El peso de los secretos familiares “envenenados” | Ante el caso de la aparición de restos humanos en la casa de los Graf, cómo opera el ocultamiento 



El caso de Diego Fernández Lima, sus restos enterrados y hallados de casualidad 41 años después, los vínculos escolares de la víctima con Cristian Graf y su familia dueña de la casa de Coghlan, así como sus posibles responsabilidades en la muerte que todavía se investiga, abrieron todo un punto de discusión en torno al peso de los secretos familiares. ¿Cómo se configuran, qué rol ocupa en ese silencio cada integrante de una familia y cómo puede trabajarse en terapia la instancia traumática ocultada? Entre otras, esas preguntas responden en diálogo con Página/12 especialistas en psicología familiar, que advierten que los secretos, de una forma u otra, siempre terminan por manifestarse

El caso es extremo y todavía nada está dicho. Esta semana, Graf se sostuvo inocente en declaraciones públicas y la Justicia investiga las circunstancias del homicidio con las herramientas que tiene al alcance en el marco de un hecho que ocurrió en 1984 y que en principio, está prescrito. La naturaleza del caso y del hallazgo, y las posibles implicancias familiares, llaman sin embargo la atención y despiertan cierto morbo en torno a la posibilidad de que los Graf hayan podido ocultar un crimen por más de cuatro décadas. Una oportunidad, en todo caso, para hablar de los secretos de distinta índole –desde abusos sexuales hasta casos de ocultamiento de identidad— que pesan sobre la memoria de algunas familias. 

El secreto es parte de la familia

Sergio Zabalza, psicoanalista y doctor en Psicología de la UBA, apunta en primer lugar que toda familia se constituye a partir de un secreto: “Cuando los padres se meten en un dormitorio, hay un secreto que da lugar al trabajo psíquico. Está en la constitución misma familiar que haya secreto y está bien que sea así, pero eso implica al mismo tiempo una contradicción por demás interesante. Porque de acuerdo a la cordura o la falta de ella con la que una familia transita su existencia — para bien o para mal– cuando predomina la violencia o cuando el pudor está dañado, aparecen consecuencias que pueden hacer que el secreto se convierta en algo casi mafioso: allí opera alguna autoridad despótica que impone el silencio”. 

La psicoanalista Florencia González elije catalogar a este tipo de secretos como “envenenados“, al hacer una distinción entre “la palabra
guardada que puede ser un tesoro y hasta un punto de inicio de creatividad, y lo no dicho que puede ser un veneno“. 

En estos casos, sostiene Claudia
Messing
, psicóloga y autora del libro Terapia Vincular Familiar, esos secretos “operan de la misma manera que un hecho traumático“. “Algo muy doloroso o vergonzante se silencia en una familia, de eso no se habla. Los protagonistas del silencio encapsulan la información que queda alojada en el aparato psíquico, generando malestar, intranquilidad, culpa, disociación, incluso pérdida de la memoria porque cuando le damos al aparato psíquico la orden de olvidar, el cerebro sigue respondiendo a esa orden pero olvidando muchas otras cosas también”, indica Messing, también presidente de la Sociedad
Argentina de Terapia Familiar
y directora
de la Escuela de madres y padres que comenzará por Zoom el 1 de septiembre, y que funciona a modo de taller para proporcionar herramientas de comunicación y contención para construir nuevos modelos de autoridad en la familia.

Todo vuelve

González subraya que los secretos, aun silenciados, se manifiestan de una forma u otra. La especialista sostiene que “siempre tienen que ver con lo dicho y lo no dicho, pero no
pueden ser enterrados
; cuando no se dice, el secreto igual deja marcas subjetivantes que incluso se transmiten de generación en generación, apareciendo bajo el formato de un síntoma o de un fenómeno que incluso puede estar
replicando una misma historia“. “Esto ocurre porque eso que quedó bajo
secreto, que supuestamente quedó a resguardo, en realidad va a aparecer en otra
forma
“, agrega la psicoanalista, autora del libro Lo Incierto.

Según señala Messing, “los familiares y descendientes perciben todo el malestar, la incomodidad, la intranquilidad, los silencios, la tensión, la falta de fluidez en los diálogos, pero no le pueden poner palabras a lo que sucede, sólo viven el malestar sin poder nombrarlo y recién en una tercera generación esos secretos operando como traumas, se van a expresar en síntomas que pueden ser enfermedades, accidentes, incluso repeticiones de aquello que se intentó tapar”. A este proceso de transmisión transgeneracional lo cataloga como un “efecto de contagio emocional
o mimetización masiva”.

Aquello doloroso, asegura, “sigue trabajando en nuestro psiquismo pugnando por ser expresado y en algún momento irrumpe y se puede desplazar a un evento que puede ser insignificante comparado con el real, pero sobre el cual recae todo la emoción del evento original reprimido”. La autora lo ejemplifica con la explicación de Freud acerca de una situación de abuso sufrida en la infancia: “La situación queda alojada en el inconsciente y luego, en la adolescencia, a partir de una situación mucho menos significativa, se detona toda la carga emocional de lo vivido y allí aparece el trauma“. 

Zabalza advierte que, en el caso de que un secreto aparezca de una forma u otra en el marco de una terapia, ya sea a través de la palabra, de un síntoma o un gesto, lo más importante es entender que “no se trata de la confesión de una información como podría interesarle a la Justicia, sino de una persona que se ha formado en un ambiente totalmente enrarecido y la prioridad debe estar puesta en que esa persona pueda restituir su dignidad subjetiva“. 

Del secreto a la fobia

González afirma que, en la
terapia, lo oculto suele aparecer como “sin querer queriendo”: “Aparece con afectos asociados
como la vergüenza o el pudor, como si la persona estuviera advertida de que eso
que se guardó corresponde al área de lo horroroso, lo que constituye
características bien inhibitorias: personas que no suelen salir mucho o que se
transforman en fóbicas, particularmente en lo social”. Allí es fundamental “trabajar caso por caso, singularmente y siempre siguiendo el tiempo de la persona: a qué ritmo quiere ir configurando en palabras cómo se llama ese secreto y cómo lo afecta emocionalmente en tanto algo de lo que le pasa en el cuerpo, pero no avasallando. En la mayoría de los casos eso alivia muchísimo, pero hay que ser cautelosos por la angustia que puede generar”. 

En Terapia Vincular Familiar, Messing propone un tipo de trabajo “dándole voz a aquel que ha sido silenciado“, a partir de “la extensión del modelo del trauma freudiano y su resignificación a posteriori al análisis de tres o más generaciones“. Allí, sostiene, “es donde podemos observar el desplazamiento de toda la carga emocional de lo traumático vivido en una generación incluyendo los secretos familiares, a las generaciones siguientes” a partir de la búsqueda de “la devolución de la emoción actual, desplazada a las escenas originarias en la vida de padres y abuelos“. La cuestión permitiría incluso detectar síntomas
tempranos en niños
y adolescentes: “Por ejemplo, un hijo al cual se le ha ocultado su verdadera identidad, necesariamente va a producir algún síntoma, incluso muchos de ellos especialmente en la adolescencia intentan quitarse la vida”, indica. 

En ese marco aparecen las “entrevistas vinculares”, donde el contacto presencial permite, asegura, “poner en evidencia toda la carga emocional que no corresponde con la propia historia, pero que rápidamente aparece, se desenvuelve y puede devolverse en el contexto vincular“. 

Fuente: Pagina12

📻 RADIO NEW MASTER GOBERNADOR VIRASORO, CORRIENTES