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En los comedores ya reciben a la clase media | Lejos de la euforia gubernamental por la salida del cepo, cada vez más personas buscan comida en organizaciones comunitarias



El mediodía del Viernes Santo transcurre plácido en Villa Crespo, en la esquina de Belaustegui y Nicolás Repetto hay personas tomando café bajo el sol en unas pintorescas mesas de color aguamarina, a cien metros de allí hay una fila de gente que deja tuppers vacíos en la puerta del La Casa de La Dignidad “Osvaldo Pugliese”, volverán en un hora para llevarlos cargados de puré de papá y medallones de pollo. Hay personas en situación de calle, pero también hay quienes son propietarios; hay desocupados, pero también empleados que no llegan a fin de mes; hay familias con hijos, pero también jubilados y jubiladas. En esta fila no se habla de cuánto cotiza el dólar en la semana en la que el gobierno de Javier Milei festejó la salida del cepo cambiario; en esta fila se habla de dónde conseguir comida los próximos días en este fin de semana largo, cuando la mayoría de los comedores y merenderos están cerrados. Un lugar situado en una zona de poder adquisitivo medio que, en años anteriores, recibía a personas que cartoneaban por esas calles, pero que ahora también atiende a vecinos y vecinas del barrio. “El cambio más rotundo es que empiezan a venir los laburantes, los jubilados y las madres solteras”, cuentan desde la organización.

Son las 13.30 y Ezequiel Cáceres llega apurado en bicicleta, lleva una mochila térmica de Rappi. Hizo un alto en su trabajo como delivery para retirar la vianda, trabaja entre 8 y 12 horas –pura tracción a sangre–, pero la plata no le alcanza. Tiene 32 años y hace dos semanas que empezó a venir a este lugar, antes iba a una iglesia en Caballito. “Es el día a día, saco 40.000 más o menos y me sirve para el alquiler y el resto de los servicios. Está complicado”, dice. La comunicación es breve, las notificaciones de su celular no paran, la chicharra de la aplicación suena y el tiempo, para él, es oro. No es el único trabajador que vienen durante la semana, hay un centro de distribución a pocas cuadras y los repartidores se acercan, también lo hacen los albañiles de edificios en construcción o empleados de algunos comercios ceranos. 

Los referentes del comedor cuentan que, hasta hace unos años, la población que concurría era mayoritariamente gente en situación de calle y cartonerosoy. Hoy ese grupo representa un tercio, los otros dos tercios son trabajadores que no llegan a fin de mes y jubilados y jubiladas. Hacen entre 80 y 90 viandas por día. En la Ciudad de Buenos, un hogar tipo con dos adultos económicamente activos y dos hijos necesita al menos 1.804.267 pesos para ser considerado de clase media. Son los datos de marzo del Instituto de Estadística y Censos de la Ciudad de Buenos Aires (IDECBA). Una cifra a la que es complejo llegar, aún con empleo registrado.

Otro de los que recibe el tupper es Gerardo Amávile, que en septiembre cumple 65 años, estuvo a pocos meses de jubilarse con la moratoria previsional, que terminó en marzo y que el gobierno de La Libertad Avanza no quiso prorrogar. Tienen 22 años de aportes, le faltan ocho y, como están las cosas ahora, solo puede acceder a la Pensión Universal para el Adulto Mayor (PUAM) —que representa solo el 80 por ciento de la jubilación mínima— y que este mes es de 228.000 pesos ( a lo que se suma un bono de 70.000 para arañar los 300.000). “Este gobierno me deprimió, me tiró abajo, no tengo ganas de hacer nada”, cuenta. Está desempleado y vive en la casa de una amiga, que le armó una cama en el comedor. Está ahí, en el borde: “Intenté dormir en la calle, pero a esta edad no es fácil”. Repite que está deprimido, que tuvo trabajos en blanco, que hace changas, pero que nada de eso sirve ahora. Es una de las 242.000 personas que este año no podrá jubilarse. “Estaban contentos con los cambios en el dólar, ¿Qué me va a importar si no tengo ni 10 pesos en el bolsillo?– dice mientras golpea el pantalón–. Estoy en la ruina como para comprar dólares”, se queja. Gerardo Amávile es parte de la estadística que indica que 8 de cada 10 hombres no podrán acceder al régimen previsional.

Elvira, de 75 años, sí tiene jubilación y casa propia, pero tampoco llega y desde principios de año viene a buscar su vianda. “No me puedo comprar ropa, tengo que ponerme ropa usada y, para mi, todo esto es volver para atrás porque yo trabajé toda mi vida, tenía dos trabajos”, cuenta. “Somos gente grande”, rezonga y cuenta que le dio verguenza la primera vez que se acercó: “Me costó mucho hacerlo porque siempre luche para estar bien”.

Rodrigo Pelaez está parado en la puerta del local que tiene una foto de Osvaldo Pugliese, gloria del barrio, hace 15 meses que viene –casi el mismo tiempo desde que los vientos de la ultraderecha llegaron a la Argentina– . Tiene 50 años y casa propia, pero no llega: cobra una pensión por discapacidad con la que cubre los gastos de las expensas y los servicios. Colabora con la organización del lugar y también se lleva su ración. “Me da risa escuchar lo del dólar, eso no es noticia, la noticia sería si bajan los alimentos”, dice. Cerca de él está Claudio Brito, de 61 años, que llegó desde Devoto, está desempleado y hace changas como albañil o con algún flete y cuando no tiene plata para cargar la SUBE, se acerca a la panadería de su barrio y le dan pan o facturas. “A este edad ya caducaste, estás fuera del sistema”, se queja. Dice que en las escuelas “deberían darle instrucciones a los jóvenes sobre qué pasa con los gobiernos neoliberales”. “Es todo ficticio ya lo hemos visto con Menem, también con Macri que fue la primera vez que salí a pedir. Pero Milei es peor que Macri, este gobierno vino a destruir todo, son lacayos de Estados Unidos”, agrega.

Según los datos que recopiló Guillermo Oliveto en su libro Clase media, mito, realidad o nostalgia, a lo largo de las décadas esa categoría se fue esfumando: mientras que en los años 70 la clase media representaba alrededor del 75 por ciento de la población, actualmente es el 43 por ciento. En términos más subjetivos, una encuesta de la consultora Reyes-Filadoro hecha en agosto 2024 en el conurbano bonaerense indica que sólo el 18 por ciento se reconoce como “clase media”, mientras que el 37 por ciento se autopercibe de “clase media-baja” y el 41 por ciento de “clase baja”. Lo llamativo es que el 81 por ciento de quienes de se definen como clase “media baja” tiene ingresos por debajo de la línea de pobreza.

“Este es un barrio de nivel adquisitivo medio y tenés esta complejidad: laburantes viniendo a buscarse la vida. Ese es el cambio más rotundo que nosotros notamos desde que arrancamos hasta el día de hoy: empiezan a venir los laburantes, los jubilados, las madres solteras. Si acá se habla del dólar es porque la gente tiene miedo de ir al supermercado, ver los precios y ver que se dispara la yerba, el azúcar, los fideos”, describe Julieta Goldsman, militante social y referenta del lugar.

Los de asfalto

En los barrios populares los comedores no paran de recibir gente y la fiesta libertaria por el cepo solo trae preocupación por cómo impactará en los precios de la comida. “Estamos pensando en cómo comprar una zapatilla para los pibes que arrancaron las clases y no por los dólares. Si lo tenemos en cuenta es porque nos da miedo el precio del tomate, hay pánico de que aumente todo”, dice Victoria La Luz, del comedor Los Ceibos, en González Catán, La Matanza. Es referenta sociocomunitaria del Movimiento de Trabajadores Excluídos (MTE) en esa localidad, corazón del conurbano bonaerense. Hacen ollas que rinden entre 350 y 400 raciones dos veces por semana, el resto de los días preparan merienda “para que los vecinos tengan que meterse en la panza”. Cuenta que antes de Milei, hacían entre 100 y 150 viandas, pero que ahora la comida no alcanza para todos. “Todos los días es salir a la cola y decirles que no hay más, que nos disculpen. Les damos los tuppers por la mitad para que alcance a más gente, pero no hay forma, no hay comida que alcance”, cuenta Victoria La Luz.

Al lugar no solo llegan los de siempre, sino ahora vienen “los del asfalto”, gente que no vive dentro de este barrio de calles de tierra. “Nunca en su vida se les hubiera ocurrido pisar el barrio, pero ahora están viniendo a buscar comida”, dice Victoria. “Hay obreros, gente que sale de laburar y viene a buscar su vianda y, muchos, muchos jubilados. Tenemos gente nueva, el doble de lo que teníamos”, agrega y sintetiza: “En los barrios hay más pobreza y menos comedores porque el Estado se fue, no existe”.

En San Martín las situación se repite, en el centro comunitario “Vivan los Sueños Felices”, en el barrio Costa Esperanza, reciben a 280 personas por día, pero tuvieron que reducir la frecuencia porque ya no les llega la mercadería del Estado Nacional, de 5 cenas a la semana lo redujeron a 3. “Con las compañeras hacemos malabares, construímos redes de contención, de donaciones y finanzas, como rifas o torneos”, cuenta Zulma Monges, que está a cargo del lugar. “Mucha gente que asiste trabaja, tienen hasta dos trabajos, pero no les alcanza y asistir al comedor les ayuda a disminuir gastos. Hay muchos adultos mayores y gente en situación de calle y consumo”, explica. Acá tampoco importa el dólar, “la gente no tiene ni pesos y, menos que menos, van a hablar de dólares”, agrega Zulma.

En el Sur del conurbano, en Villa Caraza, Lanús, está “Color Esperanza”, un espacio que genera 220 raciones por día, tuppers de dos o tres litros repletos. “Hoy también viene gente de clase media que tiene auto y una linda casa, pero quizás algunos fueron despedidos y otros están laburando, pero no les alcanza. Hay gente que se engancha porque no llega, es gente que antes estaba en una buena posición y hoy viene a ser asistida. No es solo un plato de comida, es una zapatilla, un delantal para los pibes, una silla de ruedas”, cuenta Alejandra Ramos referenta sociocomunitaria del espacio de MTE. “Si acá hablamos de dólar es en chiste, hoy la lucha es conseguir el morfi o una changa. Si los espacios comunitarios no existieran, la gente te prende fuego un municipio”, dice.

Los de calle de tierra y los del asfalto, historias en las que el dólar importa, pero por el miedo a que los precios siguan subiedo y quedar en el borde.



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