Mauricio Macri está solo y espera que llegue su momento. Mientras tanto, hace lo posible para que el partido que construyó a lo largo de décadas no se le desbande. Visita viejos aliados, recupera exiliados del PRO, se reúne con gobernadores. Y mantiene silencio sobre las negociaciones que otros llevan adelante con La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires, y que él secretamente –o no tanto– imagina que pueden terminar en un fracaso, o en un acuerdo muy indigno para su partido. Lo cierto es que Macri está recluido en su círculo más cercano y, a la vez, está buscando perder lo menos posible a manos de los hermanos Milei y su estrategia solapada de cooptación.
La relación actual de Macri con el Gobierno es conocida: pasó de creer que iba a poder armarle el gabinete a Milei a ver cómo lo dejaban afuera y se llevaban a quien había sido su lugarteniente, Patricia Bullrich, y era hasta ese momento la presidenta del PRO. Luego vino la decisión de ocupar esa presidencia y limpiar el partido de bullrichistas. La relación con Milei fue y vino en un péndulo que iba de las reuniones con milanesas a votaciones en el Congreso, donde el PRO se abría de su rol de aliado y amenazaba con ir más lejos. Spoiler: al menos, hasta hoy no pasó de amenaza.
Mientras tanto, Macri no pudo evitar que siguieran los garrochazos hacia La Libertad Avanza. En un momento, ya fastidiado, dijo que los que se habían ido eran los que tenían precio y que los que quedaban eran los puros. El lugarteniente de Karina Milei, Sebastián Pareja, no se la dejó pasar: “No tienen precio en el PRO… están regalados”. Luego vino, de la mano de Jorge Macri, la decisión de enfrentar todo frente a La Libertad Avanza en unas elecciones desdobladas en la Ciudad de Buenos Aires, el bastión del PRO. Para eso eligieron una candidata poco conocida con la idea de que la marca PRO iba a ganar la elección. Todos saben como terminó eso.
Después de la derrota, Macri se fue del país y dio vía libre para avanzar con las negociaciones en la provincia de Buenos Aires, tarea que le encomendó a Cristian Ritondo, que hoy tiene que lidiar con los intendentes PRO y, sobre todo, con los muñecos que Karina Milei tiene en cada distrito, todos hambrientos de lugares en las listas y con la autoestima más alta que el presidente. Macri no creyó nunca que ese acuerdo pudiera caminar y no parece haber cambiado de idea. A lo sumo –imagina– va a terminar en un cierre donde el PRO va a tener menos que nada y confirmará que no era un acuerdo entre iguales sino la sumisión a Karina Milei.
Hay otro punto: Macri tampoco ve que ese acuerdo se vaya a replicar en otros distritos, como pedía Milei. En la Ciudad quedó todo roto, y Milei sigue sumando gestos cuando le niega el saludo al jefe de Gobierno, Jorge Macri. Este último, no obstante, soltó lastre: echó al asesor catalán Antoní Gutiérrez Rubí –centro de todos los odios presidenciales– y anunció un cambio de gabinete que nunca llegó. Y en la mayoría de las provincias los acuerdos electorales están yendo en otra dirección que no es la de acordar con lo que sea que tengan localmente los de LLA.
Por caso, Corrientes. Macri viajó a un acto con el gobernador Gustavo Valdés y ratificó su alianza con el radical. Se reunió con los dirigentes del PRO local, al cual antes había intervenido para evitar que se fuera de la alianza gobernante en la provincia para juntarse con LLA, y se aseguró de que todos siguieran como venían: en el frente que gobierna. Así las cosas, cuando sean las elecciones provinciales en agosto para elegir gobernador, enfrentarán a LLA, no se aliarán con ella. Y en octubre probablemente pase algo similar.
Corrientes es un ejemplo, pero refleja lo que ocurre en la mayoría de las provincias. No hay, por razones que tienen que ver con cada distrito, muchas posibilidades de un acuerdo en todo el país con LLA. Si ocurre, será solo en el territorio que gobierna Axel Kicillof. Si es que eso se logra, incluso. Ritondo y funcionarios del Gobierno siguen repitiendo que están confiados en que el acuerdo va a llegar, pero los acuerdos concretos siguen sin llegar.
Además, Macri optó por enmendar viejas enemistades y recuperar relaciones que había perdido. Sorprendió a varios de los propios cuando se juntó a conversar con Emilio Monzó, con el que no hablaban hace tiempo. Monzó fue en otro tiempo su armador electoral, concretamente, de la elección en la que llegó a la presidencia. Luego fue presidente de la Cámara de Diputados, pero fue sistemáticamente excluido de todas las mesas chicas por Marcos Peña. El entonces poderoso hombre del PRO hoy está retirado de la política, de forma prácticamente definitiva. Y Macri optó por suturar las heridas de Monzó. Se reunieron y tuvieron una reunión muy “amena”, según relataron a este diario. Monzó hace tiempo que quiere reconstruir un espacio que tenga más de centro que de otra cosa. Macri lo escuchó y pareció sintonizar con algunas de sus ideas. El tiempo dirá si eso lleva a que se arme algo como lo que fue Cambiemos, o no.
Mientras tanto, Macri mantiene silencio en público, pero tiene una cantidad importante de reuniones con dirigentes propios, tal vez como nunca antes. Contener es la palabra, contener es la tarea, como señalaron en su entorno. El objetivo es perder lo menos posible a manos de los cantos de sirena de los Milei.
Macri hoy parece más solo que nunca, cerrado en un círculo que nunca fue más chico. Pero también espera. ¿Qué espera? Tal vez un error del Gobierno, un momento en el que la imagen positiva que todavía acompaña a Milei se diluya (pensó que era Libra, pero ahora ve que se equivocó; fue antes de tiempo), un momento para volver y cobrarse todas las que viene acumulando de parte del dúo gobernante. Un tiempo de volver a hacer ofertas que no se puedan rechazar, a escuchar pedidos de ayuda y retacearla, en pocas palabras: un retorno calabrés. Habrá que ver si ese momento alguna vez llega para Macri.