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Con frío, lluvia o de madrugada: el aguante de los incondicionales de Cristina | Las voces de la vigilia militante frente al departamento de Constitución



Los testimonios nunca son idénticos. Las apelaciones al bienestar añorado de los doce años de gobiernos peronistas, las universidades públicas, los satélites, las jubilaciones, las notebooks, se repiten de modos distintos. Quién y cómo testimonia y desde dónde son enunciados los motivos para estar a toda hora, con sol, frío y lluvia, en esa calle de Constitución, muestran una innumerable lista de razones condensadas en un solo nombre: Cristina Kirchner. Esta fue y es, quizá, su potencia que no solo recuerda agradecimientos por un pasado, sino también los deseos y las necesidades de volver a pensar cómo salir del infierno de la derecha cambiemita, libertaria y sus cómplices.

Diálogos de distintas generaciones son un murmullo constante que se convierte, de a ratos, en cánticos y gritos para pedir que Cristina salga al balcón, esa pequeña superficie de su vivienda que se convirtió en tema central de los pasillos de Comodoro Py, como si no tuvieran urgencias que atender. Ese murmullo combinado con cánticos resuena en un barrio en el que casas centenarias con hermosas molduras se intercalan con edificios más modernos de dudoso gusto. Las esquinas de San José y Humberto Primo dieron forma a un ágora de 24 horas, cuando antes era un cruce que en las noches se convertía en una posta de un circuito picante. 

El edificio de San José 1111 tiene cuatro pisos de formas clásicas y elegantes, de color claro, que resaltan y combinan con entorno de un vieja Buenos Aires siempre amenazada por la pica del negocio inmobiliario que hace años comanda el PRO. Desde que se supo del rechazo de la Corte Suprema a abrir el bochornoso caso con el que se acusa a la ex Presidenta, cientos y por momento miles de personas comenzaron a peregrinar hasta la puerta de su casa, como en la ocasión anterior cuando fue blanco de un intento de asesinato. Agitando brazos, saltando y haciendo algún pogo de ocasión, militantes de distintas organizaciones lanzan el canto coordinado que es seguido, cuando son fáciles, por las periferias donde prefieren pararse aquellos que se acercan solos, en pareja o pequeños grupos y no pertenecen a ninguna agrupación. Como marca de época son pocos quienes no llevan sus teléfonos celulares listos en sus manos para cuando salga Ella al balcón. 

Es el caso de Beatriz, un ama de casa jubilada que grita “¡gracias, Cristina!” mirando al balcón, y agrega: “¡Salí Cristina, que vengo del lejano oeste!”. Beatriz viene desde Moreno y se apura a decir “A mí no me trajo nadie, me tomé el tren y después caminé hasta acá y no quiero irme sin saludarla porque yo nunca la tuve cerca”. Y sigue caminando nerviosa entre la multitud con el norte en esa ventana que espera se abra y se concrete su sueño, algo que pasará una hora después y entre llanto, mano que saluda, teléfono que quiere sostener para fotografiar Beatriz tuvo su momento de tierna alegría y cierra su estadía en esa esquina diciendo: “Ahora me voy feliz, solo quiero que la dejen libre”. Y saludando a los compañeros que hizo durante las horas de espera enfila por San José a patear las cuadras que la separan de la estación de trenes de Once con su foto y su alegría.

Luego de cada saludo los que se acercaron de manera inorgánica emprenden la retirada y los militantes doblan la intensidad de sus cantos, pero la esquina nunca quedará vacía porque el ir y venir por la cuatro bocas es incesante hasta llegar a cortar el tránsito cerca de las dieciocho horas cuando cierran oficinas y comercios y se multiplica la presencia de personas, voces e historias. Entre quienes llegaron luego de que lo “soltaran del trabajo” está Andrés y su familia compuesta por Norma, su compañera y sus tres hijos: dos nenas y un nene. Tienen 32 y 30 años mientras entre los pibes el más grande tiene 12. A esta familia de cinco se le nota la poca experiencia en manifestaciones, se fueron acercando tímidamente hasta que lograron pararse en la puerta de un bar. Subidos a un escalón miraban sonriendo, mientras el piberío hacía cadena de manos con su mamá que les no les soltaba la mano. 

¿Por qué están aquí? Norma sonríe un poco colorada y es Néstor quien contesta “vinimos a ver a Cristina”, al repreguntar por qué, la respuesta es una sonrisa de los dos y un recuerdo: “porque ya éramos novios cuando ella era Presidenta y podíamos estudiar y trabajar y nuestros viejos laburaban, hacíamos asado los fines de semana y ahora mis viejos no tienen ni remedios”. La familia va seguir un rato más subida a ese escalón, sin prenderse en las canciones, pero estallaron en saludos cuando Cristina apareció en el balcón y los pibes les pedían upa para poder verla, cosa que hicieron de a turnos para no irse de allí sin esa imagen que fueron a buscar.

Luego de cada aparición en este horario nocturno los cantos de bifurcan: a las elaboradas canciones de la militancia se sumaron los cantos cortos y pegadizos que llegaron hasta los que se acercaron sin banderas. Los “borombonbon” y “el que no salta es…” son hits mientras cae y durante la noche. Los destinatarios de esos cantitos son claros: Milei, Macri, Bullrich y Caputo. Cuando las centenas se convierten en miles, los cantos surgen en distintos puntos de la multitud. El cuchicheo se convierte en un zumbido de voces, canciones, diálogos y gritos que transportan el deseo que Cristina salga al balcón. 

La gente circula entre puestos de choris, hamburguesas, remeras, imanes en un recorrido sin rumbo, en un deambular de reconocimiento y abrazo de miradas de saberse entre pares. Entre quienes deambulan no son pocas “las vecinas con perritos”, mujeres de cincuenta años promedio que llevando sus perritos vestidos en sus brazos, deambulan esperando la aparición. Teresa es un de ellas. Con su perro Tito aprovechó el paseo de su perrito para acercarse y ver si puede saludarla. Teresa no tarda en decir “Yo soy peronista como toda mi familia y vivimos en el barrio desde hace años. Somos una familia de trabajadores, tenemos un pequeño negocio, una ferretería, que mi papá ahora jubilado pudo abrir en los ochenta. Hoy tenemos miedo porque se vende muy poco, nunca estuvimos tan mal y queremos que este gobierno se vaya.” Luego de hablar, Teresa se para junto a otra vecina en diagonal al balcón sumándose a la espera.

Ya es noche cerrada y son cada vez más las personas que llegan por las cuatro calles donde los bares de la zona, viejos cafés y pequeñas rotiserías con poca oferta, trabajan como nunca ofreciendo sándwiches, promos de café y medialunas, agua caliente y hasta una tarifa de quinientos pesos para el uso del baño. La Bancaria armó un gazebo y otras organizaciones embanderaron la zona. La pared de San José 1111 se transformó en una especie de altar popular donde aquellos que van por su cuenta pegan hojas blancas, rojas y verdes escritas con fibrón agradeciendo la desde jubilación hasta una carrera científica, desde la casa propia hasta viajes a Mar del Plata. Uno sobresale por lo simple y contundente: “Nos diste la posibilidad de soñar”. 

Gastón, un pibe de diecinueve años que está haciendo el CBC y su abuelo Mario, jubilado de la construcción, leen esta especie de oraciones abrazados mientras el pibe le señala dónde leer. “Estoy acá por mi abuelo, por lo que él me contó y porque yo quiero ser ingeniero civil, estudio en la UBA y veo como los profesores no les alcanza, cómo algunos de mis compañeros tuvieron que dejar de ir a clases porque no se pueden pagar el boleto, y porque me pregunto si voy a tener trabajo en un país como este”, dice. Y sigue ahí, con el brazo de su abuelo sobre el hombro mientras detrás los cantos se coordinan y suben el volumen.

Agradecimientos y sueños, historias y presentes, jóvenes y no tanto, militantes y no militantes tienen en esa esquina de Constitución un lugar no solo para protestar, sino para encontrarse, emocionarse, charlar, imaginar, pedir, actuar y expresar que lo que pasó no fue un sueño y el presente no puede seguir siendo esta pesadilla.



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