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Puentes | Panorama Político | Página|12



Juntos por el Cambio se disolvió, el radicalismo se dividió y la interna al borde del abismo que sufre el peronismo han sido los sacudones en la superestructura de la política a partir de la movilización que provocó el brutal ajuste del gobierno. Si la elección de Javier Milei –de “psicología especial” según su resbaloso amigo Mauricio Macri– fue un dato de la crisis de representación, esta reconfiguración a partir de la protesta demuestra, al menos, síntomas de sensibilidad con la realidad.

La pregunta que surgió desde el primer día de gobierno de Javier Milei ha sido hasta dónde aguantará la sociedad tanta devastación. Para muchos la respuesta parecía más cerca de lo que fueron las movilizaciones del 19 y 20 de diciembre del 2001 que enterraron al gobierno de Fernando de la Rua cuando apenas habían pasado dos años.

De hecho las movilizaciones contra el gobierno comenzaron mucho antes de que se cumpliera el tradicional “periodo de gracia” que se le concede a los que recién asumieron. Las movilizaciones por los derechos humanos, las convocadas por la CGT y los movimientos sociales fueron masivas, pero no inclinaron la balanza. Cuando se sumaron los estudiantes y los jubilados, no se produjeron desbordes, aunque desde el gobierno hubo provocaciones para que se produjeran, y tampoco provocaron la caída del gobierno como en el 2001. No hubo helicóptero y a Milei sólo lo afecta la voz de los empresarios.

No hubo 2001, por lo menos hasta ahora, pero la suma de esas protestas fue cambiando la ecuación de fuerzas en la política. Gran parte del voto popular del oficialismo se desilusionó y comenzó a migrar. A su vez, el voto del PRO fue ganado por el gobierno, pero a esta altura está en disputa entre las dos opciones de la derecha extrema. El radicalismo pagó caro su acompañamiento incondicional con el macrismo y, cuando esa opción se derechizó aún más, sufrió fuertes tensiones hasta la fractura reciente.

El peronismo y sus aliados pagaron a su vez el costo del gobierno de Alberto Fernández que desilusionó y enojó a gran parte de su sustento electoral. Sin preverlo, se encontró en una interna que incluyó una fractura en el camporismo, su agrupación más grande, y un debate en el seno del mismo kirchnerismo que como siempre pasa en el peronismo, corrió al borde de una ruptura, que en este caso sería fatal.

La explosión de Juntos por el Cambio y del PRO se produjo tras la interna que ganó Patricia Bullrich, su posterior derrota en las presidenciales y su deserción del PRO para integrarse al gobierno, dejando a Macri en una situación difícil. Horacio Rodríguez Larreta, el radicalismo y hasta la Coalición Cívica quedaron peor frente a la derechización total de sus aliados. Comenzó a perfilarse allí una opción de centroderecha a la que se sumaron algunos prófugos del peronismo. Es lo que ha sido el “opoficialismo”.

Los socialistas santafesinos, los mismos radicales y la Coalición Cívica, tocaron un borde áspero con los ajustes a las provincias, a los jubilados y a la educación pública. En ese borde el opoficialismo dejó de ser funcional para un sector. Fue evidente que gran parte del radicalismo negoció el cambio de voto de cinco de sus 33 diputados. La negativa a sancionarlos demostró que si hubiera sido necesario, esos cinco hubieran sido más. Esa negativa puso al descubierto que un sector importante, liderado por el titular del bloque, Rodrigo de Loredo, había negociado un respaldo encubierto al gobierno. Los sectores más consecuentes con la defensa de las universidades públicas, encabezados por Facundo Manes y Martín Lousteau decidieron romper el bloque.

Hay una confluencia de derecha extrema expresada por los libertarios, el macrismo PRO, el sector del radicalismo de De Loredo, gobernadores como el mendocino Alfredo Cornejo y el menemismo residual. Y hay otra confluencia de centroderecha entre los sectores del radicalismo de Manes y Lousteau, la Coalición Cívica, el socialismo santafesino y sectores del PRO con Rodríguez Larreta.

La opción nacional y popular que estuvo representada por Unión por la Patria no llegó a la ruptura, mantuvo sus alianzas con el Frente Renovador de Sergio Massa, con sectores socialistas y del radicalismo, pero, además de sufrir el panquecazo de dos de sus gobernadores, el catamarqueño Raúl Jalil y el tucumano Osvaldo Jaldo, fue sacudido por una fuerte e inesperada disputa que involucró a dos de sus principales figuras, el gobernador bonaerense Axel Kicillof y la ex presidenta Cristina Kirchner.

En realidad, la disputa es con el gobernador Ricardo Quintela quien, aunque reconoce su cercanía con el kirchnerismo, resolvió enfrentar a Cristina Kirchner por la presidencia del PJ y reunir al peronismo no kirchnerista, incluyendo a los dos gobernadores cuyos diputados rompieron la disciplina del bloque de Unión por la Patria.

En el marco de disputas que tiene en su distrito, Kicillof decidió no tomar partido en la interna, lo que disgustó a la expresidenta, quien respaldó fuertemente su campaña para gobernador. Es un debate donde los dos tienen parte de razón pero que fue muy tensionado por sectores de ambos lados.

Una interna sangrienta en este momento sería muy peligrosa para cualquier fuerza política porque sus propias bases están más preocupadas por sobrevivir al ajuste brutal de Milei. Y porque las internas constituyen una herramienta. El objetivo de una interna en este contexto para el peronismo es enfrentar al gobierno. Y una interna que divide, debilita en vez de fortalecer.

Al aniversario de las Abuelas de Plaza, el miércoles en el Teatro Argentino de La Plata, asistieron Cristina Kirchner y Axel Kicillof, invitados por Estela Carlotto. Hubo quienes destacaron la frialdad que hubo entre ambos. Echaron más leña al fuego de la confrontación.

Pero, más allá de la relación personal entre ambos dirigentes, unidos en otra época por un vínculo de afecto, si este encuentro fue cálido o frío resultó secundario. Lo más importante fue que ambos fueron conscientes de la necesidad de que esta interna no puede romper puentes, porque lo que importa es lo que viene después.

En sectores de la militancia se exacerbó el enfrentamiento. Pero sería un error desde el peronismo debilitar al gobernador peronista que confronta con Milei sobre la base de mucho esfuerzo, desde la provincia que tiene el 40 por ciento de los habitantes del país. Y también sería un error subestimar la importancia que tiene la existencia de un liderazgo popular como el que representa Cristina Kirchner. Fomentar ese enfrentamiento es suicida. Ese liderazgo se mantiene como la carta más fuerte del peronismo frente a otras fuerzas, como lo demuestra la insistencia del sistema en tratar de destruirla a través del lawfare y del intento de asesinato.

En el texto Barajar y dar de nuevo Arturo Jauretche señaló que “lo esencial es evitar la confusión y que las divergencias que no hacen a esos objetivos inmediatos, no jueguen a favor de la oligarquía y el colonialismo como ha sucedido reiteradamente”.



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