Cualquier noticia de los últimos días es la ratificación de un estado de cosas políticas que parecen estar congeladas, en Gobierno y oposición. Tanto es así que, casi, lo único disruptivo fue la acción protagonizada por Juan Román Riquelme, convertida en comentario nacional.
Una buena pregunta sería si el congelamiento ése es nada más que un conjunto de sensaciones, susceptible de ser revertido gracias a algún estallido o suceso hoy imprevisibles. O si, acaso, las sensaciones terminan por conformar “la realidad”.
Visto desde el campo oficialista y en particular esta semana, los mercados siguen de fiesta. No hay alteraciones cambiarias. Baja el riesgo país, que determina la tasa de interés con que el país accedería a financiamiento externo. Caputo Toto consiguió unas breves reuniones con las titulares del Fondo Monetario, desde el cual emitieron declaraciones de compromiso acerca de que rigen “metas comunes”.
Y nadie prevé -sobre todo frente al fantasma que en Argentina siempre significa diciembre- la probabilidad de episodios estructuralmente explosivos.
Esa lista de confianzas oficiales es más amplia. Pero, al cabo, no deja de ser una planilla Excel donde la gente no existe. En rigor, ni la gente ni las eventuales perspectivas.
El superávit fiscal es ese dibujo que no compra ningún economista serio de todo palo ideológico, porque fue conseguido a costa de dejar exánimes los gastos sociales y de recortes que desploman la actividad productiva. No hay asomo de inversiones que representen tímido rumbo no ya de desarrollo, sino y apenas de reanimación en mano de obra intensiva. Transferir pasivos del Banco Central al Tesoro, como si eso supusiera que la caja no es la misma, sólo es apto como ilusionismo para quienes viven en el relato mileísta de las redes.
A más, el propio FMI le dijo a Caputo que se siente a esperar la victoria electoral de Donald Trump. Se trataría de que, en una de ésas y aun cuando ganara Kamala Harris, las ¿necesidades? geopolíticas de Washington impongan o sugieran tirarle otro hueso a este culo del mundo, donde gobierna un personaje algo así como esotérico en el que -políticamente- no confían ni por las tapas.
Pero el Gobierno se exhibe firme y, como David Cufré señala en este diario, en su panorama económico del sábado, ya definió el programa cambiario hasta las elecciones de 2025.
Si las cosas le salen bien en su acepción de ganadores y perdedores de características híper regresivas, las posibilidades de ganar los comicios de medio término son realmente fuertes.
Para eso, como agrega el colega, tendrían que votarlo quienes seguirán siendo las víctimas principales del proceso: sectores populares y la empobrecida clase media. Pero puede pasar.
Afuera de la planilla donde la gente es números, los indicadores económicos revelan caídas interanuales que van de serias a estrepitosas. Pero aquello de las sensaciones no toma ese parámetro, sino el muy tibio despertar que hay en algunas pocas franjas al comparárselas contra el mes anterior. De vuelta: ningún economista serio saca las cuentas de esa manera.
Apreciada nada menos que la provincia de Buenos Aires, la más golpeada mientras su gobernador aguanta además el bombardeo de una interna patética y pasible de acabar en papelón, véase el informe de la actividad metalúrgica (está ampliado en el artículo de Luca Fernández, en Buenos Aires/12 del viernes pasado).
Según esos datos de los industriales que agrupan al área y siendo que el territorio bonaerense es el 60 por ciento de la producción nacional, el volumen instalado se utiliza por la mitad. Hablamos de Tandil, de Olavarría. De Junín y alrededores, donde está el centro de la maquinaria agrícola. Y de la zona norte provincial, donde además se encuentran las fábricas automotoras y los anillos proveedores de esa industria.
Más fácil todavía: una de cada dos máquinas está parada y eso involucra a todas las regiones. Pero, como en varias de ellas disminuyó la intensidad de los descensos al cotejársela con el mes previo y no con el año anterior, en lugar de una tragedia económica parecería reinar imagen de recuperación. Impresionante.
A propósito de esa construcción fantasiosa y siquiera coyunturalmente, no le restemos méritos salvajes a la capacidad e impunidad discursiva de los libertaristas.
Basta tomar el ejemplo de la ¿inconcebible? diputada Lilia Lemoine, quien volvió a demostrar que pueden cruzarse todos los límites de crueldad cínica sin mayores problemas.
Frente a la mirada impávida de los interlocutores militantes de La Nación +, más grave incluso que sus afirmaciones, dijo convencida que un amigo arquitecto relegado a manejar en Uber es síntoma de reactivación.
Quienes conocen a Lemoine en Diputados, por trato y percepción frecuentes, arriesgan que, al revés de lo que semeja, no es ninguna estúpida. Que sabe y ejecuta perfectamente un rol décontracté, animalesco, que impresiona gustoso en amplias franjas zombies de la sociedad.
Puede ser. O podría serlo hasta que, en algún momento de no se sabe cuándo y al igual que el Presidente y su Hermana en Jefe, se produzca de golpe cierta toma de conciencia acerca del Titanic al que estamos subidos.
Ese “de golpe”, según enseña entre nosotros una historia de décadas, sólo se generaría cuando parte sustantiva de la clase media sienta terremotos bancario-financieros. El bolsillo ya se lo tocaron, y cómo.
Sin embargo, querer creer que todo mejorará si se sigue aguantando, a falta de opciones alternativas, es un registro muy potente. ¿Coyuntural? Sí. Pero el problema es que la coyuntura puede extenderse tanto como las opciones no aparezcan. Y que, mientras continúe así, el sufrimiento de las mayorías va recortando calidad de vida e incrementa un desánimo capaz de prolongar las violencias cotidianas, las actitudes y pensamientos fascistoides, el ver como enemigo a la víctima de al lado.
Es entonces cuando juega papel fundamental, con escasas excepciones, la cuasi inopia de la dirigencia opositora. Está sumergida en una fragmentación de miradas al ombligo, que ni tan sólo puede ponerse de acuerdo en frenar a la fachósfera dominante.
¿Hay signos por la contraria?
Que se haya roto el bloque parlamentario de los radicales es un elemento positivo. Como hace ya mucho tiempo que la UCR significa un furgón de cola neoliberal, sumado a Macri en condición de mayordomo siendo clementes, el dato puede parecer menor. No estamos de acuerdo: apareció una reacción de rebeldía que, en tiempos desérticos, por lo menos se dispone a no seguir agachando la cabeza frente al “dialoguismo”.
La otra, como decía Perón, es imaginar que, para edificar algo, alcanzará “con poquitos”. Inclusive cuando la figura del líder justicialista despierte enconos, difícil no estar de acuerdo con que “poquitos” sirven antes nada que poco.
Naturalmente, la mirada es puesta en el contendiente mayor.
Si no se ponen de acuerdo en el peronismo y en el progresismo, insistiendo por convención en el uso de esas categorías que tampoco sirven para nada ante el fenómeno brutal que comanda a los argentinos, será en extremo complicado hallar una salida.
En el laboratorio que muchos considerarán de arena, no debería ser tan arduo arreglar un puñado de gestos e iniciativas que refresquen esperanzas.
Esta es la situación. Se presenta y convoca a un “colegiado” que la exprese con claridad. Se apartan las ínfulas personalistas lo más que se pueda. Se traza una ruta propositiva de tales y cuales medidas respecto de asistir con urgencia a los desplazados sistémicos. Se traza una ruta clara sobre el endeudamiento externo e interno. Se especifican posibilidades productivas con actores empresariales y de la economía popular, cuyas “micro” están a la altura de la macro en cuanto a chances cotidianas. Se diseña un esquema de crecimiento progresivo, dejando claro quiénes cargarán con el mayor aporte del verdadero ajuste necesario. Se desdeñan prejuicios y se avanza en tal y cual programa de diversificación exportadora, de modelo sustentable, de relaciones con un mundo multipolar.
Desde ya, todo eso es una ensoñación. Un delirio de destino tal vez igual de inútil que el rumbo adonde conducen Milei y sus mandantes. Pero, aunque sea, menos perverso.
Se cumplen 14 años de la muerte de Kirchner. Al decir titulado de Mario Wainfeld en su libro, El Tipo que Supo.
Según se observa, hay unos cuantos que parecen no saber.