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“En la lucha no podés confiar en nadie” | Escándalo en la lucha: Maia Abigail Cabrera se suma a la denuncia contra la Federación y apunta contra Yuri Maier y David Ochoa



La luchadora bonaerense Maia Abigail Cabrera denunció penalmente a Yuri Maier –ex medallista panamericano y que trabaja o colabora con varias organizaciones internacionales vinculadas a este deporte– porque en julio de 2024, en Perú, “le habría inyectado una sustancia que no pudo identificar y que, para evitar un doping positivo (…), se vio obligada a abandonar la competencia”. Y denunció también al entrenador venezolano David Ochoa, responsable del seleccionado argentino de mayores, por “comportamientos de insinuaciones amorosas que se agravaron al cumplir los 18 años ya que intentó persuadirla para tener relaciones con él”, y a su entrenador Sebastián Vario, quien le habría enviado un mensaje vía Whatsapp que refería “que había hecho mal las cosas y que no iba a contar con el apoyo de Yuri ni con sus beneficios”, según consta en la denuncia judicial que la deportista realizó en enero de este año y cuyo contenido ratificó la propia víctima en esta entrevista exclusiva con Página/12. La denuncia fue radicada en el juzgado de primera instancia en lo penal contravencional y de faltas número seis, e interviene el fiscal Juan Cruz Artico, en el que también radicaron presentaciones judiciales Patricia Bermúdez –única luchadora que representó al país en los Juegos Olímpicos– y la entrenadora Maia Noe Salinas.

Cabrera, de 19 años, quien vive en Escobar, practica lucha desde 2019, año en el que compitió en los Juegos Bonaerenses para clasificar a los Juegos Evita, con 14 años. Posteriormente, ganó la medalla de bronce en los Juegos Sudamericanos de la Juventud en Rosario 2022; la de plata en el Panamericano sub 23 del año pasado y en el Panamericano sub 20 de Chile 2023; y bronce en el panamericano sub 20 de Perú 2024.

–¿Qué te impulsó a hacer la denuncia?

–Venía teniendo varios problemas desde que empecé en el 2022, cuando ingresé al equipo juvenil. Con el entrenador nacional (el venezolano) David Ochoa ya venía teniendo algunas invitaciones para estar con él, que también se dieron en el 2023 hasta principios de 2024. Siendo yo menor, ya me había invitado a estar con él y siempre le dije absolutamente que no, porque él era una persona adulta. Incluso me decía que tenía que dejar a mi pareja. Me venía a atosigar todo el tiempo, me veía sola en el Cenard y me regalaba cosas. Muchas de las personas que estaban ahí lo veían. Le decía que “no, gracias” y terminaba de entrenar y aparecían en mi mochila. Yo las sacaba y las mostraba. Siempre mostré lo que sucedía a todo el mundo. Todo eso hasta el 2024, que me invitó a dormir con él y ahí le dije que no me molestara más, que estaba cansada y que no quería nada con él. A partir de ahí no lo vi más.

–¿Cómo aparece Maier en tu denuncia?

–En julio, cuando me esguincé el tobillo en el Panamericano U20, estaba mal, no podía caminar, con masajes y fisioterapia. Llegamos a Perú y apareció este personaje: Maier. Preguntamos si había un médico que nos pudiera ayudar e inyectar un diclofenac para bajar el dolor de la lesión. Yuri apareció donde estaba todo el grupo del seleccionado y nos apartó a un atleta, también lesionado, y a mí, y nos dice: “vengan que los voy a inyectar yo”. La cuestión es que nos inyecta a los dos. Nos dijo que era un diclofenac. Eso no era diclofenac porque es transparente, no llega a ser amarillo y nos inyectó una sustancia que era rosa. Mi compañero, apenas se lo inyectó, se desmayó, se desvaneció en el piso. Dijo que se mareó y que le dolió. Maier le dijo “levántate, levántate”. Lo hizo y le dijo que me tenía que inyectar. Y caí de la misma manera que cayó él. Nos quedamos un rato ahí y después salimos porque nos habíamos mareado y nos fuimos al hotel. 

–¿Qué fue lo que ocurrió después de la inyección?

–Al otro día teníamos que competir. Esa misma noche, en un cuarto enorme y sola, estaba temblando, me sentía mal, estaba con vómitos, me temblaba mucho la cara. En Perú no hacía frío como para temblar. Estaba con el ojo que me explotaba, toda hinchada. Incluso me costaba bajar de peso por el tema del tobillo y con eso peor porque ya ahí no comía absolutamente nada. Competí, quedé bronce y me dijeron que no iba a hacerlo en playa porque tenía esguinzado el tobillo. La cuestión es que vino Yuri a las diez de la noche y me dijo: “Maia, tenés que competir sí o sí en playa porque no sacamos las suficientes medallas para presentar en el Enard” y se fue. Desde las 10 hasta la dos de la mañana, estuve bajando de peso para competir al otro día en playa, con el tobillo mal. Así fui, di el peso y competí. En mi grupo gané todas las luchas, también la semifinal y cuando estoy saliendo de la lucha me llamó Yuri, que me estaba esperando y me alejó del grupo y del lugar de competencia y me dijo: “Maia, no vas a poder competir, ir a la final”. “¿Por qué, si acabo de ganar la semifinal, cómo no voy a agarrar la final?”, pregunté. Y respondió: “No, porque lo que te inyecté es doping”. Me dijo eso y se fue. Llamó al médico para que me vende el tobillo, y dijo: “no, no luchás”. 

Maia Abigail Cabrera, en plena acción de lucha.

–¿Y que pasó entonces en esa final?

–No le dije a mi entrenador, a nadie. Me llamaron, entré y dije que no iba a competir, tuve que fingir que me dolía el tobillo. Pensé: “voy, lucho, gano, me hacen el control de doping, doy positivo y me sancionan a mí. Me sacan todo, me dan de baja de todos lados, todo el esfuerzo que hice para llegar acá, se acaba por esto que no fue ni mi culpa”. Decidí no luchar, cerrar la boca. Me dieron la medalla de plata y todos los chicos me preguntaron “¿qué te pasó Maia, si estás bien del tobillo?”. “Después les digo cuando llegamos al hotel”. Me acerqué también a quien era el vicepresidente de la Federación, Sebastián Pérez. Y le dije “me acaba de decir esto Yuri. ¿Qué hago?”. Y respondió: “tenés que ser inteligente con lo que vas a pedir” y se fue. A la noche, uno de los chicos me dijo “bueno, ahora tenés que ser inteligente con lo que le vas a pedir a Yuri, fíjate lo que vas a hacer”. Nosotros sabemos que él les da un montón de cosas a los atletas: botas, lo que sea. Y le respondí: “yo no tengo que ser inteligente con nadie, no le quiero pedir nada, no necesito nada de él. No me interesa lo material. Lo que me interesa saber es lo que me dio”.

–¿Hablaste con tu entrenador?

–Cuando volví de Perú, le envié un mensaje a mi entrenador Sebastián Vario y le conté lo que pasó. Me reuní en su casa y dijo: “lo que podemos hacer ahora es pedirle un viaje para acá. Tenemos que ser inteligentes. Y respondí: “No quiero nada de eso. Solo quiero saber qué me inyectó”. En septiembre del año pasado, me llamó Yuri y me dijo que lo tendrían que haber informado. Y le digo “me gustaría hablar con vos porque necesito saber qué me inyectaste porque me estoy sintiendo mal”. “Bueno, vení hoy a la tarde a mi departamento”, dijo. Fuimos con mi papá y mi pareja a Puerto Madero, donde vive. Empezó a hablar de los torneos y cambios que iba a haber. Le insistí por la inyección y me respondió “es algo tranquilo, es un medicamento ruso pero se te va a ir en algunos días”. “¿Cómo? Estoy hace casi tres semanas con el ojo así, que me siento mal, tiemblo, no puedo comer nada”, le dije. Y respondió: “si vos decís algo no te vamos a apoyar más en nada”. Era eso. Que si hablaba del doping no iba a tener más apoyo de la Federación. Básicamente me amenazó de que no tenía que decir nada de lo que había pasado.

–¿Y después que pasó?

–Iba a entrenar al Cenard y peor: Ochoa me trataba mal; las chicas me miraban, venían y me querían lastimar, me golpeaban cuando entrenábamos. Sé bien cómo es un entrenamiento y hasta qué punto podés llegar a golpear o chocarte, pero ya eran cosas que no eran de lucha. Venían a hacer palancas que en lucha, en general, no se hacen. No podía estar ahí, había mal clima. Me decían que tenía que ir todos los días a entrenar, no me dejaban descansar. Querían que esté sola entrenando. Llegó un momento que dije: “No voy más al Cenard, para qué voy a ir si me metían como a un perro”.

–¿Y entonces?

–Llamé a mi entrenador y me dijo que tenía que ir con urgencia a su casa y me dice: “Yuri está súper enojado con vos porque anduviste divulgando que él te inyectó. Dijo que no te va a apoyar en más nada, en los viajes, en nada. Acá perdiste”. También habló sobre mi pareja: “que es un maricón, que nunca más lo iban a llevar a los viajes y también lo sacaron”. Me dijo que era “una boluda, que tendría que haber pensado bien las cosas”. La cuestión es que me trató súper mal, porque trabaja con Yuri. Cuando hay un torneo nacional él se encarga de organizar todo el torneo. El, que era mi entrenador, básicamente me pegó una patada, en agosto. Y yo entré en un pico de depresión.

–¿Tuviste miedo?

–Sí, tuve miedo porque no sabía qué hacer. Un deportista sabe que lo peor que le puede pasar es un doping. Yo nunca me inyecté nada. Soy alérgica a muchas cosas y por eso no tomo nada. Y esta persona, sin siquiera preguntarme si quería inyectarme otra cosa que no sea un diclofenac y lo hizo. Yo me podría haber muerto allá, ni lo pensó. Y hasta ahora no sé por qué lo hizo. ¿Era por las medallas? No lo sé. Al entrenador, Gonzalo Peláez, le dije: “profe, pasó esto, esto y esto”. Y me contestó. “¿Por qué no me dijiste? El me tiene que decir lo que te va a hacer.” Él sabía que el doping se lo iban a hacer a la campeona, pero como maneja todo en la Wrestling sabía que si no ganaba el doping no me lo iban a hacer. Fuimos al hotel, hablé con los chicos. Y el entrenador me dijo que cuando lleguemos a Argentina iba a hablar con Yuri. En general, después de un torneo nos dan una semana o dos para descansar. Ya acá, estuve cinco días en mi casa y Ochoa me llamó para ir a entrenar. Había un campeonato en Venezuela pero se canceló el viaje y a la única que no le informaron la cancelación fue a mí. Me tuve que volver del aeropuerto.

–¿Realizar la denuncia te generó miedo?

–Al principio, sí. Y después de un tiempo pensé que fue lo mejor que podría haber hecho. Me liberó de muchas cosas que muchos no sabían, que las aguanté sola. Mi papá sabía lo que pasó con Yuri, pero no lo que me estaba haciendo David todo ese tiempo.

–¿Te arrepentís de haberla hecho?

–No, no me arrepiento porque si no la hubiese hecho, deportivamente estaría peor de lo que estoy ahora. Me sacaron todo pero si no hacía la denuncia hubiera quedado en el olvido. Ahora estoy tranquila. Voy a seguir la lucha en otro país porque no me están dejando competir en Argentina. Voy a seguir compitiendo en una universidad de Estados Unidos, que me becó.

–¿Creés que tu testimonio será útil para las nuevas generaciones?

–Sí. Incluso a los chicos que viajaron a Bulgaria les dije que disfruten el viaje y que no se dejen inyectar por nadie; que lleven sus cosas, que se lleven sus diclofenac, que te lo inyecte un médico y que te lo firme en un papel. Para muchos va a servir para un aprendizaje que en la lucha no podés confiar en nadie, ni el presidente, ni el entrenador ni en nadie.

–¿Pediste ayuda a las entidades vinculadas al deporte?

–Al principio sí, la gente del Proyecto Formación Integral (FOI) del Cenard me dijo que me acercara al Enard, pero como María Julia Garisoain es la que me iba a recibir y pertenece al SOS (una línea de denuncia confidencial del Enard para los atletas) no fui, ya que ella es muy amiga de Yuri. Ya había pasado con Salinas, que realizó la denuncia por ese medio y quedó archivada. La misma persona del FOI me dijo que buscara a alguna atleta a la que estuviera pasando lo mismo y me dijeron de una compañera que también iba a denunciar y después no lo hizo. Ella me contactó con Patricia Bermúdez, la única que se solidarizó y me acompañó. Luego de la denuncia el 28 de enero, me presenté ante las entidades y me desalentaron, diciendo que tenía que haber realizado la denuncia en el SOS y no afuera.



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