Gisela Gómez no tiene duda de la responsabilidad de la Gendarmería Nacional en la muerte de su hermano. Es lo que dicen los testimonios de otros bagayeros que estaban con él en el momento en que fue baleado. Y lo confirma el perdigón de cartucho de escopeta 1270, de uso reglamentario, que en la autopsia se extrajo de la columna de Fernando Gómez.
Gisela lamentó la crueldad que mató a Fernando: “Por qué han sido tan dañinos de quitarle la vida a mi hermano”, un chico trabajador, que ganaba su vida y la de su familia cargando bultos de hojas de coca y ropa, por encargo de “las patronas”, las comerciantes que lo contrataban para pasar las compras realizadas en la ciudad de Bermejo. “Me parece injusto que sea así”, insistió en la conversación con este diario en la que reiteró que quiere “justicia” para su hermano, y para sus pequeños hijos, que han perdido el sustento. “El Estado se tiene que hacer cargo“, aseguró tras repasar las razones que la convencen de la responsabilidad de la Gendarmería.
La causa por el asesinato de Fernando Gómez se tramita en la fiscalía federal de Orán. Todavía no se conoce el informe oficial de la autopsia. Sin embargo, el abogado de la familia del bagayero asesinado la madrugada del 18 de diciembre, Pablo Cardozo Cisneros, que presenció la autopsia realizada por peritos del Cuerpo de Investigaciones Fiscales (CIF) de la provincia, está seguro de que el plomo incrustado en su columna era una posta de escopeta 1270, la munición PG, usada para Propósito General, distinta de la AT, Antimultos, que es de goma. Fernando recibió otro disparo en la pierna, y por la herida se cree que fue con la misma munición.
Ex policía, conocedor de armas, Cardozo Cisneros entiende que ambos perdigones fueron parte de la roseta que se arma al dispararse el cartucho de la 1270. Y también él está convencido de la responsabilidad de la Gendarmería: “Es un caso solido y concreto. Estoy seguro, de acuerdo a mi experiencia, que no va a haber duda”, dijo. El abogado adelantó que hoy va a insistir para que se identifique y se cite a declarar a los gendarmes que estaban de guardia en el Puesto 28 el día en que mataron a Fernando.
Aunque todavía resta que declare la familia de Fernando, en el trámite judicial se van sumando testimonios, entre ellos, el del primo Rolando, que estaba con él cuando la patrulla los atacó a tiros, en el sector conocido como La Playa, sobre el río Pescado, unos cien metros detrás del Puesto 28, de control de la Gendarmería sobre la ruta nacional 50, entre Aguas Blancas y la ciudad de Orán. Rolando fue uno de los que arrebató el cuerpo a los gendarmes que lo arrastraban al río Pescado. Fue Rolando también quien lo subió a la ambulancia.
Hay distintas versiones sobre el momento en que Fernando Gómez fue herido. Los relatos coinciden en que esa madrugada el grupo de bagayeros recibió el aviso de que podía pasar, y cuando comenzaron a andar se toparon con la patrulla de gendarmes.
En ese punto los relatos varían. A Gisela le contaron que los gendarmes abrieron fuego sin más y como Fernando iba adelante, recibió dos perdigones, uno de ellos en el pecho, que le provocó la muerte y quedó alojado en la columna. También le dijeron que cuando Fernando estaba en el piso, los gendarmes lo golpearon y luego, ya exánime, comenzaron a arrastrar el cuerpo hacia el río Pescado con la evidente intención de arrojarlo a las aguas. Esa visión enfureció a los que habían conseguido esconderse entre el monte: “se abalanzaron sobre los gendarmes y les quitaron el cuerpo de mi hermano”, contó Gisela.
“Nos empezaron a apuntar a nosotras”
Gisela ratificó que en esas horas del 18, cuando procuraba dar con su hermano que creía herido, un grupo de gendarmes amenazó con plantar droga en el vehículo utilitario en el que andaba, propiedad de una vecina que quiso ayudar.
Esa madrugada ella y Camila Salas, la esposa de Fernando, junto a otras dos mujeres, fueron en una Kangoo hasta el Puesto 28. La conductora explicó que iba con familiares “del chico herido”, que querían pasar para averiguar si estaba internado en Aguas Blancas. Los gendarmes dijeron que no. Enseguida se acercó un grupo de entre “cinco y siete” gendarmes que parecía estar bajo los efectos de algún estimulante y comenzaron a agredirlas: bajaron “de los pelos” a la conductora y a su acompañante y las comenzaron a golpear, e intentaron hacer lo mismo con Gisela y Camila, pero otros gendarmes lo impidieron.
También les apuntaron con sus armas, “y los mismos compañeros” se las levantaron para que apuntaran al cielo mientras trataban de calmarlos. “Le metamos un tiro a cada una”, amenazaban los exaltados. Las cuatro abandonaron el vehículo y corrieron al monte. Seguidas por los gendarmes que les disparaban, llegaron hasta una parada de bagayeros, que las subieron rápidamente a camionetas y las ayudaron a huir. “Los gendarmes hacían tiros y los chicos nos protegían a nosotras con las mochilas”, describió Gisela.
La víspera
Nacidos en el seno de una familia obrera de Orán, de madre empleada municipal, barrendera, y padre trabajador en fincas, Gisela y Fernando tenían un hermano menor, de 18 años, que por estos días está en Mendoza, cosechando cebollas. Estando allá se enteró de la muerte de su hermano. A Gisela, la mayor de los tres y cabeza de la hermandad tras el fallecimiento de su madre, hace 9 años, le tocó la amarga labor de confirmarlo.
Fernando fue un trabajador toda su vida, aún a la edad en que un niño debe dedicarse al disfrute. Cuando terminó la primaria, a los 12 o 13 años, comenzó a hacer tareas en las fincas, también cortaba trocillos de madera. Así se crió, haciendo changas, y cuando se acompañó con Sandra empezó a bagayear. Tenía diversiones sencillas: “le gustaba ir a la plaza, salir con la familia”, ir a la cancha. Amaba el fútbol y era hincha de Boca, como es regla en su familia.
En estos días de duelo e injusticia, Gisela repasa las horas previas a la muerte de su hermano. Unidos como eran, el domingo 15 de diciembre estuvo con ella. El lunes fue con su familia a Bermejo, a comprar “ropita” para sus dos niños, de seis y un año de edad, y su niña, de tres años.
Retomó el trabajo de pasador el martes 17 de diciembre. Habitualmente iba a la frontera a las 9. Pero ese día no quería ir, y Gisela tampoco quería que fuera. Sabían que habría muchos gendarmes y, como ocurre habitualmente, habría “tiroteos”, porque “son prepotentes”, “tratan a la gente trabajadora como a perro”.
Se acaba la conversación para esta nota y con la misma persistencia con que reclama justicia para su hermano, Gisela aclara que Fernando no era narco, como aseguró la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich. Era un buen chico, trabajador y familiero, insiste. Si hubiera sido narco, ¿hubiera vivido en la casita humilde que compartía con la familia ampliada de doce personas?, razona.