El filósofo italiano Roberto Esposito continuó elaborando la biopolítica de Michel Foucault, esto es, la relación entre política y vida. Pensó la comunidad, el hecho de estar con otros, no como la pertenencia del sujeto a una identidad cerrada y homogénea, sino, por el contrario, como una apertura que expone al sujeto y lo perturba.
La investigación de Esposito sobre la comunidad no se entiende sin su reverso, la immunitas. Hay una co-presencia contradictoria entre la comunidad ―communitas― y la inmunidad ―immunitas―. Ambos términos comparten la raíz etimológica munus: obligación, oficio y don, que pone en relación a los individuos. Así, la comunidad ya desde su etimología, implica la obligación de dar, en el sentido de una deuda recíproca que nos atraviesa.
La inmunidad, en tanto mecanismo reverso de la comunidad, refiere a la protección que interrumpe la obligación común permitiendo el repliegue. Esta tendencia al encierro puede llevar a una vida política vaciada, donde lo común se vuelve amenaza. El polo inmunitario que conserva la vida o la protege frente a las amenazas, porta el riesgo del exceso de inmunización, una deriva autoinmunitaria que va contra el propio cuerpo como el phármakon, término griego que significa remedio y veneno a la vez, ambigüedad que refleja la idea de que una sustancia puede ser útil para curar o perjudicial, dependiendo del contexto y la dosis.
El sistema que propone Esposito da cuenta de la paradoja que implica que aquello que tiene que proteger, puede llegar también a ser un riesgo tanatopolítico. Cuando el cuerpo social se concibe permanentemente como un cuerpo a proteger, la comunidad se transforma en inmunidad, exceso que tiene consecuencias dañinas para la vida –individual y colectiva- que supuestamente debe proteger.
Por ejemplo, durante la pandemia del coronavirus los Estados emplearon el sistema inmunitario para enfrentar la amenaza sanitaria, se priorizó la vida biológica y nada fue tan importante como la salud. Si bien la decisión permitió salvar vidas, trajo a la vez importantes riesgos para la comunidad: encierro, aislamiento, pérdida de socialización, despolitización, aumento de la violencia doméstica, consumos problemáticos y una verdadera epidemia de depresión.
El fascismo hace uso de la perspectiva inmunitaria empleando una interpretación organicista del Estado: explica lo social como un cuerpo biológico que tiene un virus y precisa medicinas, motosierra para terminar o “desaparecer” individuos o grupos. En primer lugar, se construye el enemigo a través del miedo y el odio, luego se impone el relato de la seguridad y la defensa del cuerpo social ante el peligro construido amenazante y, finalmente, se alcanza un consenso social sobre las medidas de prevención que pueden llegar hasta la aniquilación, prisión o desaparición del otro.
El miedo frente al “peligro”, la percepción de riesgo a través de amenazas, debe ser alimentado de manera constante por los aparatos ideológicos neofascistas. En lugar de adecuar la protección de manera efectiva a nivel del riesgo, las prácticas autoinmunitarias adecuan la necesidad de protección frente a la percepción construida. Las políticas inmunitarias utilizan la lógica del sacrificio, que es visto como un daño colateral justificado en nombre de la prevención de un mal latente, basada en el miedo al contacto, al contagio, que tienen por resultado la negación de la comunidad.
El poder encarnado por las ultraderechas emergentes y antidemocráticas hicieron creer que el odio y la venganza eran causas justas, por lo que se impone devastar al Otro.
La Libertad Avanza en nuestro país creció gracias a la lógica inmunitaria, primero contra el “coronavirus inexistente” (es “el Estado que te tiene encerrado”), luego contra las vacunas y, finalmente, contra una supuesta casta que resultó ser la justicia social, la solidaridad, el peronismo, el kirchnerismo y todo lo que se presenta como otro (lo hétero), que para el poder representa un peligro o un mal que debe ser eliminado. El horizonte inmunitario se ha revelado con toda su crudeza: terminó debilitando la vida en común, resultando contraproducente para la comunidad.
En medio del ajuste más grande de la historia, un endeudamiento recargado, con la industria y el mercado interno destruidos, los jueces del máximo tribunal apuraron la decisión para expulsar del juego electoral a Cristina Kirchner, la dirigente más popular de la oposición.
En un tiempo de avance de la ultraderecha, donde las instituciones democráticas fueron tomadas por las corporaciones ¿cómo se protege el campo popular del odio y la injusticia? ¿cómo se afirma lo democrático y lo popular sustentando prácticas que no se basen en la venganza, la violencia o el repliegue aislado?
La política no puede reducirse al control o al miedo inmunitario y deshumanizante, necesitamos encontrar una lógica que afirme la vida en común y fortalezca lo social en una dignidad compartida. Esposito ofrece una clave conceptual y política para repensar la comunidad no como lo que debe ser protegido del otro, sino, como lo que se constituye con y por el otro. La propia protección se da a través del cuidado de los otros, en la calle, activando nuevos espacios comunes, con política, unidad y organización.
Es con los otros, en una práctica de inmunidad común que no lleva al aislamiento sino a la articulación, donde encontraremos protección: “vienen por ella, vamos con ella”, acompañar a CFK significa cuidar el sistema democrático y la comunidad.
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