Desde Córdoba
La vicepresidenta Victoria Villarruel entra de costado en una foto que está a punto de dispararse. A su lado, la vicegobernadora de la provincia de Córdoba, Myrian Prunotto, sonríe desde el palco de autoridades del Festival de Doma y Folklore al igual que el intendente de Villa Allende, Pablo Cornet, que sostiene su celular. El dedo del mandatario municipal gatilla la foto, pero la imagen nunca verá la luz digital de las redes sociales, esa tierra donde los dirigentes políticos blanquean presencias y reuniones.
Son cerca de las 21.30: la participación de Victoria Villarruel en Jesús María está cerca de terminar y la primera noche del festival casi ni empezó.
Casi una semana lleva Victoria Villarruel en Villa Allende, ciudad satélite de Córdoba, alojada como en otras ocasiones en la casa de su amigo Emilio Viramonte, cónsul honorario de Suecia y Dinamarca. Desde ese búnker vio cómo Milei y sus arietes arremetían contra la fortaleza de su imagen pública, haciendo temblar los portones.
Con ese paisaje de fondo, la agenda de la jefa del Senado en Córdoba se redujo a poco más que la visita a un exclusivo restaurante serrano en Ascochinga y a una misa en la parroquia del Carmen, donde sus cercanos dicen que fue aplaudida.
Todos en Córdoba sabían que hay cuatro ojos claros con fuego en las pupilas mirando hacia estas tierras: son los ojos de Javier y Karina.
El año pasado, hasta el recién asumido gobernador Martín Llaryora se trasladó a Villa Allende para reunirse con la vicepresidenta.
Esta vez, la única reunión política conocida y admitida la tuvo con Cornet. El mandatario de su ciudad anfitriona se encargó de hacer saber que en esa reunión no se tejieron acuerdos en relación a armados de cara al año electoral. Todo institucional. Protocolo y cercanía personal. Pero no: nada de política.
Es que el intendente es macrista de Mauricio pero está en una posición incómoda por los dos combates de la categoría de los pesados: su jefe político versus Patricia Bullirch y Javier Milei versus Villarruel. Cornet se siente cerca de todos y por preservación propia preferiría la pipa de la paz.
Con el intendente de la localidad vecina a la capital cordobesa, Victoria Villarruel recorrió el hospital municipal y casas de un plan de reparación de viviendas. Solo un par de etéreas stories de Instagram –que desaparecen en 24 horas– muestran ese recorrido. Hace semanas, con María Eugenia Vidal recorrió casas de ese mismo plan y eso sí fue publicado con tinta digital indeleble.
¿El resto de la dirigencia política que podría sintonizar con Villarruel? De vacaciones algunos, encogiéndose de hombros otros ante la consulta periodística.
Campo afuera
En 2024, cuando todavía no se habían lavado las copas del festejo de la asunción de Javier Milei en la presidencia, la vice llegó a Córdoba a marcar presencia federal. Ya tenía la herida abierta que le dejó la designación del tándem Bullrich/Petri en Seguridad y Defensa, ambos prometidos a ella, pero todavía era para el público la compañera inseparable del ahora presidente desde los tiempos de trinchera legislativa en Diputados.
Su presencia en el festival fue de un protagonismo absoluto. Recibida en la municipalidad por el intendente de Jesús María, Federico Zárate, fue distinguida con el nombramiento de huésped de honor. Llegó en el pico de la noche, con la transmisión televisiva al aire y con el público ya inundando la arena de la doma y cercano al palco de autoridades. Se mezcló entre el público, repartió selfies, saludos, recibió regalos.
El único gesto de hostilidad fue de Peteco Carabajal, que al verla llegar le dijo al público desde el escenario: “No se paren que no ha llegado nadie”. Solo sirvió para reforzar los aplausos a la vicepresidenta. El locutor oficial se apuró en mimarla apenas calló su voz el santiagueño: “Victoria, ¿la está pasando bien? ¿Sí? ¿Está feliz? Todo ese cúmulo de gente hermosa donde los argentinos hemos depositado la esperanza, Victoria, así que vamos a seguir acompañando. Aunque cueste vamos para adelante”.
Hasta que logró su punchline. Su gancho comunicacional. Su inmortalidad tuitera. Tomó de un mate gigante al lado de un hombre con atavíos gauchos, alguien lo hizo foto y la producción memética nacional solo tuvo que agregarle la leyenda “lágrimas de zurdos”. Después la tropa libertaria hizo lo suyo.
Los libertarios disparaban a discreción el meme de su vicepresidenta contra adversarios políticos. Domar, domado, domada, doma clásica. Toda controversia de redes tenía al final del camino la repetida postal de Villarruel sorbiendo lágrimas de zurdos de un mate monstruoso en Jesús María.
Paradojas de la doma, parte del folklore: pasaron solo un puñado de meses pero 2025 fue otra historia.
Todavía no había caído el sol cuando Victoria Villarruel llegó al anfiteatro José Hernández de Jesús María. A las afueras llegaban desde el escenario los rumores de “Campo afuera”, belleza de la música nacional forjada por Carlos Di Fulvio. La vicepresidenta agarró una empanada y gambeteó las preguntas políticas.
“Como siempre Córdoba me recibe con amor. Acá soy cordobesa”, musitó.
Estuvo reunida algunos minutos en una sala privada del anfiteatro con el intendente Zárate, el presidente del Festival, Juan López, el titular de la Agencia Córdoba Turismo, Darío Capitani, y la vicegobernadora, Myrian Prunotto.
A unos pasos estaba el dirigente político más fuerte de estas tierras: Luis Picat, que fue presidente de la Sociedad Rural de Jesús María, luego intendente y ahora diputado nacional, declarado héroe por Milei y declarado prescindible por su partido, la UCR, que lo exoneró. Era el más mileísta de los presentes, con una peluca solo comparable a la de Rodrigo de Loredo.
En diálogo con Página/12 le bajó el tono a la influencia de la tensión con el presidente, pero los gestos fueron ostensibles: caudillo de estos pagos, no habló en ningún momento con la vicepresidenta y en el palco de autoridades mantuvo la mayor distancia posible.
No ha llegado nadie
Victoria Villarruel se hizo ver ante el público pero esta vez no hubo selfies, ni abrazos, ni calor popular. Detrás suyo se extendía la arena yerma donde un rato después caballos intentarían sacarse de encima al hombre que los monte y hombres que montan intentarían sostenerse arriba de caballos endiablados.
Era temprano, las tribunas -a esa hora todavía bastante despobladas- quedaban lejos. Los locutores oficiales saludaban el desfile de delegaciones provinciales, jinetes, escuelas, estudiantes, abanderados que pisaban el campo llevándose sin mucho entusiasmo el último sol de una tarde infernal. En el palco de autoridades, Federico Zárate, Myrian Prunotto y Juan López cumplían con la obligación institucional de ser buenos anfitriones y la vicepresidenta tenía a su lado a algunos intendentes e intendentas de localidades de la zona. Picat estaba pero no lo busquen en las fotos.
Casi una hora después empezó la transmisión televisiva. Dicen que una voz de la organización pidió ponchar a Villarruel durante el himno pero que si antes y después de eso su protagonismo en pantalla se diluía, mucho mejor. Todos saben que en Olivos hay televisores. No sucedió: la vicepresidenta apareció siete veces en la transmisión.
Eso sí: casi no se la nombró.
Juan López, presidente del Festival, dio el discurso de apertura tras el toque del clarín y el himno nacional –para el que Victoria Villarruel se sacó el sombrero-, y abrió nombrando a las autoridades presentes. Fue la única mención a la vicepresidenta, pero el eco de ese nombre en las tribunas no fue una masa sonora sólida, compacta, imposible de individualizar o atomizar. No. Fue un raquítico compilado de palmeteos aquí y allá, que se refugiaron rápido en el silencio que en lugares masivos es mejor que la soledad.
Habían nombrado a Victoria Villarruel. Pero el público no se paró, como si no hubiera llegado nadie.
La cautiva
La vicepresidenta abandonó el palco a los pocos minutos de comenzada la música. Junto al resto de las autoridades, se predispusieron a una larga cena en una de las parrillas del anfiteatro. Se sentó en el primer piso del restaurante bajo una luz amarillenta. Desde el playón de abajo la postal mostraba a la vicepresidenta debajo de un cartel con el nombre del lugar: “La cautiva”.