Si bien lo importante para la Argentina será –sin duda- analizar las consecuencias que tiene para el país la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, el triunfo del candidato republicano pone nuevamente en evidencia el deterioro de la política como herramienta para construir alternativas democráticas en base a la ampliación de derechos. Reforzado esto con un dato no menor y que aparece en los primeros análisis del perfil de los votantes norteamericanos: Trump desequilibró la elección sumando el voto de jóvenes y latinos. Esos dos núcleos coinciden en el desprecio por la política como tal, ambos, y deciden “perder la memoria”, los segundos. Es el caso de los latinos que hoy se suman al discurso del republicano sobre el cierre de fronteras y el rechazo a quienes pretenden –desde países más pobres- llegar hasta Estados Unidos en busca de mejor calidad de vida. Gran parte de los que hoy aplauden a Trump por su discurso anti migratorio son los que hace no tanto tiempo violaron las fronteras y fueron ilegales. Ellos o sus antepasados recientes.
Son los mismos que se escandalizan por el aumento de la inseguridad adjudicándola también a los inmigrantes, seguramente por asociación libre con la pobreza.
Tampoco importa –y esa es otra característica muy particular del momento político mundial- que los argumentos electorales que finalmente terminan los comicios se construyan sobre la base de la mentira, de las llamadas fake news. Pero éstas hace tiempo que dejaron de ser situaciones aisladas o en circunstancias específicas. La construcción de la mentira en la política forma parte ya de una estrategia comunicacional que dejó muy atrás la verdad de los hechos. Durante toda la campaña –y particularmente en el último tramo de la misma- Trump “denunció” –sin evidencia alguna- que si no resultaba ganador es porque se habría perpetrado un fraude. Poco importó si eso era verdad, especulación o mentira. En este escenario donde la política dejó de ser una herramienta de debate de ideas y propuestas, de construcción colectiva en búsqueda de consensos, la comunicación en plataformas se apoya en las mentiras y en las emociones. Los votantes toman decisiones sobre esa misma base.
La ola conservadora, anti derechos, que hasta niega la evidencia del cambio climático y sus consecuencias se consolida y expande en el mundo. Y, de ninguna manera, eso puede leerse como un triunfo del negacionismo o de una involución. Sí como una falla ética y moral de mayorías desencantadas del sistema democrático pero que utilizan los mecanismos institucionales de la propia democracia para destruirla, probablemente en base al convencimiento de que cada uno se salva solo y como puede, sin importar nada de lo que le pasa a quien está a su lado, bajo la certeza de “vale todo”… para llegar al poder, pero también para obtener logros personales.
Podría hacerse también una suerte de paralelismo con lo que sucede en nuestro país y encontrar una importante serie de coincidencias.
Eso queda por cuenta de quien se asome a estas líneas.
Pero valga hacer una observación. ¿Qué celebran los aplaudidores criollos en relación al triunfo del ultra conservador Trump? Festejan la coincidencia en su estilo cruel, en la utilización de la mentira permanente como argumento, en la agresión como método. No importan ni siquiera las diferencias entre el planteo proteccionista del electo presidente de Estados Unidos –que pueden perjudicar seriamente a la Argentina- y el liberalismo a ultranza de los libertarios locales.
Ni siquiera es una cuestión realmente ideológica. Salvo, claro está, que la crueldad y la mentira sean por sí mismas una ideología.
Solo eso importa.