Cuando Messi metió el cuarto gol , el segundo de su colección, el de derecha, el arquero boliviano Guillermo Viscarra, enfocado por las cámaras, meneó la cabeza y se pudo leer algo así como “no puede ser tan hijo de puta este monstruo“. En el banco, después de ese mismo gol, las cámaras enfocaron a Rodrigo De Paul que abría la sonrisa como en una publicidad de dentífrico. En el otro banco Oscar Villegas le decía a uno de sus ayudantes: “así es imposible, contra Messi es imposible“. En las plateas, un paneo rápido mostró a un pibe llorando en los brazos de su madre, a mucha gente rindiendo honores, al Monumental entero aplaudiendo el recital del equipo con la dirección orquestal del 10 que hizo tres goles, metió dos asistencias y habrá que ver si no intervino también en el otro gol y no fue él quien indicó a Paredes que metiera la pelota sobre la derecha para Molina, a Molina que metiera el centro hacia el otro lado y a Thiago Almada que le diera de primera.
Los goles de Messi los vimos miles de veces en el Barcelona y en la Selección: entrando en velocidad, desde el borde del área con la derecha, desde el borde del área con la zurda, pero los hizo ahora cuando se supone que está recorriendo los últimos metros de su fenomenal carrera.
El tipo emocionó con sus goles, y también con su generosidad, su sentido de equipo en el segundo gol. Había quedado mano a mano con el arquero y si pateaba y no le salía bien decíamos que pudo dársela a Lautaro Martínez pero tuvo el comprensible egoísmo de los goleadores. Pero no, le dijo “tomá , hacelo” y se ganó el reconocimiento de Lautaro.
Todo lo que hizo lo hizo contra la muy modesta selección boliviana que cuando baja al llano se convierte en una lágrima se podrá decir para bajarle el precio a su actuación de diez puntos. Puede ser. Pero lo cierto es que Messi hace frente a jugadores de carne y hueso lo que otros no pueden hacer ni jugando contra conos de entrenamiento.
A los que pagaron una fortuna para ver el encuentro, que no son los habitués del fútbol local, se les escapó un poco la tortuga gritando olé cuando apenas iban 1 a 0 y en realidad el equipo tocaba para abrir espacios en la defensa boliviana y no por otra cosa. Pero en lo que sienten que no se equivocaron es en pagar ese dineral de la entrada. Vieron un espectáculo y una actuación de Messi que no olvidarán en sus vidas. Los que lo vieron por la tele tampoco lo olvidarán.