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Elogio del silencioso amor al Paraná



Terminado el libro que más trabajo ha dado a este columna, cabe la confesión de que no es más que el resumen de muchos años de amor y defensa del río Paraná, fluir maravilloso que fue cuna y es orilla.

Disculparán quienes lean esto, pero este domingo esta columna no tiene tema único y excluyente porque confluye en este texto una ringlera de asuntos que merecen por lo menos enumeración, mientras este columnista termina de revisar las más de 200 páginas de un libro que titula concreta y austeramente “Paraná”, y que versa sobre el más importante caudal acuático de la Argentina y su historia, que compone esta saga en la que se resumen muchos años de vida, vecindad y frustraciones en la defensa del Padre Río, como lo llamaron los pueblos originarios hace seis o siete siglos y para siempre.

En un domingo en el que hacen más de 40 grados y bajo los roncos murmullos de la familia de carayás aulladores que vive en las alturas de la maravillosa cuadra amarilla de Ybirá-pitás que coronan este barrio de chibatos y jacarandáes todos florecidos, quien firma hojea y evoca las poesías y las prosas que componen uno de los libros más bellos que ha organizado y que publicó hace 30 años, en 1997, la Editorial Desde la Gente, del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. Y libro que bien merecería hoy una reedición después de tantos años.

Aquella compilación, que ya entonces titulé Padre Río, es una antología en la que incluí prosas y poesías de todos los tiempos, alusivas al río Paraná y de los más relevantes autores de los siglos 16 al 20, en la que campean textos de Ulrico Schmidel, Ruy Díaz de Guzmán y Juan L. Ortiz, entre muchos otros.

Quién iba a pensar, entonces, que muchos años después y ya en este tiempo de esperanzas adelgazadas y groseras bestialidades de los poderes políticos, este columnista iba a tener que optar, domingueramente, por inventariar algunas reflexiones sueltas, porque, confesado, hoy para esta columna y respecto del Padre Río todo es, por doloroso, dificil de redactar.

Y quizás también porque, precisamente, al cierre de esta nota se reciben informes descorazonadores acerca de redes que también dañan la cabeza y el corazón –el espíritu mismo– de millones de personas en todo el mundo, en todos los idiomas y en todas las tecnologías. Y red de cinismos y violencias, además, que resulta impactante y sugestiva por la masiva retirada de “usuarios” –por llamarlos de algún modo– que se están yendo de Twitter, Facebook, Instagram y otras redes. Hoy mismo, lunes 20 de enero y como muestra, en Francia 86 organizaciones y sindicatos se retiran de X como protesta por los incesantes contenidos de odio, teorías conspirativas y de extrema derecha que anidan en esa red.

Las razones que se enumeran no son las mismas en todos los casos, pero sí es repudiable cierto racismo exacerbado que identifica y une a muchos fanáticos de las redes, que se expresan con desprecio acerca de bastante más de la mitad de la humanidad, o sea negros, orientales, gitanos, indianos y/o marginales en general. Por eso los presidentes Trump, Netanyahu, Zelensky o Milei, por citar casos, son encumbrados por sujetos no precisamente democráticos, y algunos incluso se escudan en gabinetes retrógrados y parecen perder hasta los modales, como se vio el viernes pasado en una conferencia de prensa en el Sur de los Estados Unidos donde a un periodista lo echaron de la sala por la fuerza debido a sus preguntas, agudas e inteligentes.

Claro que los hindúes, como los aborígenes, los árabes, los orientales o los africanos, esas grandes mayorías de la Humanidad, son todos en general morenos, cobrizos, no blancos, y entonces suceden las cosas que suceden como aquí nomás, en la provincia de Salta hace pocos días, o como en Jujuy y en el Chaco y en la misma CABA y en los suburbios de cualquier ciudad argentina donde el racismo condena y abusa, como este diario suele mostrar.

La descomposición planetaria es, ante todo y por sobre todo, una incógnita fenomenal en la que el agua potable, las nieves y los grandes ríos son posibles últimas esperanzas para la vida, mientras la composición planetaria se ha ido agudizando. Basta considerar que los 1.500 millones de personas que habitaban el planeta Tierra en 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial, han pasado ahora a ser más de 8.000 millones. Masas humanas que naturalmente coinciden en que quieren comer y beber y disfrutar y hacer pipí y pasarlo bomba.

Pero no. En la refutación habría que remodelar el mundo e incluir la Esperanza y la Solidaridad como valores a formatear mediante la lectura y el desarrollo cultural. Eso que hoy en algunas sociedades parece estar en proceso de aborto generalizado. Si ni siquiera el cine se salva, hoy degradado a consumo de pochoclos en centros comerciales olorosos a salchichas.

Entonces es claro que leer, salva. Porque leer abre los ojos, lema de nuestra modesta Fundación chaqueña y discúlpese lo autoreferencial, pero leer salva y sana, leer es salud mental, leer dignifica porque serena espíritus y hace pensar y razonar. Leer no hace ruidos ni provoca. Leer estimula a compartir, y enseña y educa. Leer mitiga dolores y ayuda a sopesar, evaluar y desarrollar criterios, y lo mejor: silencia a necios y brutos y desautoriza a escandalosos al cuete.

En los años del exilio en México eramos poquitos los que añorábamos el Paraná, acaso porque sabíamos que con el retorno a la Patria sus aguas seguirían ahí, eternas y magníficas.

Y este columnista da fe de ello porque aprendió a esperar con algunos grandes maestros que apadrinaron el exilio mexicano y para siempre: Edmundo Valadés, Juan Rulfo, Elena Poniatowska, Juan José Arreola, Pedro Orgambide, Noé Jitrik y tantos y tantas más. Y todo con sólo murmullos alrededor, serenas lecturas y meditaciones, ponderaciones cotidianas y la inteligente evaluación, siempre y aunque no tuvieras un mango.

Ahí aprendimos –y fuimos legión– que la lectura, como Evita, dignifica y hasta calma el apetito si al menos tenés lo que leer. E igual para los hermanos del exilio, en México y España, en Suecia y en Francia, Italia y dondequiera hubiese compatriotas ansiando volver, la vida en realidad consistía en soñar, ponderar, equilibrar. Porque –como es lema de este columnista desde hace décadas “el que no lee, no sabe”. Y eso se comprende inmejorablemente mirando transcurrir-discurrir un río hermoso hasta cuando daña o es dañado, como el Paraná los últimos años. Ésa es la esperanza.



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