Hace unos años, el bautizo de un pibe argentino dio la vuelta al mundo porque al sacerdote se le ocurrió preguntarle: “¿Quieres ser cristiano?”. Y él, más seguro de su identidad futbolística que de la religiosa, aclaró rápidamente: “¡No, yo quiero ser Messi! Es inevitable, el mundo del fútbol perfora todas las convenciones asumidas. Y sino que se lo digan a la jueza Makintach, que a estas horas debe estar analizando balcones. La magistrada acaba de renunciar a su cargo. Ha dejado los focos, y esa obstinada obsesión por ser famosa, que pensaba perpetuar mas allá del juicio por la muerte de Maradona. Chocó con la tesis “freudiana” sobre el principio del placer y el principio de realidad, sin saber que la realidad es algo cada vez más resbaladizo.
Ahora bien, si chocas con la realidad porque te la fabricas o te la fabrican, el impulso de satisfacción inmediata se contrapone a un choque más reflexivo con la realidad. Ahora se debate entre el desconsuelo y la supervivencia, y nosotros nos hemos quedado a dos velas (con el morbo anestesiado) por no saber si al final la veremos en “Justicia Divina”. Fernando Burlando, abogado de las hijas de Maradona, ha pedido la detención de la magistrada: “Esta renuncia de alguna manera le quita aquello que podía proteger a la doctora Makintach de cara a una detención”, expresó.
Al margen de otras consideraciones, una se repite: la jueza debería empezar a mirar balcones. Algo que muchos creen innecesario, ya que la justicia de nuestro país, tan corporativa ella y con un odio tan enfermizo, solo reserva estos espacios para aquellas/os que manifiestan ser una amenaza real a la estabilidad del sistema político-judicial-mediático dominante. Lo cierto es que “balconear”, lo que se dice “balconear”, “balconean” muy pocos. De este gobierno y del de Macri, ninguno.
Hace tiempo que esta justicia deshilachada nos viene enseñando el verdadero rostro del poder. Y se reafirma a sí misma, exhibiendo feliz que sí, que se sepa, que ella es la que manda. Y lo hace desde el miedo. Pero el miedo es incompatible con la libertad. Una democracia del miedo es un oximoron, y una justicia que trasmite miedo y se dedica a propagarlo es una justicia malsana, deshumanizada. Son los miedos y no tanto la ideología (que también) lo que exorciza, comprime, y anestesia, estimulados por un presidente que lo primero que ha destruido con su motosierra es el pensamiento racional: ¿Qué es eso de que uno no pueda vender un riñón para acabar el mes? ¿Qué es eso de que el Estado tenga que hacerse cargo de la educación o de la sanidad de los contribuyentes?
No basta con pasear los hechos, también hay que pensarlos. ¿Y si el caso Makintach no se hubiera destapado? ¿Y si el Tribunal Supremo sigue alquilando balcones? En una sociedad sorda al embiste judicial, el cuidado de las ideas se convierte en una reivindicación pertinente. Ideas que están para agitarlas y ver hasta donde llegan. Una de las virtudes de la democracia es que algunos presidentes se agotan. La otra, es que podemos contemplarlo.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979