Cuando la curiosidad por la ciencia le ganó a Wanda y la China



En estos días, mientras los algoritmos de redes sociales suelen premiar peleas de la farándula o coreografías virales, ocurrió algo inesperado: miles de personas comenzaron a conectarse en vivo para ver a un grupo de científicos recolectar muestras desde un barco en aguas remotas. Conectados desde Estados Unidos, pero con investigadores del CONICET a bordo, el livestream mostró criaturas marinas desconocidas, asombro genuino y ciencia en estado puro. Y se viralizó.

Lo que para los biólogos puede parecer una rutina –tomas de muestras, observación de organismos, registros en planillas– se transformó, gracias a una transmisión constante y transparente, en un fenómeno de divulgación masiva. Gente que nunca había escuchado hablar de un ROV o de una campaña oceanográfica ahora comentaba con entusiasmo las extrañas formas de vida que aparecían en pantalla, como si se tratara de un nuevo reality show. Pero esta vez, el guion no lo escribía nadie: era la naturaleza la que hablaba.

El trabajo científico detrás

La transmisión que conquistó las redes muestra a un grupo de investigadores desplegando tecnología avanzada desde un buque oceanográfico en el Atlántico. En un entorno poco explorado, operan un ROV –un vehículo submarino operado a distancia– que desciende miles de metros para filmar y recolectar organismos marinos. Cada imagen que llega desde las profundidades ofrece no solo una postal fascinante, sino también evidencia científica sobre un ecosistema del que todavía sabemos muy poco.

Entre los científicos a bordo hay investigadores del CONICET, parte de una campaña internacional de exploración que combina recursos de instituciones extranjeras con la participación activa de la ciencia argentina. Recolectan muestras de agua, sedimentos, organismos planctónicos y bentónicos. Documentan especies, muchas de ellas poco conocidas o directamente nuevas para la ciencia. Registran condiciones físico-químicas y relaciones ecológicas que ayudan a entender el funcionamiento del océano profundo, un mundo que sigue siendo –en pleno siglo XXI– una de las grandes fronteras del conocimiento.

Pero además de describir biodiversidad, evalúan el impacto de un estresor ambiental que nos amenaza desde hace tiempo: los microplásticos. Esas partículas invisibles a simple vista ya han invadido todos los rincones del planeta, incluidos estos fondos oceánicos remotos. Estudiar cómo afectan a la fauna marina en lugares tan inaccesibles es clave para dimensionar su alcance global.

Lo notable no es solo el trabajo que hacen, sino la decisión de mostrarlo en tiempo real, sin maquillaje, sin guion, con todos los tiempos muertos, las dudas y las pequeñas epifanías que forman parte de la vida científica real.

La reacción del público

El resultado fue tan inesperado como poderoso. Miles de personas comenzaron a seguir las transmisiones en vivo. No eran científicos ni estudiantes universitarios: eran adolescentes, docentes, curiosos, jubilados, gente común que comentaba en redes sociales, hacía preguntas en los chats y compartía clips con criaturas que parecían salidas de una película de ciencia ficción.

El fenómeno fue creciendo de boca en boca (o más bien, de like en like), hasta alcanzar niveles de visualización comparables a contenidos de farándula o entretenimiento masivo. No se trató de una estrategia de marketing ni de un contenido editado: fue la ciencia tal como ocurre, transmitida con sencillez, con pasión y con una honestidad que generó empatía.

En un contexto social donde lo espectacular suele ganarle a lo importante, ver que la ciencia capturó la atención del público sin renunciar a su esencia es, en sí mismo, un hecho notable.

Lo que revela esta viralización

Lo ocurrido con esta transmisión en vivo revela algo que solemos subestimar: la ciencia interesa. La gente quiere saber. La curiosidad sigue viva. Solo necesita canales accesibles, voces genuinas y una narrativa que la acerque a lo cotidiano. No hace falta simplificar en exceso ni disfrazar de espectáculo lo que ya es asombroso en sí mismo. Basta con abrir una ventana.

También muestra que los y las científicas pueden ser protagonistas culturales, incluso sin proponérselo. No desde la pose de celebridad, sino desde el trabajo riguroso, el entusiasmo contagioso y la capacidad de compartir conocimiento sin solemnidad. Cuando eso ocurre, el interés no es forzado: se vuelve natural, horizontal, compartido.

Y, sobre todo, este fenómeno recuerda algo fundamental: la ciencia pública tiene un valor estratégico y simbólico que excede los papers o los laboratorios. Es una forma de entender el mundo, de actuar sobre él y de construir un proyecto colectivo. Ver a investigadores del CONICET a bordo de un barco internacional, compartiendo descubrimientos en tiempo real con miles de personas es una postal potente. No solo porque hacen ciencia de primer nivel, sino porque la hacen para todos.

Y no están solos. Mientras ese livestream cautiva audiencias masivas, otras instituciones científicas del país –como el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP)– siguen generando conocimiento valioso, muchas veces lejos de las cámaras, pero con igual compromiso y relevancia. En el caso del INIDEP, ese conocimiento se centra en el ecosistema marino y sus recursos pesqueros, y permite asesorar técnicamente a la autoridad de aplicación en la gestión y conservación de los mismos. Son piezas fundamentales de un sistema de ciencia que, aun sin flashes, sostiene políticas públicas, cuida recursos estratégicos y forma nuevas generaciones de profesionales.

Reflexión final

En un país donde las urgencias cotidianas muchas veces eclipsan las discusiones de fondo, esta viralización inesperada nos ofrece una pausa reveladora. Nos recuerda que la ciencia no es un lujo, ni un capricho de laboratorio, ni un gasto a revisar en épocas difíciles. Es una herramienta para conocer, para proteger, para imaginar futuros posibles. Y también, como vimos en estos días, para inspirar.

Que miles de personas hayan elegido –a conciencia– mirar un ecosistema profundo en lugar de un escándalo televisivo es una señal alentadora. Dice mucho del deseo de aprender, de sorprenderse, de formar parte de algo más grande. Y dice también que vale la pena invertir en ciencia, no solo por sus resultados, sino por su capacidad de convocar, emocionar y construir sentido común.

Ojalá sepamos leer esa señal. Y ojalá sigamos abriendo ventanas.

Agustín Schiariti es doctor en Ciencias Biológicas, investigador CONICET (IIMyC)-INIDEP.

Fuente: Pagina12