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Megacausa Campo de Mayo: el relato de los hermanos Garello sobre el secuestro de su padre | María Paola y Pablo, dos de los hijos de Luis Garello, tenían 4 y 5 años cuando una patota lo secuestró en la casa familiar



María Paola y Pablo Garello tienen 52 y 53 años y son dos de los cuatro hijos de Luis Lorenzo Garello. Cuando en la madrugada del 25 de agosto de 1976 un grupo de tareas irrumpió en su casa, en Campana, provincia de Buenos Aires, y despertó a todos a puro grito y amenazas con armas largas, tenían 4 y 5. También estaba con elles María Cecilia, de dos años, a quien María Paola sostuvo de su mano mientras la patota les apuntaba con fusiles a la cabeza. Lucas, el hermano menor, nació en febrero de 1977, seis meses después de aquella, “la noche más espantosa”, como definió María Paula durante su testimonio. Les hermanes declararon en la mañana del martes en la Megacausa Campo de Mayo, por primera vez en el marco de un juicio de lesa humanidad, por el secuestro, desaparición y asesinato de su papá, una de las 15 víctimas de la zona fabril de Zárate Campana cuyas violaciones a los derechos humanos sufridas durante la última dictadura cívico militar están siendo juzgadas en los tribunales federales de San Martín.

Aquel día de invierno fue “la última vez” que Pablo, María Paola y María Cecilia vieron con vida a Luis Garello, un empleado jerárquico de la empresa Petrosur, ubicada en Campana y trabajador de la Universidad Tecnológica Nacional de esa ciudad, donde formaba “cuadros sindicales”. Lucas no llegó a conocerlo, la mamá de les cuatro estaba embarazada de tres meses cuando la patota se lo llevó “sin lentes, descalzo, en calzoncillos”, describió María Paola por teleconferencia ante el Tribunal Oral Federal 1 de San Martín. El testimonio de les hermanes Garello y también del tercer y último testigo de la jornada, Oscar Vallejos, pudieron seguirse a través del canal de YouTube del medio comunitario La Retaguardia.

“Después de 17 años de espera vengo a contar los hechos que sucedieron con mi padre y su compañero Silvio Toniolli”, comenzó María Paula, la primera en testimoniar, antes de solicitar a quienes la estaban escuchando que “tengan especial atención” porque comenzaría a narrar “cómo (Pacífico) Britos –uno de los tres acusados en el juicio– y su gente, otros que no están sentados en el banquillo, llevaron a cabo un plan sistemático de extermino que lo tenía a mi padre y tantos otros en la mira”. Un hecho que cambió su vida, la de su madre y hermanes para siempre.

Luis Lorenzo Garello nació en Godoy Cruz, Mendoza. Allí conoció a su esposa, Mabel. Se mudaron a Buenos Aires a principios de los 70 y vivieron en Castelar. En 1971 nació Pablo, el primer hijo. “Era compinche de mi papá, me llevaba a pescar, veíamos fútbol y boxeo”, declaró Pablo. En 1972 nació María Paola. Un año después, a Luis, que trabajaba en Banco Nación, le ofrecen un puesto jerárquico en Petrosur, establecida en Campana, y hacia allí va la familia. En paralelo se involucra en la UTN regional Delta, para coordinar cursos de formación sindical a estudiantes. Allí conoce a Toniolli. “Junto con otros compañeros empiezan a construir el sindicato de personal jerárquico petroquímico y se suma a la ´Columna 17´ de Montoneros”, narró su hija, que definió que la visión de su padre “tenía que ver con la formación de cuadros sindicales y con la pugna de un movimiento obrero que generara organización, solidaridad y justicia social para trabajadores y trabajadores”.

Luis tenía 32 años cuando lo fueron a buscar a su casa, en Balcarce al 200, localidad de Campana. María Paola 4 y Pablo 5, pero ambos recuerdan con mucha nitidez aquella madrugada del 25 de agosto, “un antes y un después para nosotros, la fecha donde nuestra vida dejó de ser lo que estaba planificado para ser arruinada por el exterminio en manos de las fuerzas armadas”. Ambos lo narraron ante la Justicia.

El operativo aquella madrugada fue “brutal”, recordó María Paola. “Estaba todo oscuro, estábamos durmiendo. Por mi recuerdo siento repiqueteos en el techo de gente caminando, el ladrido de mi perro Malucho, gente ingresando, uniformados. Percibo la rotura de puertas, y gritos, muchos gritos en tono de órdenes”, describió Pablo.

María Paola también recuerda que la patota, “de unas 15 personas”, rompió puertas y ventanas. Ambos indicaron que la cocina de la casa familiar, que hoy les parece “pequeña”, entonces les parecía “enorme”. Allí, ubican en sus recuerdos a su mamá y a su papá, obligados a pararse de frente a una pared. “Los uniformados del Ejército los apuntaban con fusiles. A mi mamá con uno en la espalda y otro en la panza, a mi papá con uno en la espalda y otro en la cabeza”, describió la mujer. “Recuerdo a mi papá pidiendo a gritos que no nos lastimaran, me recuerdo en el medio de esa cocina con un militar apuntándome en la cabeza, una niña de 4 años con un fusil en la cabeza. Recuerdo a mi hermana acercándose a mi mamá para pedirle una mamadera y a otro militar poniéndole un fusil en la cabeza. Recuerdo que la agarré de la mano y la apreté fuerte. No entendía qué pasaba, pero sabía que algo malo era”.

Pablo vio a sus padres amenazados y a sus hermanas tomadas de la mano desde el umbral de la puerta de su habitación, que también fue invadida por el grupo de tareas. “Soy encañonado por las personas que ingresan, rompiendo, gritando, parándose sobre mi cama. Empezaron a vaciar placares y romper bibliotecas con libros de mi papá”, narró.

En la memoria de ambos, lo que viene luego es una cantidad de gritos, de órdenes y de exigencias para que Luis “entregara armas, armas que nunca en mi casa hubo”, dijo María Paula. Indicaciones de que Mabel se llevara a les niñes a la habitación matrimonial. “La orden era de que nos quedáramos totalmente callados, el recuerdo es de llantos estrangulados. No comprendíamos qué pasaba en ese momento. Recuerdo la orden de una persona que se acercó y nos dijo que cuando hubiera silencio recién podíamos salir”, reconstruyó Pablo.

Y cuando lo hicieron, la patota ya se había llevado a Luis Garello. “Unos señores se robaron a papá”, recordó él que Mabel les explicó, como pudo. A pesar de la búsqueda incesante de Mabel, nunca supieron adónde fue llevado. La misma noche fue secuestrado de su casa de Zárate Silvio Toniolli. “Nunca pudimos determinar quién cayó primero”, advirtió María Paola. En 2011, el equipo de Antropología Forense identificó los restos de Garello. Estaban enterrados en el Cementerio de San Andrés de Giles. “El informe del EAAF nos dice que su cuerpo fue hallado en un camino rural de esa localidad, junto a otro cuerpo. Los dos calcinados. Los había encontrado un hombre que pasaba por ahí y que hizo la denuncia. Intervino la comisaría y un juez, que determinó que esos restos vayan al cementerio”, recapituló la mujer. Tiempo después, y gracias a la militancia de ella y de otros familiares de víctimas del genocidio de la última dictadura en Campana, Zárate, Escobar y alrededores, se logró identificar a los restos del cuerpo que había aparecido junto con el de Garello: “Era el Chino, era Silvio” Toniolli”, indicó en su testimonio.

Les hermanes Garello testimoniaron acerca delo que siguió post secuestro, de lo “difícil” que fueron aquellos años de “segregación” por “ser los hijos del desaparecido” en Campana a pesar de que es una localidad especialmente golpeada por el genocidio dictatorial. A partir de 2004, la familia, en especial María Paola, retomó la búsqueda de información y justicia por los crímenes sufridos por su padre, que irradiaron hacia toda la familia. En 2007, ella se constituyó en querellante por el caso que no la tiene ni a ella ni a sus hermanes como víctimas.

“Este juicio llega tardío”, planteó la mujer hacia el cierre de su exposición, que repasó los nombres que de responsables de los crímenes juzgados que están ausentes en el banquillo de los acusados. Como el de Santiago Riveros, amo y señor de la regresión que barrió toda la Zona 4 de Defensa –que incluyó el Área 400 correspondiente a Zárate, Campana y aledaños– durante la dictadura y que falleció a mediados de año. Mencionó a Francisco Agostino, jefe del Área 400, que murió también impune. Al comisario Alejo Rolleri y “a todo el grupo de tareas que participó del operativo que se llevó a mi padre, gente de la Brigada de Inteligencia 9 del Regimiento de Infantería 25. Todos son responsables del secuestro, del allanamiento y de la desaparición de mi padre. No es suficiente que solo Britos esté en el banquillo de los acusados”, concluyó.



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