Son ministros, ministras, feligresas y fieles de distintas iglesias y comunidades religiosas que –como parte de su compromiso- desarrollan tareas de solidaridad y de denuncia, también de escucha y acompañamiento de quienes resultan víctimas del modelo libertario. Página/12 consultó sobre los motivos, el sentido de lo que hacen y cómo se hace realidad el desafío de tener “un oído en el Evangelio y otro en la voz del pueblo”.
El pastor Leonardo Schindler, presidente de la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE), sostiene que “como iglesias cristianas y organizaciones basadas en la fe, que tenemos puesto ‘Un oído en el Evangelio y otro en la voz del pueblo’, no podemos ni debemos permanecer calladas y menos aún quietas”. Y, en consecuencia, “es urgente la articulación de iniciativas que denuncien no solo las situaciones de dolor y pecado sino también alcen la voz para reclamar cambios de políticas. Es fundamental que nos organicemos para unirnos a los gritos y clamores de quienes hoy reclaman pan, derechos, justicia y paz”, aseguró. Para Leonardo Félix, pastor de la Iglesia Metodista Argentina (IEMA) y comunicador social, “no existe espiritualidad en el mundo ni concepto de divinidad, en cualquier religión que tomemos, que niegue la ayuda a las personas más vulnerables de nuestra sociedad como mandato, como obra prioritaria y responsable del cuidado de la creación y de unos con otras”.
Luis Alman Bornes, del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) e integrante de la “Mesa ecuménica” – recientemente constituida, “las organizaciones basadas en la fe, tenemos el enorme desafío, en este tiempo de fundamentalismos políticos y religiosos, de acompañar la resistencia que los movimientos sociales están llevando adelante. Y señala que “este gobierno, que ha puesto en tensión el sistema político, sindical, las organizaciones sociales, de DDHH, etc., también se ha ocupado de disputar el campo de la fe, apelando a ‘las fuerzas del cielo’ y otros elementos simbólicos. Nuestro desafío es estar en cada lugar donde los derechos humanos se encuentren vulnerados”.
Rodolfo Viano es sacerdote católico, vive en la diócesis de Merlo-Moreno y es parte de los COPP. Señala que “cuando la crisis social es provocada por gobiernos antipopulares como los que aplican recetas neoliberales para enriquecer a pocos y empobrecer a muchos, disminuyen las ayudas de todo origen y se pone en juego una dosis extra de sensibilidad, compasión y creatividad en estos voluntarios y militancia de distinta edad y pertenencia religiosa, pero también de inspiración filosófica o de sabidurías originarias y orientales”. Reconoce que “quizá a buena parte de este voluntariado y de esta militancia le falte conciencia crítica colectiva” pero hay otros que “no solo anuncian asistencialmente, sino que analizan críticamente la realidad, se hacen conscientes de las causas de empobrecimiento e indigencia y denuncian a sus causantes”.
Para Ignacio Blanco (COPP), sacerdote católico de la diócesis de Quilmes, lo que pueden ofrecer las organizaciones religiosas “es un sentido comunitario o colectivo, con un proyecto de justicia, fraternidad, sororidad. Un proyecto inclusivo, comenzando por ‘las y los de abajo’. También una ‘mística’ propia de un proyecto que, al mismo tiempo que trascendente, mira a la historia buscando transformarla”. El teólogo católico Oscar Campana sostiene que “las situaciones de crisis llevan a diversas instituciones cristianas a avocarse a las cuestiones más básicas de la existencia: dar de comer, brindar abrigo y techo, contener el desborde de muerte que los ciclos neoliberales saben proveer”. Fernando González, laico católico integrante del Colectivo Kevin O`Neill (mártires palotinos) argumenta que “los movimientos sociales con raigambre de fe debemos asumir un compromiso en pos de una eclesiología liberadora del ser humano en su integralidad a través de la vivencia de comunidades eclesiales de base, del apoyo a los movimientos populares que luchan por los derechos y la dignidad de las personas”.
Desde La Rioja, el también sacerdote católico Roberto Mural (COPP), agrega que “el colectivo campesino tiene en las instituciones religiosas un ámbito de reflexión, de apoyo a sus reclamos, de visibilización de la problemática que no tiene el ciudadano rural individualmente” porque “el Estado nacional ha desconectado las estructuras esenciales para la realización de proyectos comunitarios rurales y ahoga económicamente a instituciones que aportan tecnología y asesoramiento indispensable para los pequeños productores”.
¿Alcanza con las denuncias? preguntó Página/12. “No podemos permanecer callados frente al avance de una cultura de la crueldad y el odio. Es necesario que, sostenidos en aquello que nos identifica, vayamos tejiendo un entramado de propuestas esperanzadoras que sostenidas en el mandamiento del amor incluyan la justicia social y rescaten el valor de lo comunitario, la solidaridad y la empatía con quienes sufren, aspectos que hoy se ven constantemente atacados pero que son pilares fundamentales para reconstruir una sociedad más solidaria, justa y pacífica” respondió el pastor Schindler.
“Debemos ser creativos y cristianamente audaces en el método, empezando por la denuncia y continuando con la manifestación pacífica en las calles, plazas y espacios públicos que son del pueblo” porque “los derechos no se mendigan, se conquistan y en las calles”, argumenta Fernando González.
Las religiosas dominicas de Nuestra Señora del Rosario que trabajan con jóvenes universitarios, señalan que “la denuncia es un medio que no está siendo escuchado ni atendido legalmente, por lo que hay que agregarle creatividad para la resistencia y resiliencia”. Y ponen como ejemplo que “los jóvenes en las tomas están haciendo teatro, danzando, etc. además de discutir y seguir estudiando”.
Para Luis Alman en primer lugar “debemos reconocernos que, como pueblo, estamos siendo vulnerados por la crueldad de este sistema político y económico” lo que “torna indispensable hacernos partícipes en la construcción de la unidad con aquellas organizaciones (sindicales, sociales, de derechos humanos, estudiantiles, jubilados, etc.) que hoy reclaman por justicia social, elemento fundamental de la propuesta del Carpintero de Nazareth”.
Campana agrega que “el trabajo más profundo, tanto sobre el sentido como sobre la necesidad de las transformaciones de fondo, no está ausente, pero queda muchas veces fagocitado por la urgencia y por la emergencia”. Y Viano sostiene que “lo que comenzamos el martes pasado (“Mesa ecuménica”) y trataremos de proseguir cada martes frente al ex Ministerio de Desarrollo Social, intenta ser una contribución a visibilizar y hacernos eco de ‘todas las hambres’ que está sufriendo nuestro pueblo. Hambre de justicia social y ambiental, hambre de democracia real y participativa, hambre de paz”.