A unos 30 kilómetros al sur de la ciudad santacruceña de El Calafate, un equipo interdisciplinario de especialistas del Conicet descubrió gran parte del esqueleto, con cráneo y mandíbulas, de un gran cocodrilo que habitó el sur argentino hace 70 millones de años.
El descubrimiento ocurrió en 2020 en rocas de la Formación Chorrillo, según se precisa en la publicación de la revista científica PLosONe. Los investigadores bautizaron al nuevo animal con el nombre de Kostensuchus atrox, que significa “cocodrilo feroz que refiere al viento del sur”.
El ejemplar perteneció a una familia ya extinta de cocodrilos, los peirosaurios, los cuales evolucionaron en América del Sur y en África durante el Período Cretácico. Eran depredadores y se sabe que no tenían hábitos acuáticos por sus características anatómicas: a diferencia de los cocodrilos vivientes, la cabeza del Kostensuchus era proporcionalmente alta, con los ojos orientados hacia fuera y las fosas nasales proyectadas hacia adelante (mientras que los que actualmente conocemos son de cráneos achatados, con ojos y fosas nasales proyectados hacia arriba).
“Esta nueva especie se distingue de todas las especies conocidas previamente por características como el gran tamaño de sus dientes y cráneo, la robustez de su mandíbula y el gran tamaño de las cavidades donde se alojaban los músculos responsables de la mordida. Estas características son las que nos hacen interpretarlo como un predador tope del ecosistema”, explicó a la revista internacional Diego Pol, investigador del Conicet en el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN-CONICET).
Las características de las rocas y de otros restos paleontológicos hallados con su esqueleto, indican que Kostensuchus merodeaba ambientes húmedos y con vegetación exuberante. Su cuerpo era robusto y las patas, relativamente cortas, estaban ubicabas verticalmente bajo el cuerpo, lo que le permitía moverse con mayor agilidad que un caimán o un cocodrilo actuales, cuyas patas se orientan hacia afuera y son más propensos a reptar.
La cabeza de Kostensuchus medía 50 centímetros de largo, siendo proporcionalmente grande respecto al resto del cuerpo, convirtiéndose en el “bulldog” de los cocodrilos. Asimismo, el hocico estaba armado con más de 50 dientes, algunos de ellos de más de 5 centímetros de altura. Los bordes de los dientes son aserrados, lo que ampliaba la capacidad de corte de la carne de sus víctimas. Las mandíbulas eran accionadas por músculos poderosos que le otorgaban una mordida rápida y extremadamente fuerte.
Estas características anatómicas fueron clave para interpretar el rol ecológico de Kostensuchus como uno de los principales depredadores de fines del Cretácico en Patagonia.
“Otro de los depredadores que hemos descubierto en estas rocas es el dinosaurio Maip macrothorax (un depredador carnívoro que fue uno de los últimos dinosaurios antes de la extinción), cercano pariente del Megaraptor de Neuquén. Es muy probable que Kostensuchus y Maip se debatieran por el alimento, de modo similar a los enfrentamientos que hoy ocurren en África entre hienas y leones”, comentó por su parte el paleontólogo Fernando Novas, investigador del Conicet en la Fundación de Historia Natural Félix de Azara y primer autor del paper.
Cronología del hallazgo
De acuerdo con lo apuntado por el Conicet, esta región patagónica viene siendo objeto de exploraciones desde 2019, a partir de misiones lideradas por Novas. También participó del estudio Makoto Manabe y Takanobu Tsuijishi, del Museo Nacional de Tokyo de Japón, e Ismar de Sousa Carvalho, de Brasil, especialista en cocodrilos mesozoicos.
“Desde el primer momento pudimos apreciar el vasto potencial fosilífero que tiene esta zona de nuestro país. Las rocas que contienen los fósiles se llama Formación Chorrillo, y su antigüedad ronda los 70 millones de años”, aclara Novas.
Con el correr de las expediciones se logró colectar una gran cantidad de material, que incluye huesos de dinosaurios gigantes, tanto herbívoros como carnívoros, fósiles de otros animales como insectos, ranas, peces, tortugas, serpientes, dientes de pequeños mamíferos, caracoles terrestres y acuáticos, y restos de plantas.
“Nos dio un marco general de cómo era el ambiente, de cómo eran los distintos componentes de un antiguo ecosistema que existía en el sur argentino inmediatamente antes de la extinción de los dinosaurios”, destacó Federico Agnolín, investigador de Conicet en el MACN-CONICET y coautor del trabajo.
Los dinosaurios allí descubiertos incluyen al gran depredador Maip macrothorax, y a los herbívoros Nullotitan glaciaris, de casi 25 metros de largo, e Isasicursor santacrucensis, del tamaño de un guanaco. Ahora se agrega a la lista de reptiles un cocodrilo de complexión robusta, de casi 3 metros de largo, y cuyas poderosas mandíbulas indican que podría enfrentarse a un Maip así como apresar a alguno de los dinosaurios herbívoros contemporáneos.
El hallazgo de este cocodrilo se produjo el 10 de marzo de 2020, en momentos previos al inicio de la pandemia por el virus de COVID-19. El grupo de trabajo estaba integrado por 25 argentinos, incluyendo paleontólogos, técnicos y becarios, y cinco investigadores japoneses. El campamento se encontraba en lo alto de la montaña, aunque brindaba las mejores comodidades para tolerar las bajas temperaturas, la lluvia y viento que imperan en este lugar de Patagonia. Dos de sus integrantes, Marcelo Isasi, técnico del Conicet en el MACN-CONICET; y Gabriel Lio, paleoartista; detuvieron su marcha en el lecho de un río seco y de enormes piedras, con el fin de esperar al resto del equipo y comenzar el repliegue al campamento, y durante la espera encontraron huesos de un cráneo completo fosilizados.
En los días subsiguientes los investigadores se dedicaron a encastrar y pegar los bloques dispersos, recomponiendo así el rompecabezas de huesos. “Pudimos verificar que esta secuencia de bloques atesoraba en su interior el esqueleto casi completo de un animal desconocido para la ciencia”, afirmó Novas.
Luego, durante la pandemia del coronavirus, el técnico Isasi dedicó casi seis meses de intensa labor. “Con ayuda de martillos neumáticos de alta precisión fui dejando el hueso expuesto y al ir asomando los dientes no lo podía creer: eran muy grandes y brillantes, y poseían los bordes aserrados. Me ganaba la curiosidad de saber cómo era el animal que estaba encerrado en la roca, por lo que la jornada laboral se extendía desde muy temprano en la mañana hasta la madrugada del día siguiente. No podía dejar de trabajar”, recordó.
Una vez finalizada la pandemia, y una vez liberados los huesos de la roca, los investigadores comprobaron, con sorpresa, que se trataba de una nueva especie de cocodrilo de algo más de tres metros de largo y que su cráneo y mandíbulas estaban preservadas casi por completo.
Fuente: Pagina12