Una marcha, es una experiencia de obstinación masiva, la existencia multiplicada cuando se sabe plural. Una marcha es un fenómeno sonoro y visual, un acontecimiento sensible y sensorial. Una marcha es una aparición corpórea imprevisible en su alcance.
Una marcha es una extensa danza, lenta, cómo una mancha que se expande incontenible, un dibujo a mano alzada, a cuerpo alzándose.
Yuyo entre baldosas, verdor que se empecina a contrasombra.
Las ausencias y las presencias vuelven a trazar sus fronteras y sus proximidades. Discuten el abismo.
Ahora bien, la marcha del 24 de marzo en este país no es una marcha cualquiera, no es una marcha más ¿Es una marcha, es una mecha? Es una composición que hace converger a la memoria con lo inédito: marchamos en multitud ¿Esa marcha dura un día, apenas unas horas, durará décadas, un siglo, el entero porvenir? La marcha del 24 enlaza recuerdo y batalla, es un movimiento vivo de afirmación, un saber que necesita insistir una vez y otra y cada una, un saber que dice que la historia es una corriente alborotada de victorias y derrotas. La obstinación por recordar es inseparable de la obstinación por combatir. Es que la memoria misma es combate, no hay memoria jamás garantizada, la memoria es un trabajo. El negacionismo también.
El cuerpo marcha para que la memoria no se recluya en el museo, para que la ciudad inscriba sus sitios de batalla, para que los cuerpos desaparecidos insistan en faltarnos, para que insistan en visitarnos, para que los cuerpos vivos no desaparezcan en la tiniebla diaria. Marchar es recordar que tenemos un cuerpo que cuando se anuda a otros modifica la materia que llamamos presente y futuro.
La palabra ayer huye del diccionario y las convenciones. Las palabras recuperan su invencible invención.
El subte y las calles y la plaza profanan sus funciones y protocolos. El murmullo va in crescendo, nos reconocemos habitantes del 24. Emigradxs que llegan a casa, una vez más.
La memoria es combate, agrego, cuando se libera de la postrada memotecnia.
El rastro, leyendo a Martin Kohan, propone una idea: una ausencia es capaz de perforar una presencia, y viceversa: una presencia es capaz de perforar lo ausente. El rastro atraviesa tiempo y espacio, quitándoles linealidad, orden, presunción. Una botella lanzada al mar es un rastro de la esperanza tanto como del naufragio. Nuestros desaparecidos constituyen una paradoja. No cesan de estar faltándonos, sus siluetas son rastros, no restos sino rastros, trabajados por la búsqueda inclaudicable. La marcha del 24 es una fenomenal aparición colectiva, aparecemos en el espacio, creamos la manifestación colectiva del rastro. En ese sentido, vuelvo a Martin Kohan: el rastro es un efecto del futuro, es una prueba del futuro, una huella del futuro de potencia profética, anticipatoria. El rastro es una promesa sin fe. Una promesa hecha solo de lucha, pura obstinación. El rastro es legado que abre porvenir.
El rastro es hallazgo y a veces es creación, en ningún caso se completa sin el trabajo de la interpretación, de lectura. Sin interpretación el rastro no es absolutamente nada. Es por ello que decimos que la memoria es un trabajo.
Marcharemos rastreando huellas ausentes y presentes, reconociendo una vez más lo jamás recobrado y el sentido de esa falta induelable, tal vez allí late, sigue y seguirá latiendo, el sentido de las batallas de hoy, y de las que vendrán.
Marchar el 24 de cada marzo significa estar concernido por la plaza, cada 24 la plaza se transforma y muta, pasa de ser la plaza de mayo a ser la plaza de marzo. Marchar el 24 de cada marzo de cada año es decir que estamos invitadxs de por vida, mientras vivamos, a marcar, a inscribir un rastro. Un rastro es una señal viva y un impedimento de olvido. Un rastro es un suceso que atañe al tiempo y el espacio, se trata de un instante definitivo en el que el mundo entra en unx y en el que unx entra en el mundo. Dos mapas se encuentran, se superponen la historia propia, la biografía singular que somos y La Historia, la biografía plural que somos. Un rastro es una señal para siempre, una señal para no perderse, para pasar la posta, para llamar al que se desorienta, al que no sabe en qué país vive.
Marchar el 24 es saber que hay un punto de encuentro, una fecha y un lugar que no se mueven ni se tocan. Marchar es acudir a la cita con lo irrenunciable.
La obstinación, escribe Sara Ahmed en su último libro: “Sujetos obstinados”, es una categoría política. “La obstinación implica perseverancia frente a la derrota, donde simplemente seguir o seguir alzándose supone ser terca y obstinada”. La obstinación es antifascista.
Marchar cada 24 de los marzos, cada uno de los años, es ratificarnos en la genealogía de madres y abuelas, de hijxs y nietxs. Una patria, entonces, es una familia extraña, un linaje abierto a todxs lxs que no claudican, a todxs los que decimos a gritos o a susurros, porque lo llevamos en la piel, en la sangre, en los carteles, en los pañuelos, en las banderas y en los cantos: Memoria. Verdad. Justicia.