“Viudas Negras”: sátira y malestar en Nordelta | Debates inesperados sobre cómo se representa a las clases altas en la ficción 



“Quienes vivimos en barrios cerrados somos personas que queremos seguridad. Hace 25 años que vivo en countries, crié a mis hijos ahí y no son ningunos huecos”. La dueña de esa frase pronunciada en una entrevista televisiva es Mercedes Cordeyro, editora de la revista Locally, dedicada al estilo de vida country. Su reclamo surge como respuesta a la serie Viudas Negras, porque la considera cruel en la forma en que retrata al sector social al que pertenece. A esta altura, más de un mes de su estreno, la tira escrita por Malena Pichot y exitosa tanto en críticas como en audiencia, generó un debate inesperado sobre cómo se representa a las clases altas en la ficción argentina.

Los reproches no vinieron sólo por parte de la editora de Locally, sino también de vecinas de Nordelta, quienes supieron plegarse al tono de comedia para hacer su devolución. Contaron haber disfrutado de la historia protagonizada por dos antiguas partners in crime, interpretadas por la misma Pichot y Pilar Gamboa, que tras un “trabajito” fallido se separan. Mica (Pichot) abre una peluquería en Flores, mientras que Maru (Gamboa) se casa con un hombre poco agraciado pero buena persona y con casa en un country, y se dedica a borrar su historial de barrio, rollinga y criminal. Hasta que alguien del pasado vuelve y las extorsiona para reconvertirse en viudas por última vez: una extraordinaria Fernanda Callejón en el rol de capa-mafia.

Cuesta pensar en otros casos donde los sectores ricos argentinos hayan salido públicamente a reclamar que se sienten mal representados. Las discusiones sobre políticas de representación —quién representa a quién, cómo y con qué derecho— que suelen centrarse en los sectores subalternos, acá, se dieron en la dirección contraria. Y todas las críticas apuntan al trío que conforman: Marina Bellati, Monica Antonópulos y Paula Grinszpan, las actrices que interpretan a las tres vecinas de Maru -Gamboa-, de la que son muy amigas hasta que se enteran de que en verdad no es quien dice ser, y hasta puede que haya asistido a una escuela pública.

“Es interesante que la serie sintetiza en estos tres personajes algunas características de los sectores altos en Argentina, que no necesariamente se dan todas juntas en el mismo grupo”, dice la antropóloga y investigadora del Conicet, Victoria Gessaghi, quien analizó las reacciones que generó la serie. Las mujeres de Nordelta que hicieron un TikTok criticando la ficción sostienen que esta no refleja fielmente su vestimenta ni su comportamiento, señalando por ejemplo que las clases altas tradicionales no ostentan marcas, prefieren un vestuario neutro y no suelen vivir en barrios cerrados sino en zonas como Recoleta o Palermo Chico.

Para Gessaghi, Viudas Negras acierta en señalar y hacer humor con una tendencia a la generación de castas infinitas. Como esos sectores sociales eligen para vivir barrios privados, se podría pensar que ya con eso deberían sentirse suficientemente apartados de aquellos otros sectores con los que no quieren compartir espacios, o por lo menos hacerlo lo menos posible. Pero, no. Hacia adentro de los barrios privados, reaparece la segregación: ‘’La serie y sus repercusiones muestran cómo esos sectores altos construyen distinciones y jerarquías entre incluso entre ellos’’. Las mujeres que respondieron a la serie también marcaron errores en los detalles: en Nordelta las mujeres no usan chatitas ni trajes, sino zapatillas importadas de determinadas marcas. Algunas carteras que aparecen en la serie no tienen nada que ver con una realidad en la que no prima tanto Prüne, sino Jackie Smith y Zadig & Voltaire.

Aunque parezca superficial, para Gessaghi estos detalles hablan de algo clave: “Están hablando de carteras de 500 dólares… Los ricos hoy tienen cada vez más dinero. Eso está vinculado a la concentración y patrimonialización de la riqueza. Con la profundización de los regímenes neoliberales, es más usual crear criterios de distinción que tienen al dinero como un valor a mostrar. Eso, con las clases altas tradicionales, no ocurría. Al contrario: ser austero es un valor. No se muestran en las redes sociales, no muestran cuánta plata tienen…’’

El escritor y cineasta César González también analizó la serie en conversación con este diario: “El revuelo de indignación cheta es revelador. Esa clase no está acostumbrada a verse ridiculizada. Nos acostumbramos a reírnos de los pobres, pero no de los ricos. Ellos siempre están fuera de campo. Ya era hora de mostrar sus facetas grotescas. Viudas Negras sigue la tradición de las comedias norteamericanas que no tienen piedad con ninguna clase social. Es llamativo que en una sociedad tan politizada como la argentina, los artistas sean tan indulgentes con las clases superiores de la pirámide social”. También valoró la potencia política del humor: “Ojalá Malena y su equipo puedan seguir filmando. Necesitamos comedia en estos tiempos de tanta depresión colectiva. A su vez, en la serie nadie está a salvo de los estereotipos ni de los prejuicios, todos los personajes principales sean del origen social que sean, dicen alguna cosa cancelable”.

Otro mérito del guion es no haber elegido como blanco a los llamados “arribistas”, ese sector que suele recibir críticas por no tener los códigos de la clase alta tradicional. Viudas negras no se ensaña con ellos. “Los arribistas no vienen de familia de ricos y no saben cómo comportarse. A los ricos tradicionales su madre ya les enseñó que tiene que decir colorado y no rojo. Y nunca van a decir pieza, sino dormitorio. A los arribistas se les suele pegar -en la vida real y en las representaciones- para tildarlos de grasas, como a Wanda Nara, por voluptuosa y ostentosa”, dice Gessaghi.

Mística femenina versus viveza criolla

En los 60, la escritora feminista Betty Friedan se preguntó cómo sus vecinas, a pesar de que “estaban hechas” con un marido, dos hijos, dos autos y dos golden retriever, caían con tanta frecuencia en la desesperación. Mujeres que no necesitaban trabajar afuera para gozar de una vida dedicada a ser reinas o ángeles de sus hogares en los suburbios estadounidenses eran, muy frecuentemente, alcohólicas y adictas a los psicofármacos. 

En su libro La mística de la feminidad pudo ponerle nombre a un malestar que se percibía apenas en estado gaseoso. A eso que sus vecinas tramitaban como podían, pero nunca mencionaban de manera directa. Su libro se editó en 1963 y fue un best seller por varios años. ¿Qué las tenía tan mal? Era una pregunta lógica si se considera que la otra opción estaba en las ciudades, con las mujeres cuyas vidas iban siendo impactadas por la paulatina feminización del trabajo, que las colocaba en los lugares más bajos de la escala salarial y que no las libraba de una segunda jornada en la que tenían que seguir dedicándose a actividades domésticas no asalariadas.

Entonces, se preguntaba Friedan: “¿Qué les pasaba a mis vecinas?” ¿Qué más podían pedir que la sensación de tener las cosas resueltas y dedicarse full time a los engranajes de sus rebosantes familias? Algo de esa pregunta podría estar sobrevolando la mirada que Viudas Negras devuelve de un lugar que parece ser Nordelta

Algo de ese malestar ayuda a explicar por qué los personajes del country le ponen tanto corazón en las tareas de una fundación que, fundamentalmente, consisten en lavar y doblar ropa usada para regalar a las pobres criaturas de afuera. O la desesperación por encontrar actividades para llenar “el calendar”. O el disfrute que les explota por el cuerpo cuando, por fin, algo pasa: el “chisme, del fuerte”, de que Maru tiene un pasado ligado al barrio de Flores. La vida se les vuelve excitante cuando aparecen más pruebas de eso que sospechaban cuando se preguntaban por lo bajo: “¿Esta a qué colegio dice que fue?”

Mercedes Cordeyro, la editora de Locally, defendió la labor de las fundaciones en los countries, asegurando que cumplen un rol que el Estado no asume. Para Gessaghi, eso no es nuevo: históricamente, los sectores acomodados han canalizado una idea de responsabilidad social que los legitima como elite no solo por su dinero, sino por su bondad. Lo novedoso es cómo lo muestra la serie: son las mujeres las encargadas de estas tareas de bajo rango, aun dentro de la elite. Y más allá de sus privilegios, siguen subordinadas a las relaciones de poder -y dinero- dentro del matrimonio o la familia. Como señala Gessaghi, “por supuesto que no se puede comparar con la vida que tienen mujeres de otras clases sociales. Lo que digo es que si bien son privilegiadas, ese privilegio no deja de estar subsumido a las relaciones de género”.

Sin justificar los delitos que las viudas cometen —incluida la sumisión química, que ellas llaman “gotear”—, la serie celebra cierta “viveza criolla” en clave femenina. Esa picardía aparece como una forma de autodefensa y astucia. Por eso una de las protagonistas propone usar la misoginia de cada día a favor de la dupla de viudas: la víctima perfecta es un macho alfa que no quiere denunciar que fue engañado por unas minitas”. La parodia es pareja para todos los segmentos de la pirámide. La trama es absurda, el tono, desbordado, todos los personajes salen mal parados, y aun así nadie termina cien por ciento en el banquillo. Todas están impulsadas por deseos de pertenecer, de parecer, de integrarse, de comprar la promesa de que seguro hay una vida mejor, pero hay que ir a buscarla a la isla de Recoleta.

Fuente: Pagina12