Ya sabemos a esta altura porque el Departamento de Justicia de EE.UU y el FBI metieron la nariz en la FIFA en mayo de 2015. Pasaron diez años y los resultados después del escándalo de las coimas están a la vista. La federación que preside el suizo Gianni Infantino -además de mudarse en parte a Miami- le concedió el Mundial de Clubes y la Copa de selecciones en dos años sucesivos. El primero de los torneos será el más lucrativo de la historia con premios exorbitantes. Se acordó todo en la primera presidencia de Donald Trump y se materializó en la segunda. Pero el escenario empeoró en este último mandato. El PBI se redujo, la economía no arranca, el magnate se peleó con medio planeta y llegó al gobierno condenado por comprar silencios. Además, les quitó impuestos a los más ricos y se esmera en perseguir a millones de inmigrantes que temen ser deportados. Ése es el país que eligió la FIFA para su circo ecuménico. Combina un combo de violencia policial con el escaso interés que despertó el certamen. Las entradas no se venden como se esperaba y tienen el precio a la baja.
En agosto de 2018 Infantino y Trump se reunieron en el salón oval de la Casa Blanca y sentaron las bases del acuerdo. El presidente de Estados Unidos ni siquiera se imaginaba hoy en el cargo. Este sábado cumplirá 79 años y lo festejará con un desfile militar en Washington en el 250 aniversario del ejército. Poco le importan los mundiales a no ser porque considera al fútbol una mercancía.
El Mundial de Clubes que repartirá 1000 millones de dólares en premios está bajo asedio. La violenta política migratoria del gobierno seguramente desalentará de ir a la cancha a hispanos con entradas en su poder. Podrían caer en manos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) si se les ocurre ir a ver a Boca, River o cualquier otro club latinoamericano.
“Todos los ciudadanos no estadounidenses necesitan llevar una prueba de su estatus legal”, es el mensaje que bajan las autoridades hoy lanzadas a una caza de residentes con o sin papeles. La meta de Trump es deportar a un millón de inmigrantes este año para subir la vara hacia objetivos más ambiciosos que reduzcan la cantidad de 11 millones de indocumentados. De ese número, son menos del 4% los que tienen antecedentes criminales y casi ocho de cada diez llevan más de cinco años viviendo en Estados Unidos.
La modalidad de Trump ha llegado a límites de crueldad sofisticada. Incluso porque rinde dividendos bajo una nueva especialidad. Es el método Amazon, la multinacional de comercio digital del multimillonario Jeff Bezos. No se trata de una ocurrencia de su CEO. Es una idea del director de ICE, Todd Lyons. En una exposición de Seguridad Fronteriza que se realizó en abril pasado, en Phoenix, Arizona, instaló que el país debe considerar el tema de las expulsiones de miles de ciudadanos como “un negocio” y lo describió así: “El proceso de deportación debería ser más similar a un método como el de Amazon, pero con entregas humanas”.
Un dirigente de Boca alojado hoy en Fort Lauderdale, Florida, le comentó a Página/12 “la preocupación por el banderazo que se hará en la playa antes del partido con Benfica”. Aunque las redadas antimigrantes se extienden por todo Estados Unidos, los niveles de agitación y respuesta a las autoridades policiales varian entre las ciudades de la costa este y oeste. En esta última, Los Angeles es el epicentro de las protestas contra ICE al sur de California.
Las imágenes televisivas entregaron los últimos días movilizaciones masivas sobre avenidas y autopistas, patrulleros incendiados, uniformados al ataque y un despliegue represivo inusitado de la Guardia Nacional y los Marines. Banderas de México flamearon en las marchas frente a los lugares de detención. Parecía que se había desatado una gesta de recuperación de los territorios perdidos a manos de EE.UU en una guerra desigual del siglo XIX.
En Los Ángeles jugará River su segundo partido del Mundial contra Monterrey. Pero como rige el toque de queda en la ciudad, el horario pautado para las 18 (hora local) del sábado 21, podría adelantarse a las 15. Infantino no parece inquietarse por este torneo atado con alambre y en medio de una revuelta ciudadana que Trump pretende sofocar con el despliegue de más de 4.000 soldados de la Guardia Nacional y unos 700 marines. “No tengo ninguna preocupación”, declaró el presidente de la FIFA. Una hipocresía más de la organización que declama luchar contra el racismo pero le entregó dos mundiales a un país ubicado entre los diez peores del mundo en discriminación racial.