¿Cuántas personas hay en el mundo que estando encerradas en su casa por una condena amañada puedan provocar que un millón marche en su nombre pidiendo libertad y democracia? En la Argentina eso se consigue. Lo hizo ayer Cristina Fernández de Kirchner. Movilizó al peronismo, pero tambien a otras fuerzas políticas e incluso a los que no comulgan con ningún partido pero que respetan y valorizan sus gobiernos. Eso es también memoria.
Los testimonios de los que abarrotaron las calles no sólo daban cuenta del trasfondo político que tiene el fallo de la Corte, a la que todos le desean un futuro enmarcado en un juicio político, sino que también destacaban lo que había representado Cristina Kirchner en su vida a partir de las transformaciones sociales que implementó en sus gobiernos. Algunos reivindicaban la jubilación, otros resaltaban incluso las vacaciones, la salud pública, los remedios. Era el pueblo trabajador que recordaba y valoraba esos beneficios logrados con esfuerzo y a través de la decisión política de un gobierno elegido por la mayoría para favorecer a las grandes mayorías. Eso no se consigue en estos días en la Argentina.
La memoria en un pueblo es imprescindible. No solo para no repetir los errores del pasado, como dice el viejo refrán, sino porque también provoca la reacción cuando acosado por mensajes que desaniman, por la ausencia de una conducción política, por los gobiernos que oprimen, por los que persiguen, terminan generando ese clic que despierta a la masa que, en base a esa memoria, sale a la calle en defensa propia y del que estaba a su lado y al otro lado.
La masiva movilización fue lo más parecido a un renacimiento. Es el pueblo que vuelve, acá y en muchas ciudades más, por los derechos que le quitaron y en defensa de su lidereza. Y lo hizo con alegría, como lo hace CFK cuando saluda desde el balcón. Ese lugar que tanto critican los que aplaudieron la condena y se horrorizan del baile. Lo que no saben es que CFK baila y disfruta del apoyo porque así reaccionan los inocentes.