El grito antes de partirle un palo de golf por la cabeza a una “negra” que arruina el campo exclusivo con su sola presencia: “Váyanse, negras, ratas. Pago 50 mil dólares para estar acá, ¡váyanse al Conurbano a tomar mate!”. La reacción de un vecino indignado ante una protesta callejera contra el genocidio en Gaza: “Váyanse de mi barrio, a mí no me van a detener porque yo soy rico y ustedes son unos negros de mierda, la gente rica no va presa” . La agresión narrada como hazaña a cámara en Potrerillos, Mendoza: “Estuvieron los zurdos del Conicet y la Universidad de La Plata. Les fuimos a decir que se dejen auditar, que vayan a trabajar. Nos sorprendió que la Policía los apoyó diciendo que no se puede molestar a la gente así, que somos agresivos. Agresivos son ellos cuando le roban al Estado, o sea a nosotros. ¡Que se vayan a bañar, como dice el Presidente!”. Son fotos que se repiten, síntomas de época.
La detención de la agresora de Pinamar el sábado, Celeste Lorena López, aparece en el repaso como una absoluta excepción en la seguidilla de episodios cotidianos, de los que sólo se hacen públicos algunos que quedan filmados. Y en los que el agresor, cuando recibe una reacción o se le recrimina lo que hizo, pasa a ocupar el lugar de víctima.
El facho empoderado no necesita ser efectivamente rico ni efectivamente blanco ni efectivamente mejor posicionado en escala alguna. Alcanza con que sea un orgulloso portador de esa “superioridad ética y estética” que pregona el Presidente. El racismo, clasismo, fascismo que antes se contenía como políticamente incorrecto, hoy se exhibe y se exalta a voz en cuello. “Tiene que dejar de estar de moda ser un hijo de puta”, relevó Sandra Russo en una contratapa reciente una pintada que expresa con sabiduría popular una lectura de época. En diálogo con Página/12, María Pía López, Daniel Feierstein, Natalia Zuazo y Ariel Goldstein analizan el alcance y los peligros de este tipo de episodios que surgen en tiempos de nuevas derechas.
Habilitados
El sentirse “habilitados” es una clave de análisis para la socióloga María Pía López. “Este es un gobierno que puso de un modo muy dramático la violencia en un primer plano discursivo. Cuando el discurso presidencial se normaliza en estos términos tan injuriantes y clasistas, cuando se habla de exterminar al diferente, se habilita lo que antes guardaba ciertos reparos. Hay una autorización explícita cuando la máxima autoridad de un país es quien asume y reproduce esos discursos”, observa.
Sobre el peligro de escalada, la investigadora recuerda que la sociedad argentina ya está ahí, en tanto existió un intento de asesinato a Cristina Kirchner. “Es muy peligroso, y es una peligrosidad que me está costando poder conceptualizar: no son las escuadras fascistas de antaño, no tienen una organicidad, no es una violencia que esté apareciendo más allá de las escuadras de redes y la puesta escena de ‘el brazo armado de La Libertad Avanza'”, repasa.
“Los vemos construyendo con mucha insistencia a los enemigos de la gente de bien, que van desde investigadores del Conicet a personas que tienen el DNI no binarie, y por supuesto pobres, negros, personas que toman mate en lugares inadecuados: la casta, las ratas, los mandriles. Si se los declara como tales, se enuncia la necesidad de sacárselos de encima, perseguirlos, borrarlos, exterminarlos. No estamos ante una derecha conocida, no es la derecha neoliberal del macrismo. Están forjando una nueva politicidad que derrama socialmente”.
Desinhibidos
“Una de las características principales del fascismo es legitimar socialmente lo peor de nosotros, las actitudes más anti sociales. Es una caída intencional de las inhibiciones sociales ante el racismo o el clasismo”, define el sociólogo Daniel Feierstein, autor de La construcción del enano fascista. Los usos del odio como estrategia política en la Argentina.
“Por lo tanto, es imaginable que en la medida en que no podamos construir una relegitimación de las inhibiciones sociales, estos episodios tenderán a ser más y más comunes”, avanza. “Cuando esa legitimación irradia desde el poder político o desde el periodismo, más y más personas se sienten habilitadas a dejar salir lo peor de sí mismas”.
María Pía López apunta también a la falta de reacción ante esta legitimación: “No está apareciendo una reacción a la altura de la amenaza, una respuesta ante un gobierno que camina hacia un horizonte no democrático. Se lo justifica con e argumento de ‘dar gobernabilidad’, y lo aprovechan sectores de poder que ven en esta coyuntura una oportunidad única de volver a ampliar sus márgenes de ganancia en el país”.
De las redes a la acción
Desde su experiencia en redes y política, la politóloga y directora de Salto Agencia Natalia Zuazo describe esta validación oficial, desde la máxima autoridad del país hasta la “minoría intensa” que acompaña orgánicamente al Presidente (sin pasar por sus ministros, que no comparten este lenguaje, observa). Con una acotación particular: se convierte en mayoritario en redes porque no se le opone ningún otro discurso diferente. “No digo algo profundo, simplemente diferente, para que lo que predomine, no sea la violencia. Si nadie habla de otra cosa, lo que dicen estos trolls se vuelve lo más importante”, advierte.
Admite, también, la gran dificultad para generar ese otro discurso diferente: “tiene que competir en un terreno sembrado con lógica infantil, donde de un lado es ‘los domamos, les dejamos el culo como un mandril’ (Milei dixit), y del otro, hay que buscar decir cosas muy complejas en un lenguaje simple. Es muy difícil hacer que lo complejo, lo que no es blanco ni negro, tenga un valor”. “Por el momento no aparece, pero tampoco se valora otra cosa, no se está encontrando el modo de romper con la lógica violenta“, concluye.
Es un sentimiento
Ariel Goldstein acaba de publicar La cuarta ola. Líderes, fanáticos y oportunistas en la nueva era de la extrema derecha, continuación de otras obras sobre este avance global como La reconquista autoritaria. “Estas expresiones son la savia de la cual se nutre la extrema derecha en el mundo“, confirma. “Hay toda una serie de ideas y prejuicios que una parte de la población tiene sobre el otro visto como un enemigo, un diferente, un peligroso. El resentimiento hacia los otros es un sentimiento que está latente, y lo que hacen estos líderes y estos movimientos de nuevas derechas es darle una legitimación y una expresión pública a ese tipo de sentimientos”.
Recuerda, comparativamente, como muchos años antes de que Bolsonaro llegara al poder en Brasil, sorprendía allí una encuesta que mostraba las actitudes autoritarias de un gran porcentaje de brasileños, y su convicción de que estaban decididos a apoyar a un líder fuerte, aunque eso significara perder libertades democráticas. “Este tipo de expresiones y violencias recorre el mundo, y existe desde antes de que estos líderes emerjan. Lo que hacen estos nuevos líderes es sintetizarlas y dotarlas de una legitimación en la esfera pública”, concluye Goldsein.