La historia del peronismo está atravesada por la proscripción, una sombra que vuelve a proyectarse sobre el presente. Con estupor, asistimos hoy a un nuevo capítulo de esa saga. La farsa consumada por una Corte Suprema cuestionada constituye un grave ataque a nuestra democracia y busca debilitar al peronismo como alternativa ante la crisis que emerge a partir de las políticas económicas impulsadas por Milei y Caputo (Toto), y el discurso cargado de crueldad y odio promovido por Milei y Caputo (Santiago).
No es casual el apuro en la decisión de una Corte Suprema objetada e incompleta, que ratifica un proceso repleto de manipulación, mentiras y arbitrariedades por parte de funcionarios judiciales parciales. Una Corte con antecedentes frescos de interferencia en procesos electorales provinciales, como los de San Juan y Tucumán. Una Corte que no dudó un instante en tomarle juramento al fugaz e ilegítimo cortesano designado por decreto por Milei. Imponer prisión e inhabilitación a la líder del principal partido político del país desnuda el temor que ella genera y la intención de debilitar una real alternativa política ante las elecciones legislativas intermedias y las presidenciales de 2027.
El default social y un modelo económico insostenible, que ya sufrimos en el pasado, colocan a los libertarios en una posición de debilidad política creciente. El auxilio del Fondo Monetario Internacional, realizando un insólito aporte de campaña violatorio de su normativa —el segundo a un gobierno reaccionario en menos de una década— le otorgó un oxígeno de corto alcance para sostener un modelo basado en la especulación financiera y la fuga de capitales. Las consecuencias futuras serán devastadoras, y su gestación se acelera de manera alarmante.
Esta es la tercera proscripción a una figura política central en menos de un siglo, precedida por los casos históricos de Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón. El paralelismo es evidente y la gravedad histórica, absoluta. Cambian los tiempos, pero no las mañas. La distancia permite entender mejor aquellos procesos: del insulto y la descalificación disfrazados de justicia a la clara evidencia que permitió desnudar, sin vacilación para el conjunto social, las reales intenciones detrás de ese accionar. El objetivo siempre es debilitar a las fuerzas populares, quebrar y desacreditar a sus líderes a través de la manipulación de la opinión pública y de la justicia, y utilizar la herramienta de la proscripción para vulnerar la voluntad popular.
En América Latina, el ejemplo más reciente y esclarecedor es el de Lula Da Silva, cuyo encarcelamiento derivó de una manipulación judicial grotesca e indisimuladamente persecutoria. Esa historia, vista ahora con Lula nuevamente en el Palacio del Planalto, resulta vergonzosa incluso para aquellos que se creen los verdaderos dueños del poder. En estos días, recuerdo la entrevista que realizamos para Página/12 en su prisión en Curitiba. Un líder que sostenía, en la aparente adversidad, su fuerza y convicción, y como ocurre al verla hoy a Cristina, uno tiene la certeza de que la historia le tiene reservado un nuevo capítulo reivindicatorio. No existe otra forma de terminar los ciclos políticos de los dos dirigentes más importantes de América Latina en este siglo.
Ante esta nueva arremetida, es vital articular una respuesta democrática sólida, movilizada y organizada. La defensa de la democracia requiere la unidad de todos los sectores políticos y sociales comprometidos con la institucionalidad y la justicia, para que las arbitrariedades no encuentren un terreno fértil donde prosperar. A las políticas de ajuste, de exclusión y de odio hay que presentarles un frente político amplio que le permita a la sociedad recuperar la esperanza. Frente a la proscripción, hay que indultar las broncas y prescribir las diferencias.
La historia reciente demuestra que la lucha por la democracia no termina con un episodio adverso. Al contrario, fortalece nuestra convicción y nuestro compromiso. Más allá de este supuesto traspié coyuntural, está en juego la capacidad de nuestro país para reconstruirse desde una perspectiva de justicia social, respeto, soberanía y desarrollo genuino. La historia será testigo del esfuerzo colectivo por recuperar y sostener la dignidad democrática. Es tiempo no solo de defender a Cristina frente a la persecución y la proscripción impuesta: es imperioso también defender nuestra democracia y frenar el avance autoritario del anarcolibertarismo. La historia así nos lo demanda.
El autor es Integrante de la agrupación Primero la Patria