) y 6-1 en una final que ofreció la superioridad de la táctica por sobre la explosión, una cualidad típica del tenis sobre polvo de ladrillo al aire libre. El hombre nacido en Murcia se quedó con la primera definición de un torneo grande entre ambas potencias: ganó una -hasta el momento- inédita final de Masters 1000 ante Sinner, profundizó el historial a su favor por 7-4, conquistó su 19° título de ATP -séptimo de Masters 1000 en ocho finales- y se aseguró el regreso al puesto número dos del ranking.
“Hoy hemos mostrado un gran nivel por parte de los dos, especialmente en el primer set. Ha estado muy, muy ajustado; he sacado con set points en contra. Siempre supe que todos los partidos con Jannik son muy tácticos”, analizó Alcaraz, quien apeló al temple que lo caracteriza cuando sirvió 5-6 y 15-40 frente al peligroso italiano nacido 23 años atrás en San Candido, una pequeña localidad en la región de Trentino Aldigio.
Drop shots, reveses cruzados-paralelos, variantes en el servicio, ángulos atípicos para una epoca en la que (casi) no se juega para los costados, pelotas altas, aperturas y, sobre todo, paciencia. Paciencia y sorpresa. Calma y repentización. En la era dominada por la velocidad, por la ansiedad indómita, Alcaraz sabe no apurarse. Aun con la iniciativa de su lado, incluso cuando el pie de Sinner aplastó el acelerador. Incluso cuando el resto de sus colegas destila devoción al juego directo, casi abrumador. Un culto a la táctica, al mayor atributo histórico de este deporte: colocar la cabeza por sobre el tiempo.
“Hemos jugado ya varios partidos en todas las superficie contra Jannik, en las tres. Sé cómo tengo que jugarle. Tengo que estar preparado y pensar con claridad. Debo pensar en las cosas que tengo que hacer en caso de fallar para seguir en la misma dirección. Supe lo que tenía que hacer desde el inicio y mantuve la estrategia a lo largo del partido”, examinó Alcaraz, campeón en esta gira europea de polvo de ladrillo en Barcelona y ahora en Roma –se perdió el Masters 1000 de Madrid por una lesión muscular en la pierna derecha–.
El jugador más autotélico del circuito, acaso quien más disfruta del tenis en su esencia más pura, le arrebató el invicto nada menos que a Sinner, el hombre a vencer del momento. Si bien estuvo parado tras el Abierto de Australia, el italiano cada día se asimila más a un robot imposible de desactivar. En marzo del año pasado, en Indian Wells, había dado positivo clostebol, un esteroide anabólico incluido en la lista de sustancias prohibidas. Absuelto por la Agencia Internacional de Integridad del Tenis (ITIA), llegó a un acuerdo por una (¿escasa?) sanción de tres meses con la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), que había recurrido al TAS (Tribunal del Arbitraje Deportivo). No se perdió ningún Grand Slam y regresó en Roma. Sigue arriba y Alcaraz, quien no se comunicó con su mayor rival durante la suspensión, se propuso destronarlo para volver a la cima.
El español lo tiene claro: “Es el mejor jugador del mundo, no importa que haya estado afuera tres meses. En cada torneo juega bien. Los números están ahí. Gana casi todos los partidos que juega, por eso estoy incluso más concentrado cuando me enfrento con él. Si no juego a mi mejor nivel será imposible ganarle. Es una sensación diferente, tiene aura. No diré que me siento como cuando Rafa (Nadal) y Roger (Federer) se enfrentaban, pero siento una energía diferente cuando jugamos en comparación con otros jugadores”.
Alcaraz lo sabe. Sinner, sin dudas, también. Entre ambos profundizaron la grieta: dos jugadores están muy por encima del resto. El español volverá al segundo puesto del ranking y, así, alimentará la ilusión generalizada de un nuevo cruce en una final todavía más grande que la de Roma, acaso una antesala.
En Roland Garros, el segundo Grand Slam del año cuyo cuadro principal comenzará el 26 de mayo próximo, irán por diferentes lados. Se cruzarían sólo en la final, la misma instancia a la que llegaron en Roma sin exhibir su nivel de mayor vuelo. Sin Federer ni Nadal, y con Novak Djokovic en pleno ocaso, ya no hay Big Three. Alcaraz, junto con Sinner, inauguró el nuevo paradigma del Big Two.