Un sitio exacto pasó a dominar la escena política y social desde el 10 de junio, al punto de que se le fijen nuevas denominaciones en el Google Maps: San José 1111. Todo ha cambiado en la Argentina desde que la Corte emitió el fallo que proscribe a Cristina Kirchner. Pero alrededor del departamento en el que ella permanece en prisión domiciliaria, en el barrio de Constitución, lo que cambió es algo del orden de lo cotidiano, con la efusiva y continua procesión a ese balcón que lo transformó todo.
Tener “la sensación de que la historia está pasando en la puerta de tu casa“, en palabras de @vecinodecristina, cuyo registro amateur logró un alcance y consecuencias impensadas. Reunirse tras la idea de juntar firmas para pedir que todo siga así y que no haya vallas que lo impidan, porque este impensado movimiento trajo más ventas en los negocios y más seguridad al barrio. Detectar con alivio que “los transas de la esquina ya no paran más acá”. Montar coloridas expresiones con carteles, globos, banderas, ingeniosas frases de aguante, además de las cartas de amor pegadas una y otra vez -la policía las saca y vuelven a florecer, multiplicadas- en el local desocupado de abajo. Las y los vecinos de Cristina también ganaron una impensada centralidad, y se hacen oír de múltiples y elocuentes maneras.
Amenazado
“Cuando salió el fallo cambió todo de un día para el otro y enseguida nos quedó claro con mi familia que estábamos presenciando la historia al otro lado de la puerta de casa”, define en diálogo con Página/12 @vecinodecristina, tal el nombre de la cuenta que abrió en Instagram y que se volvió viral más allá de toda previsión. Es que el registro de este músico que filma su esquina cada vez que va a hacer las compras, a llevar sus hijos a la escuela, va o vuelve del trabajo, logra mostrar ese cotidiano “desde adentro”, los cambios día tras día, lo que produce la gente allí reunida.
Tanto alcance tuvo esta idea simple, que lo sorprenden dos cosas: primero, las cuentas truchas que “clonan” el material y se abren con nombres parecidos. Pero sobre todo, la catarata de amenazas y agresiones que comenzó a recibir de a cientos, bien organizadas y direccionadas, con textos tales como: “Te vamos a hacer desaparecer”, “Te voy a buscar en un Falcon Verde”, “Jorge Rafael se quedó corto”, “Te estamos investigando”. “Al principio te reís, le restás importancia. Ya cuando son tantas, y de este tenor, te preocupás”, dice este vecino, que aún no radicó denuncia por las amenazas.
“¿Tanto molesta que un tipo simplemente muestre lo que pasa? Ni siquiera lo hago con textos que defienden a Cristina: estoy ahí y muestro lo que pasa. ¿Qué muestro? Que es muy potente esto que pasa. ¿Es todo color de rosas? No, tampoco, tenés una banda de sonido constante que antes no existía, bocinazos de los que apoyan y los que rechazan, para tomar el colectivo hay que dar la vuelta de manzana y para ir al chino hay que encarar por el otro lado. ¿Eso te jode la vida? Y, qué se yo, para mí es más fuerte ser testigo privilegiado de todo esto, ver todo ese amor gigante ahí en la esquina, lo creativa que es la gente, los mensajes que se ponen a escribir ahí que, de verdad, son cartas de amor que te conmueven, en una época en que ya no se escriben cartas a mano.
Hablar de amor
En todos los testimonios para esta nota aparece la palabra “amor” cuando se pregunta a los vecinos qué es lo que ven, lo que les llama la atención, de esta esquina de San José y Humberto Primo. También hay algo de eso en las coloridas instalaciones que se recortan con solo levantar la vista alrededor del balcón de Cristina, reunidas con reclamos y reivindicaciones: La familia que sale todos los días, completa, a cantar y agitar banderas argentinas. Los globos y banderas celestes y blancas en distintos balcones. El cartel “Avanti morocha” en otro, o el de “Patria Sí, Colonia No” en una puerta de entrada. Los pañuelos del Nunca Más, o el que tiene escrito “Jubilados Presentes”. Y justo arriba del balcón de Cristina, el vecino de edificio que colgó la bandera que dice “El amor vence” junto a un dibujo de la expresidenta con corazones y pañuelos de las Madres.
Lucas, masajista y auxiliar en kinesiología, vive literalmente al lado de Cristina: en el edificio de a lado, en un segundo piso. “Abro la ventana y sé cuándo ella está saliendo, por el griterío de la gente. Es la nueva música de mis días”, dice. Acepta este nuevo fondo musical sin ocultar algo de entusiasmo, y de expresar “un sentimiento de incredulidad, digamos, por estar de repente en el epicentro de algo muy importante”. “Es como que la democracia está de luto, es el sentimiento general de toda la gente que está acá abajo. Es de apoyo pero hay un aire de tristeza por todo esto que está pasando”.
“La he ido a saludar un par de veces, se la ve contenta, emocionada de ver a la gente y ella devolviendo esos saludos, de verdad hay un ida y vuelta de amor en esos intercambios. Con mi marido decimos que aunque ella no salga, el amor acá se siente”, se alegra Lucas.
“Lo que más me emociona es ver a toda esa gente acá reunida y que el sentimiento que prevalezca sea el de amor. Porque hay enojo, pero no ves a nadie agresivo, al contrario. ¿No les llama la atención que toda esta multitud que vino acá en estos días, no haya habido un solo conflicto?“, observa. Dice que a Cristina la ha votado, la ha criticado también, pero ahora es distinto: “Me siento afín, digamos, pero todo esto es como que me hizo valorarla mucho más”, asegura.
Residenciales
La cantante Patricia Malanca tiene toda una caracterización de la zona: “estamos a pocas cuadras del departamento de Policía, muy cerca también de la sede de Abuelas y del ex centro de detención y espacio para la memoria Virrey Cevallos, de la Facultad de Ciencias Sociales. Mucha transa, mucha prostitución, mucho albergue transitorio… toda esa mezcla es ese barrio”, describe esta zona de Constitución.
En ese marco, nota un cambio concreto por las noches: “Vivo a tres cuadras de la casa de Cristina. Desde que asumió Macri, tengo instalados en la puerta de mi casa unos transas que están todas las noches: gritan, se agarran, dos por tres a la mañana quedan los rastros de sangre. Es algo instalado, a cielo abierto. Claramente, ahora no los veo más“, identifica.
“¡Ahora somos residenciales!”, resume un vecino los cambios que observa “desde que arrancó todo esto”. “Esto es Constitución, acá no se pasaba a barrer. Ahora hay cuatro barrenderos fijos, dos de día y dos de noche. Pasan hidro lavadora, ¡con espumita! Jamás pasó en esta cuadra, ni siquiera cuando ya vivía acá Cristina, una expresidenta”, compara.
Otros refieren también cuánto “mejoró la seguridad”: “Como estaba la custodia de ella, ya había bajado el afano en la cuadra, pero ahora toda la zona está más segura. Está más iluminado también”, observan. “Ahora ya no tengo miedo de sacar a pasear a mi perro”, puntualiza Marta. “Donde antes se vendía droga, hoy hay un policía“, resume María su experiencia directa. “A los transas ya los conocemos porque siempre son los mismos que paran siempre. No se los ha visto más”, coincide José Luis.
Esta misma comprobación y el hecho de que “todos los comercios, kioscos, panaderías, bares, supermercados, están vendiendo más” llevó a María, junto a otros vecinos y vecinas, a proponer una junta de firmas para que se permita seguir con este movimiento de gente, “ordenándolo de alguna forma, pero sin vallas que lo impidan”. “A Cristina la queremos acá. Y a la gente que la ama, también”, es el sentimiento.