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Reflexionar, pensar la cultura letrada en estos tiempos  



El pasado viernes 9, en la Feria del Libro porteña y como todos los años, se realizó el 25˚ Congreso Internacional de Promoción de la Lectura, donde este columnista tuvo el honor de pronunciar el discurso inaugural y algunos de cuyos tramos puede ser oportuno reproducir. Agradecimientos aparte por el emocionante reconocimiento que implicó, fue ineludible aprovechar el convite para reflexionar y pensar el estado de nuestra cultura y, en particular, de la educación pública y específicamente la lectura.

La continuidad de encuentros como éste –emparentado con el Foro del Libro de la Lectura que realiza en el Chaco nuestra Fundación cada agosto desde hace 30 años– lo que persiguen y garantizan es responder a la necesidad de nuestro pueblo de encontrar espacios e ideas que sirvan para revisar críticamente los discursos que circulan acerca de la lectura, y así acompañar a miles de docentes, bibliotecarios y mediadores que trabajan con sostenida abnegación en las 23 provincias.

En estas horas de degradación generalizada que vive la República Argentina, urge la convocatoria a pensar como colectivo, lo que es particularmente trascendente. Y lo es porque, como es de conocimiento público, en los medios de comunicación –y como ya es lamentable costumbre en la Argentina– vuelven a circular y a escucharse voces de disconformidad frente a los resultados de las pruebas y “rankings” de provincias que, se supone, enseñan a leer más o mejor, lo que implica innecesarias competiciones que con toda franqueza considero como mínimo cuestionables.

Así, y por ejemplo, cuando vemos que en provincias como Formosa se supone (y así se dice) que son más los chicos formoseños que “entienden” lo que leen, que sus similares del Chaco. Y así en otras provincias se calcan formas competitivas por el estilo, que no siempre parecen del todo serias y apenas se asemejan a intentos de medición realizados con herramientas poco adecuadas o no del todo eficaces para lo que importa, que es conocer y dimensionar el estado de la lectura en todo nuestro país.

Por supuesto que puede sonar incómoda esta hipótesis, pero en el oficio docente muchas veces las incomodidades sirven y ayudan a ejemplificar posiciones y encontrar mejores orientaciones.

Lo explicó bien, la semana pasada, el docente y editor Diego Bentivegna en sus redes: “En una simulación de las pruebas Aprender para tercer grado, “7 de 10 preguntas de comprensión lectora giran alrededor de una receta de mermelada de duraznos. Lo que evidencia que alguien pensó que eso era un texto “universal” como para tomarlo de punto de partida”. Y entonces, claro, la duda es inmediata, como él mismo se pregunta: “¿Qué nene de ocho años, en serio, tiene una experiencia concreta y sostenida con una receta escrita? ¿A qué nenes están mirando? Porque la receta no es un texto neutro: exige un tipo de experiencia previa con ciertos modos de organización doméstica, con prácticas familiares donde haya tiempo y disponibilidad para cocinar, leer y escribir juntos”.

Como es sabido, no todos los chicos argentinos experimentan ese tipo de vivencias. Ni todos los hogares comparten “recetas”. Y menos las que para cualquier niño o niña implique ignorar sus condiciones de vida reales.

Sabemos y es evidente que no todos los niños tienen cocina, como no todos tienen libros. De hecho, muchos ni siquiera tienen adultos que lean con ellos, que les lean en voz alta y amorosamente. De donde resulta un hecho cierto que la lectura no es una experiencia concreta ni mensurable para la gran mayoría de nuestros niños, en las 23 provincias.

La industria editorial argentina, es sabido y sobre todo en este tiempo, hace lo que puede. Como lo hacen los docentes, en todos los niveles. Algunos de los cuales podrán compartir experiencias personales que pueden tomarse como experiencias institucionales, e incluso de libros de texto escolares. Pero la verdad es que no siempre hay libros a la mano, como en muchísimos casos tampoco hay paciencia ni posibilidades, ni amor suficiente, como para que los adultos, libro en mano, construyan relaciones afectivas que abran caminos a futuros sujetos lectores.

La experiencia argentina es ancha y maciza en tanto enseña que los logros de ciertos sectores sociales no autorizan generalizaciones. Son imposibles las evaluaciones nacionales generalizadoras. Sobre todo porque leer no es solamente seguir instructivos o textos funcionales. Leer es, para nosotros, el acto de amor que abre los ojos al conocimiento, y los abre de modo lento y parsimonioso, paciente y colmado de afecto, y bien guiado por adultos más expertos.

No se construyen lectores solamente con reglas e instrucciones. “Entender” es un verbo tremendo y complejo que requiere constancia, afectividad, paciencia y –obviamente– mucha lectura, muy variada y bien guiada, y especialmente si es literaria. Leer abre los ojos es el lema de nuestra Fundación en el Chaco, en la que llevamos ya 30 años de trajines pedagógicos que han capacitado –y es nuestro orgullo– a centenares de mediadores de lectura de todo el país, eficientemente formados para dar de leer, como enseñaba la inolvidable Graciela Cabal, que hacía leer compartiendo la construcción de sentidos.

Evocarla también implica reconocer con tristeza que inesperadamente hoy somos un país que otra vez –como hace años– no tiene Plan Nacional de Lectura. Sobreviven a duras penas algunos planes en provincias con larga tradición. La de Buenos Aires, por ejemplo, continúa con sus políticas de compra, distribución y movilización de colecciones. Y algunas otras como Córdoba, Salta, Formosa, Río Negro o Misiones, mantienen planes de lectura que procuran, sin financiación nacional, al menos continuar con tradicionales estrategias de difusión lectora.

En nuestro país siempre fue muy difícil armonizar las sucesivas gestiones educativas. Que son hoy el problema fundamental de la educación pública argentina. Quizás, casi seguramente, porque la regla ha sido, y sigue siendo, el constante cambio de estrategias.

De ahí las discontinuidades, siempre sometidas también a los cambios en los gobiernos provinciales. Lo que es un problema de vieja data, pero que alguna vez habrá que resolver. Porque ya está a la vista la muestra más dolorosa: el Plan Nacional de Lectura, en las últimas 4 décadas, fue un buen intento desde que la Profesora Hebe Clementi lo propuso al entonces presidente Raúl Alfonsín. Aquel primer plan se llamó “Leer es crecer”, pero los cambios abruptos y los vaivenes en la política y en las administraciones públicas desde entonces han sido antes distorsivos que superadores.

Así, hoy es claro y evidente que no se ha logrado unificar ni armonizar las políticas de lectura. De donde es paradójico y doloroso, y es urgente reconocerlo, que nuestro país sigue sin tener un buen observatorio de políticas y prácticas lectoras como hay algunos, y excelentes, en el mundo.

El sólo reconocerlo y ponernos a la tarea sin limitaciones partidistas, significaría un extraordinario paso adelante. Pero es obvio y lamentable que el solo plantearlo es utópico en estos tiempos que vive la República.

Algunas acciones de fomento lector hoy se amparan bajo el paraguas de las políticas de alfabetización, que es necesario ejecutar –por supuesto– pero reconociendo que no son lo mismo que las políticas de formación de lectores. Como se sabe en todo el mundo, los planes de lectura no son lo mismo, ni son iguales, que los planes de alfabetización. Y este columnista da fe de ello porque ha viajado y conocido muy de cerca los planes de lectura de Finlandia, España, Estados Unidos, México y Brasil.

Lo que amerita formular la pregunta más reiterada: ¿Qué hacemos como docentes responsables en las escuelas y bibliotecas hoy, en el contexto político que estamos viviendo?

Como dicen en la serie El Eternauta “lo viejo funciona”. Y así leer juntos, dar de leer en cada aula, compartir lo que emociona, enseña o sorprende, y hacerlo en voz alta, es el viejo, eterno e insuperable camino. Hacer también tiempos y espacios para la lectura libre, autónoma y sostenida, que es tan difícil de encontrar en los hogares e incluso en las escuelas. Y no olvidar compartir los clásicos, esa mucha y variada literatura.

La lectura abre los ojos, es un lema de nuestra Fundación chaqueña desde hace 30 años. Y otro es El que no lee no sabe. Llevamos ya 3 décadas en esta línea y en todos esos años hemos traído a la Argentina a más de mil especialistas y académicos, de quienes sólo hemos aprendido a ser tenaces y a enseñar a leer como materia fundamental para construir el fabuloso acceso al conocimiento, a la atención vibrante y al intercambio, y en marcos de serenidad y reflexión que enseñen a pensar en profundidad.

La satisfacción que brinda leer, saber leer y saber qué leer siempre construye espíritus íntegros, generosos y solidarios, capaces de leer el mundo y construir sentidos personales y colectivos, que es el objetivo que persigue toda buena Política de Estado de Lectura.



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