El cachetazo estaba en el aire. Y duele aunque haya sido previsible. Un frío análisis previo de las chances reales de River y Boca en el Mundial de Clubes dictaba que ninguno llegaba bien, como para ser campeón, y que lo importante era competir, llegar lo más lejos posible. Superar la fase de grupos y luego, ver lo que pasaba.
Ni siquiera eso sucedió. Los dos gigantes del fútbol argentino, los de mayor poderío económico, no pudieron avanzar a los octavos de final. Se fueron prematuramente de la competencia con una campaña tan pobre que apenas sumaron seis de los dieciocho puntos en juego. Un triunfo (River ante Urawa Red Diamonds), tres empates y dos derrotas (Boca ante Bayern Munich y River frente a Inter). Lo de Boca incluso resultó tan decepcionante que, además de no haber podido vencer a un equipo entre semiprofesional y semiamateur con Auckland City (acaso uno de los peores resultados de su historia), sumó un punto menos (dos) que los sudafricanos de Mamelodi Sundowns y los tunecinos de Esperance que reunieron tres unidades.
Mientras por estas horas el fútbol argentino se lame sus heridas, el brasileño celebra que sus cuatro representantes (Palmeiras, Botafogo, Flamengo y Fluminense) cruzaron la frontera y jugarán los manos a mano que darán comienzo este sábado. En todo caso, el Mundial de Clubes prolonga lo que viene pasando a nivel continental de 2020 a la fecha: el marcado dominio de los clubes de Brasil sobre los de nuestro país evidenciado en que desde entonces, han ganado todas las copas Libertadores. Sólo Boca pudo llegar a la final ante Fluminense en 2023. En este lustro además, Defensa y Justicia (2020) y Racing (2024) fueron los únicos equipos que lograron la Copa Sudamericana. El resto mira desde afuera, cada vez más lejos.
La cosecha sigue
La cosecha no se ha detenido. Sigue apareciendo nuevos y muy buenos jugadores. Las divisiones inferiores no paran la producción. El problema es que resulta imposible retenerlos. Salen demasiado rápido al exterior porque la economía del país no acompaña, el fútbol argentino paga poco y paga mal y la ambición de los muchachos de dar el salto económico y de llegar cuanto antes al fútbol grande de Europa es mas fuerte que cualquier otro deseo. Sin siquiera haber cumplido su mayoría de edad, Franco Mastantuono ya se fue al Real Madrid en 45 millones de euros. Y con sus dieciocho años recientes, Alvaro Montoro, el habilidoso juvenil de Vélez, ya está en Botafogo que puso nueve millones de dólares para traerlo. Con esa plata, se salvan todos: los clubes, los jugadores, sus familias y los representantes. Negocio redondo.
Cada seis meses, los equipos de nuestro país se desangran sin remedio. Deben vender para que la rueda siga girando y si les toca hacer una buena campaña, no pueden potenciarse para ir a más, tienen que desprenderse de sus mejores jugadores y empezar todo desde cero. El talento argentino se mira por televisión porque no hay economía que pueda aguantarlo. El apasionado fútbol de entrecasa carece de respaldo para sostener y desarrollar a sus mejores jugadores que inevitablemente emigran. La única salida siempre es Ezeiza.
Piernas agotadas
Para este Mundial, Flamengo repatrió al volante Jorginho desde el Arsenal con un contrato de 13 millones de euros hasta 2028 y le pagó 18 millones de dólares a Atlético Mineiro por el media punta Paulinho. En cambio, Boca invirtió de apuro tres millones de dólares en comprar a Marco Pellegrino al Milan de Italia y 1,8 millones de la misma moneda por Malcom Braida de San Lorenzo. River ni siquiera eso: no trajo a nadie. Y en los partidos de Boca con Bayern y de River con Inter, las diferencias de jerarquía individual y de ritmo saltaron a la vista: los jugadores alemanes y los italianos tuvieron nivel internacional, aun con el desgaste encima de una larga temporada europea.
A los de Boca y River en cambio, habituados a un ritmo doméstico menos demandante y mas entrecortado y con una técnica mucho menor, sólo les quedó compensar a partir de la actitud. Mientras tuvieron energías, jugaron de igual a igual o al menos, no fueron tan superados. Cuando el aire se acabó, las piernas se endurecieron y las mentes se oscurecieron, no pudieron hacer nada. Fue doloroso ver como en la segunda etapa, Inter lo pasó a River por encima. Por el contrario, eso nunca les pasó a los brasileños: compitieron de tal manera que de cinco partidos contra los europeos, ganaron dos (Botafogo a París Saint Germain y Flamengo a Chelsea), empataron dos (los cero a cero de Palmeiras con Porto y Fluminense con el Dortmund) y solo perdieron uno y sobre el final (Atlético Madrid 1-Botafogo 0).
Voceros de los impulsores de la sociedades anónimas deportivas como el presidente Javier Milei y Mauricio Macri, ya salieron a decir que a los equipos argentinos les iría mucho mejor si detrás de ellos estuvieran los aportes de grandes grupos empresarios o fondos de inversión para contratar a los mejores jugadores. Pero eso no pasará. Aunque es cierto que resulta muy dificil competir de verdad contra los petrodolares o los grandes grupos empresarios que están detrás de los clubes europeos y muchos de los brasileños. En el nuevo orden que se ha dado el fútbol en los últimos veinte años, a nuestras sociedades civiles sin fines de lucro y nuestras queridas escuelas les toca proveer la materia prima, los talentos frescos y llenos de ambición que quieren irse cada vez mas rápido. Salir campeones es otra historia. Y nos va quedando cada vez más lejos.