Bajo asedio, el fútbol y sus millones de hinchas tienen una gran oportunidad. Centenares de miles que son socios de los clubes también. Aquellos que levantaron y sostuvieron colosales patrimonios con su esfuerzo durante décadas deben plebiscitar el atropello de un gobierno ilegítimo. Ilegítimo en su forma de ejercer el poder. Prepotente, fascista en todo lo que produce y comunica. Mantenido a decretazos. La respuesta que se requiere es inmediata, sin perder el tiempo, para llamar a convocarse. La capacidad de movilización es un punto de partida que el fútbol garantiza. Hay que recordar a Bertolt Brecht: “Qué tiempos serán los que vivimos, que hay que defender lo obvio”. Parece mentira.
La defensa de instituciones básicas de la democracia participativa como los clubes no admite demora. Son las que dan contención social, que educan en sus colegios, que arropan a millones de niños y niñas en su infraestructura recreativa, que forjan su identidad deportiva y que representan un pilar de nuestra cultura popular.
La política perversa y destructiva del gobierno de Milei llegó demasiado lejos. Y más lejos avanzará si no empieza a repudiarse su gestión en grandes asambleas a cielo abierto. Debemos estar lúcidos y en unidad para enfrentar esta realidad que abruma, después decidir qué hacer, enfocarse en la acción y luego ejecutarla de manera colectiva.
Cada cancha donde decenas de miles de voces pueden multiplicarse, tiene que retumbar con una sola consigna. ¡Un “No” rotundo a la estrategia de asfixia fiscal del gobierno! ¡Un “No” colectivo a las SAD! ¡Un “No” ruidoso, que se ese escuche de La Quiaca hasta Ushuaia contra la crueldad inoculada a proyectos donde el pueblo quiera expresarse! La creatividad futbolera es mandada a hacer. Mauricio Macri la sufrió con un cantito de cancha que se convirtió en hit. Ahora le tiene que tocar al presidente que no respeta ni su propia investidura.
Las sociedades civiles sin fines de lucro son la puerta abierta a un derecho humano que no suele percibirse como tal: el derecho al deporte. Porque ni siquiera figura en nuestra Constitución Nacional. A los clubes debería dárseles aliento y apoyarlos, y no al revés. Más en este momento cuando el Estado se destruye desde adentro.
Para Milei, Scioli, el propio Macri y los escasos sofistas interesados en las sociedades anónimas, los clubes son una mercancía. No organizaciones sujetas a derecho para asociarse como quieran. Libremente. Si deciden excluir a un fondo buitre, una offshore o un jeque con petrodólares mimetizados en una SA deberían poder hacerlo. La AFA ya les dijo que no. Por ahora.
Con las arbitrariedades que comete el gobierno más dañino en cuarenta años de democracia ininterrumpida, se termina la falacia que el presidente ha repetido como un mantra: “El liberalismo es el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo”. Su ataque sistemático a los clubes lo confirma.
El último ensañamiento se materializó con el DNU 939/2024 que firmaron Milei; su jefe de Gabinete, Guillermo Francos; su ministro de Desregulación, Federico Sturzenegger – parece el gemelo de Terminator, interpretado por Schwarzenegger con el que además rima- y Luis Caputo, el tomador serial de deuda y ministro de Economía. Con la medida desmontaron el régimen especial de percepción de los aportes personales y contribuciones patronales de los empleados de cada club. Un salvavidas que se mantenía hace poco más de veinte años.
Excluir a los clubes de ese beneficio es un apriete. Un mensaje mafioso hacia la AFA, que ejerce la representación de los clubes. Uno más de un gobierno que nos sumergió en una pesadilla de la que debemos despertarnos.