Sabemos muy bien que el poder de algunas ideas poco tiene que ver con la verdad que contengan. Pero se repiten, se fomentan, se difunden, consiguiendo que acaben pareciendo verdades inmutables. Que la clase baja es perezosa, es una de ellas. Esa canonización del término pobreza en su “acepción” más posmoderna: vagancia. Esa idea tan extendida de que la pobreza no está provocada por una injusticia social sino por el resultado de un fracaso personal.
El estereotipo de holgazán de clase que no quiere trabajar y tira de subsidios existe desde los albores del sistema. Las “welfare queens” -reinas del subsidio- , así bautizadas por los medios anglosajones de derecha en la época del binomio Reagan/Thatcher eran aquellas mujeres demasiado holgazanas para trabajar que se dedicaban a engañar al sistema y parir un hijo detrás de otro para acumular subsidios estatales. Los tabloides conservadores han tenido siempre sus “welfare queens” favoritas. Una de ellas fue Linda Taylor, famosa en todo Estados Unidos, y que Ronald Reagan utilizó para demonizar las ayudas sociales en un cóctel clasista y racista que resultó muy efectivo para apuntalar sus construcciones neoliberales, como que el Estado le quitaba impuestos a los trabajadores honrados para sostener a un montón de indeseables.
Hoy el gobierno de Milei, acompañado de gran parte de la sociedad argentina, te diría lo mismo. También nosotros tuvimos nuestra afamada “welfare queens”: Doña Tota, la mama de Maradona. Una mujer que crió ocho hijos: Ana María, Rita, Elsa, María Rosa, Diego, Raúl, Hugo y Claudia, desde la precariedad más absoluta y que por la noche “fabricaba” dolores de estómago para abstenerse de comer y repartir su ración con sus hijos. “A los 13 años me di cuenta de que mi vieja nunca había sufrido del estómago, siempre quiso que comiéramos nosotros”, comentó en una entrevista Maradona.
Lo peor de los prejuicios es que uno no sabe que los tiene. ¿Cuántos argentinos han identificado a esta familia como el mejor ejemplo de clan que ha vivido de los subsidios del Estado? ¿Cuántos? Existe un rencor de clase, un odio doméstico, que se proyecta sobre congéneres contra los que se ejerce la más exquisita crueldad. Un jugador como Diego, negrito y villero, sólo puede ser “integrado” en la medida que desarrolle un éxito desmesurado del que pueda apropiarse el país para mostrarlo en sociedad. Fían su apoyo a que estos villeros destaquen en algo para arroparlos, para hacerlos “suyos”; con el mismo cinismo blanco y espacio que se les cedió a los negros americanos: un poco de deporte y un poco de música.
En agosto del 2022, el Ministerio de Economía sacó a la luz el listado de empresarios, celebridades del espectáculo y del deporte (hoy muy afines al gobierno) que a pesar de contar con millonarios patrimonios conservaron el subsidio para no pagar consumos energéticos elevados. Ese arrogante cinismo de clase de fortunas extravagantes envasadas en un listado público que se puede visitar en internet.
Ni todo el dinero, ni toda la fama le borró a Maradona el camino que siguieron sus padres, subsidiados o no, para alcanzar lo que a otros les fue negado. Con ese deseo arrebatador de defender el valor de la utopía, que ciertamente, a estas alturas, ha perdido su inocencia.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979