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La abstención electoral como síntoma de época | Las grandes bajas de participación que mostraron las elecciones de Chaco, Jujuy, Salta y San Luis



La caída en la participación volvió a ser protagonista en las elecciones provinciales del fin de semana. En Chaco, Jujuy, Salta y San Luis, la concurrencia electoral retrocedió en comparación con los comicios legislativos de 2021, cuando todavía persistía el impacto del aislamiento por la pandemia. Cuatro años después, la apatía se profundiza. En Chaco, apenas votó el 52% del padrón, lo que representa una caída de 14 puntos. En San Luis, la merma fue de 12,5. En Jujuy y Salta, el descenso rondó los cinco puntos, y en esta última se trató de la segunda participación más baja desde 1983. A ese mapa se suma Santa Fe, que semanas atrás registró un derrumbe histórico en su primer turno electoral del año: solo asistió a las urnas el 55,6% del padrón, el nivel más bajo desde el retorno democrático. “El gran perdedor fue el sistema político”, sintetizó el consultor Gustavo Zubán. Pero la preocupación no se agota en la abstención. Detrás de esos números se consolida un proceso más profundo de fragmentación y repliegue territorial, donde los partidos tradicionales pierden cohesión nacional. La desnacionalización de la política no solo debilita la representación: deja al sistema sin un horizonte claro.

El fenómeno no es nuevo ni aislado. Ya en 2023, el sistema político había recibido una señal de alerta: el balotaje presidencial que consagró a Javier Milei registró una participación del 76,37%, una de las más bajas desde 1983. Los primeros turnos electorales de 2025 ratifican esa tendencia. Lo advirtieron los politólogos de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracias: “Cuando los votantes pierden la fe en los partidos tradicionales, la puerta queda abierta para forasteros con discursos antisistema, que muchas veces erosionan las instituciones desde dentro”. Esa advertencia global ya tiene su capítulo en estas latitudes.

El patrón se repite: desafección, voto castigo, ruptura. Según el diagnóstico de Gustavo Zubán, “había un votante frustrado que no estaba contenido en términos económicos y que, después, terminó votando a Milei”, explicó. Para el politólogo Pablo Salinas, el fenómeno actual expresa un nivel de desconexión aún más profundo que el de 2001: “Es mucho más grave el ausentismo que fenómenos como el voto bronca. Porque el voto bronca no cuestionaba al sistema, cuestionaba a los candidatos. El ausentismo cuestiona al sistema”. Una renuncia silenciosa a la política como herramienta de transformación.

Pero la baja participación no sería la única luz roja encendida en el tablero electoral, o al menos no la más grave. El politólogo Sebastián Galmarini no se mostró particularmente alarmado por la disminución en la concurrencia —“no afecta el resultado”, señaló—, pero sí advirtió sobre un fenómeno más estructural: la desarticulación del sistema de partidos. “No hay partidos nacionales”, aseguró el actual director del Banco Provincia, y puso como ejemplo la desaparición del peronismo como fuerza competitiva en distritos como Salta y Jujuy, donde directamente se quedó sin representación. Para Galmarini, la política se transformó en “un conglomerado de buscas y agrupaciones locales”, sin capacidad de articular política nacional. Ese, señala, es el verdadero costo de los desdoblamientos electorales y del repliegue a lo provincial: un escenario cada vez más fragmentado, donde las campañas se reducen a ejercicios de ingeniería electoral. “Se parece a un tablero de ajedrez donde todos juegan sin saber mover las piezas”, graficó. De cara a los comicios del próximo domingo en la Ciudad de Buenos Aires, anticipó que la participación podría volver a ser baja, aunque sin un impacto definido sobre el resultado.

Facundo Cruz, consultor y codirector del Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD), aporta perspectiva histórica: “Lo que está pasando con la participación electoral en Argentina no es nuevo ni excepcional. En cada década, desde 1983 hasta hoy, observamos una caída promedio de cinco puntos. En los años ’80 teníamos elecciones con más del 80% de participación. En los ’90 ya estábamos por debajo. Tras la crisis de 2001, la participación bajó al 70% y, si bien hubo un pequeño repunte, después de la pandemia estamos viendo elecciones que oscilan entre el 65 y el 70%, e incluso muchas por debajo del 60%. Pero esto no significa que vote menos gente: nominalmente, hay más votantes. Lo que ocurre es que los padrones crecen más rápido que la cantidad de personas que efectivamente van a votar. Con este escenario, tenemos que acostumbrarnos a elecciones donde una participación del 65% es aceptable”.

¿Qué explica la merma?

Entre los factores que explican la caída, los analistas destacan al menos tres. El primero es el desgaste generalizado del sistema político, que atraviesa una crisis de representación donde los partidos tradicionales ya no interpelan con la fuerza de otros tiempos. A esto se suma el impacto de la situación económica, que golpea con más dureza a los sectores populares y tiende a generar apatía o resignación más que movilización política. Por último, los desdoblamientos electorales —diseñados para blindar a los oficialismos provinciales— también contribuyen a diluir el sentido de la contienda y a desconectar el voto local de un proyecto nacional.

Paola Zuban, directora de Zuban Córdoba e integrante de la Red de Politólogas, lo resume así: “La caída en la participación es todo un fenómeno que tiene que ver principalmente con cierto sentimiento de frustración que tienen amplias capas de votantes. Desde la pandemia hasta acá, ha descendido el caudal de votantes”. Según su análisis, en 2021 la abstención estuvo vinculada al aislamiento, la recesión y el desgaste del gobierno de Alberto Fernández. Muchos de esos votantes reaparecieron en 2023, volcándose a Milei, lo que entonces pareció indicar que habían encontrado representación. Pero los niveles actuales vuelven a poner eso en duda. “Una caída en estas provincias que va entre el 5 y el 14% es un alto número de votantes que no encuentran representación”, concluye.

Para Santiago Giorgietta, director asociado de la consultora Proyección, el fenómeno golpea con especial fuerza en los sectores más postergados. “En los niveles socioeconómicos medios bajos y bajos, que en gran parte confiaron en Milei, esa confianza está totalmente rota”, explicó. En su lectura, esos mismos sectores “no encuentran una representación que les esté dando una solución a los problemas, o que les proponga un proyecto con el que se sientan identificados”.

¿Quién gana y quién pierde?

La baja participación no parece favorecer a La Libertad Avanza. En los distritos donde logró imponerse, lo hizo con pisos electorales que rondan el 30%, apoyado únicamente en sus núcleos duros. “No hay un sector mayoritario que esté acompañando al gobierno nacional”, advierte Giorgietta. El voto de Milei no se expande: pierde conexión con los sectores más dinámicos y populares, mientras su figura aparece cada vez más acotada.

Sin embargo, no hay una fórmula única. “A veces beneficia a los oficialismos, otras a la oposición”, señala Facundo Cruz. Todo depende del contexto local, el desgaste acumulado y la capacidad de los espacios políticos para ofrecer representación en un escenario de creciente desencanto.



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